El soldado Váral se asomó
rápidamente por encima de la roca y apuntó con el fusil hacia el
camión. A su nariz llegó el olor de la carne sanguinolenta de los
pedazos desperdigados del camello, secándose al sol. A Váral
todavía le costaba creer que acababa de estar justo al lado del
causante de la emboscada. Apretó los labios, resignado por haber
perdido la ocasión perfecta de haber acabado con él. Con la mirada,
buscó a Kouric y lo encontró acercándose a su posición con el
arma dirigida constantemente hacia la parte trasera del camión.
Váral le hizo señas con la mano y le indicó que rodeara el camión
por delante y que se acercara por el otro lado. Así, atacarían
desde dos flancos. Por su parte, Rakku y Lailo se aproximaban al
camión por la parte delantera, pero Váral les ordenó con otras
señas que se detuvieran y que siguieran vigilando la zona. Váral no
las tenía todas consigo, pues no estaba seguro de si podría haber
más atacantes apostados cerca. Quizás, el crío escondido en el
camión tan solo se trataba de un cebo para una trampa mucho peor.
Con expresión de asco, Váral apartó con el dorso de la mano un
amasijo de pelo y sangre de camello que había caído sobre su hombro
en el momento de la explosión. Paso a paso, iba afianzando sus botas
en la tierra mientras no perdía detalle de lo que veía más allá
de la mira de su arma. Asintió satisfecho cuando el conductor del
camión hizo una señal con la cabeza para hacerle entender que se
encontraba bien. Presa del pánico, no había sido capaz de bajarse
del vehículo para protegerse de la detonación del camello. Miró a
través del parabrisas salpicado de rojo y observó cómo sus
compañeros se desplegaban según las órdenes de Váral. Este le
indicó con la mano que se bajase y que se mantuviese en la
retaguardia, justo detrás del último todoterreno, donde el soldado
Denko vigilaba la subida del camino. Obedeció, bajándose con sumo
cuidado y marchando de espaldas, sin perder nunca de vista la parte
de carga del camión. Con paso presuroso, se dirigió a la cuneta del
camino y, rodilla en tierra, cubrió junto a Denko al grupo desde
allí.
Váral tomó aire por la nariz y
trató de sentir el arma que sostenía como si se tratase de una
parte más de su cuerpo, una que dominaba a la perfección. Aquel
amasijo de piezas de metal y madera obedecería su voluntad y
dispararía sus balas certeras hacia donde él deseara. Estaba
seguro, estaba preparado, estaba listo para matar. Váral y Kouric
avanzaban en silencio, asfixiando cada centímetro de posible
escapatoria para Abbi. El aire, repleto de pelos de camello
flotantes, olía a humo y a carne quemada. Todo estaba en calma
tensa, y tan solo podían escucharse los pataleos del joven de dentro
del camión. “Se agita ahí dentro como un ratón en una trampa”,
pensó Váral. Volvió a buscar a Kouric con la mirada, quería
comprobar si en sus ojos también brillaba la temible chispa que hace
que un hombre sea capaz de las peores atrocidades en el campo de
batalla. Sin embargo, su compañero ni siquiera le devolvió la
mirada. Tan solo vigilaba atento a cualquier movimiento mientras
avanzaba con cautela. Váral supo entonces que, si llegaba la
ocasión, debería ser él mismo quien se encargase de tomar las
decisiones más difíciles, y, de un modo u otro, estaba seguro de
que ese momento llegaría pronto. Nadie, aparte de ellos, debía
saber que habían robado el manantial. Por tanto, aquel chaval
escondido en el camión debía ser eliminado, o debía sufrir algún
tipo de fortuito accidente mortal. A Váral no le gustaba dejar cabos
sueltos.
