jueves, 11 de julio de 2013

Otro día en mi cabeza

[Esta historia está inspirada en la canción Another Day In My Head del grupo Peepall. Podéis escuchar su último disco, Freneza, en el siguiente enlace: http://peepall.bandcamp.com/album/freneza]

 El roce áspero de la cuerda le hacía daño en las muñecas y en los tobillos, pero Priscila seguía esforzándose para liberarse de sus ataduras. Aquel psicópata la había amordazado y le había atado los pies a las patas de la silla, y las manos, al respaldo. El asiento estaba fabricado con resistentes piezas de madera, pero Priscila no dejaba de tirar de todas sus extremidades para soltarse, a pesar de que su sangre ya empapaba las hebras del trenzado de la cuerda. Su mirada estaba clavada en el culpable de su tormento, dormido plácidamente en la cama que tenía delante. La realidad se deformaba por las lágrimas que nublaban su mirada, pero aun así, Priscila no dejaba de vigilar el descanso de su secuestrador, mientras contenía los sollozos en las profundidades de su garganta. No debía hacer ruido, pero tenía que seguir intentando escapar. Ya había amanecido, y el durmiente había comenzado a revolverse entre las sábanas. Estaba teniendo un mal sueño y pronto despertaría.

Apretó la mordaza entre los dientes cuando tensó y retorció un brazo. Un crujido casi imperceptible le hizo pensar que la madera estaba cediendo. Entonces, escuchó un grito ahogado bajo la almohada y el hombre de la cama se incorporó como si estuviese impulsado por un resorte. Aquel chico suspiró profundamente y gruñó, no había descansado bien la noche anterior. Pasó su mano por el rostro y miró a Priscila con el ojo que no se estaba rascando.



Buenos días... —le dijo a Priscila, con voz de recién levantado—. ¿Has dormido bien? —la chica no dijo nada, solo se le quedó mirando con los ojos muy abiertos—. Es verdad, no puedes hablar con esa mordaza. No me he dado cuenta, perdona, no quería ser maleducado. Pero te lo pregunto porque estos cabrones son a veces un poco molestos por la noche —el chico bostezó, se sentó en la cama y dio algunos golpes en el suelo con el pie descalzo—. ¿Estáis ahí abajo, cabrones?



Priscila no sabía con quién estaba hablando, pero aquel chico delgado de mirada perdida parecía dar continuamente ademanes de mirar bajo la cama, sin llegar nunca a atreverse a hacerlo.



A veces se ponen a hablar por la noche. ¿Los has oído...? Espero que no. Pueden ser un verdadero coñazo y, a veces, me tienen toda la noche en vela. ¡Oh! Aquí están.



El chico dio un salto y se puso a gatas al lado de la cama. Parecía estar reaccionando a algo que solamente él era capaz de ver. Priscila no dejó que el miedo la dominase y siguió luchando para liberarse. Poco le importaba ya que estuviese a la vista de su captor. Este, balanceaba la cabeza de un lado para otro, mientras sorteaba los zarpazos de las garras oscuras y esqueléticas que sobresalían por debajo de la cama y que solo él podía ver.



Por suerte, ya los voy conociendo un poco mejor —dijo el chico, totalmente ajeno a los esfuerzos de Priscila por escapar—, y sé qué hay que hacer para que se vayan un rato.



Aquel chico no dudó en coger el cuchillo sucio de encima de su mesilla de noche, observó luego los dedos de su mano izquierda, eligió el índice y hundió la punta del cuchillo en la yema. Unas generosas gotas de sangre cayeron en el suelo, junto a las manchas de otras de días anteriores que ya se habían secado. Satisfecho, se puso de pie y solo él observó cómo las garras se escondían bajo su cama.



¿Ves? —le preguntó a Priscila—. Todas las mañanas funciona —y el chico comenzó a chuparse la sangre de la herida—. Ahora, veamos cuál es tu historia, chica.



Recogió la cartera que estaba tirada en el suelo y se sentó a los pies de la cama. La abrió con una mano y rebuscó hasta encontrar el documento de identidad.



Te llamas Priscila... Bonito nombre, aunque un poco raro, ¿no? Yo me llamo Indie. A lo mejor también te parece un nombre raro...



A Priscila le daba igual. No deseaba saber nada de él, solo quería salir de allí. Desesperada, buscó con la mirada alguna escapatoria. La puerta de la habitación estaba abierta, pero para llegar hasta ella primero tendría que desatarse. Además, ni siquiera sabía cómo estaban distribuidas las habitaciones dentro de aquella casa. De modo que, si llegaba a soltarse, no sabría hacia dónde correr. Siguió mirando y encontró una ventana. Estaba más cerca que la puerta, pero ni siquiera sabía a qué altura de la calle se encontraba. En su recorrido visual, reparó en la foto de una chica, cuya esquina asomaba por el borde de una caja de cartón abierta, medio escondida detrás de la cómoda. Indie se dio cuenta de dónde estaba mirando.



¿Qué miras?—la chica desvió la mirada rápidamente, pero Indie supo de qué se trataba—. Vaya, ¡qué lista eres! Apenas hemos empezado a charlar y ya sabes por qué estás aquí —Indie rodó por la cama y cayó justo al lado de la cómoda. Cogió la foto y se acercó a Priscila para enseñarle mejor la imagen.



¿La ves mejor ahora? —le preguntó, para después ponerse en cuclillas y mirar a Priscila directamente a sus ojos llorosos—. Se llama Esperanza... ¿A que es preciosa...? Es la chica más guapa del mundo..., y es mi verdadero amor. ¿De verdad pensaste que con tus miraditas y sonrisitas podías llegar a ocupar su lugar?



Priscila se apresuró a negar con la cabeza.



¿Entonces por qué me mirabas aquel día en el parque? ¡Dime! ¿Acaso no sabes que ella es la única chica con la que puedo estar..., que ella es la única que puede pensar en mí? ¡Es la única! ¿Lo entiendes?



Priscila asintió nerviosa con la cabeza. De buenas a primeras, Indie cambió su expresión y miró en dirección a la puerta.



¡Hombre! ¡Por fin has llegado!



La chica miró en la misma dirección, temerosa de encontrar a un segundo secuestrador, pero en el umbral no había nadie. Priscila era incapaz de ver la figura delgada con sombrero a la que Indie había saludado.



Bueno, Priscila. Tranquila. Ya no hace falta que sigas luchando o resistiéndote. Tómate todo esto como si fuese un sueño, uno malo... o bueno... Lo que te dé la gana. Pero no me des problemas ahora mientras hablo aquí con el Señor Espantapájaros para que me diga qué hacer contigo.



Indie apoyó los codos sobre las rodillas magulladas de la chica.



¿Qué voy a hacer contigo? —dijo, a pocos centímetros de la cara de Priscila—. ¿Qué voy a hacer contigo?



Indie se puso de pie y fue a hablar con su visión. A su espalda dejó a Priscila, que continuó retorciendo el brazo con todas sus fuerzas. La madera de la silla volvió a crujir.

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