A pesar de que aquel militar ya
fantaseaba con cómo aniquilar al intruso, Abbi estaba dispuesto a no
vender barata su vida. A sus pies, tenía una caja de granadas, pero
la tapa estaba cerrada con un candado. Casi no pudo controlar los
temblores de la mano cuando buscó el pequeño cuchillo en el
bolsillo secreto de la manga. Tan pronto notó la superficie dura del
mango en la punta de sus dedos, lo sacó e introdujo la hoja en la
cerradura. Sostuvo el mango como un cincel y, con la palma de la otra
mano, dio un golpe seco, pero el candado era sólido y resistió el
primer golpe sin recibir el menor rasguño. Los soldados de fuera
escucharon el ruido del golpe sin saber exactamente de qué se
trataba. Váral supuso que no debía de ser nada bueno, de modo que
ordenó a Kouric que se diera más prisa. Abbi dio un segundo golpe,
pero seguía sin conseguir abrir el cerrojo. Tuvo que dar un tercero,
un cuarto, un quinto... E incluso así, el metal de aquel candado
parecía formar una única pieza inamovible e imposible de
quebrantar. Entonces, escuchó las botas de los soldados pisando
tierra cercana. Sin pensárselo dos veces, Abbi se dio media vuelta y
abrió fuego con su AK. Apuntó al parabrisas del todoterreno
desocupado de detrás. Los dos disparos efectuados hicieron añicos
el cristal y obligaron a que los soldados retrocedieran unos pasos.
Al muchacho solo le quedaban dos balas, pero eso no lo sabían los de
fuera. Abbi tragó saliva y, con la culata de su arma, dio un sexto y
un séptimo golpe sobre el candado, cuyo cierre terminó saliendo de
su ranura. Sus manos se movieron deprisa para apartar abrir de par en
par la tapa de la caja.
Delante de sí, tenía un montón
de paja, que servía para transportar con mayor seguridad la carga de
las granadas. Rápidamente, la apartó a derecha e izquierda,
lanzándola por los aires, mientras escarbaba en busca de los
explosivos. Pronto, Abbi vio que dentro de aquella caja no
transportaban granadas realmente, sino algo mucho mejor.
Váral encogió los labios y sacó
pecho como si no existiese amenaza alguna. Kouric lo miró con cara
de estar preguntándose qué iba a hacer. El soldado Váral no iba a
dejarse intimidar por un chaval adolescente y harapiento que quería
jugar a los soldados. Empezó a caminar con paso seguro hacia el
camión, con la certeza incierta de que el muchacho estaría asustado
y no podría hacer nada para evitar que lo matase. Siguió caminando
y dirigió el cañón de su arma al cielo. Abrió fuego y el
estruendo de los tiros retumbó en las profundidades del valle
montañoso que se extendía más allá del camino de tierra. Quería
intimidar al joven y demostrarle quién mandaba realmente en la
situación. Kouric lo miraba con los ojos muy abiertos, mientras
hacía señas una y otra vez para que parase. Estaba haciendo
demasiado ruido. Ya con la explosión, Kouric había pensado que
habían llamado la atención más de lo estrictamente necesario. Sin
embargo, Váral hizo caso omiso de las señas de su compañero y
vació medio cargador. Estaba dispuesto a asomarse por la parte
trasera y sacar al joven a rastras de su escondite. No obstante,
cuando Váral estaba a dos metros escasos del camión, fue Abbi quien
salió de él de un salto. Váral paró en seco y observó asombrado
la esfera brillante de cristal que el joven sostenía entre las
manos. Acto seguido, el soldado levantó la mano para que ninguno de
los suyos abriera fuego. Cualquier bala mal disparada podría
destrozar el manantial, que Abbi sostenía con una mano, mientras lo
apuntaba con el fusil con la otra. El joven lo sujetaba todo lo alto
que podía, para que los soldados no pudieran tener un blanco claro
ni en su cabeza ni en su pecho. Váral se fijo en que de aquella
esfera chorreaba sin parar un líquido trasparente.
―¡Atrás! ―les ordenó Abbi
con un grito, que connotaba más terror que aplomo.
―¿De verdad crees que con ese
truquito de mierda vas a conseguir que no te mate? ―le preguntó
Váral, con tono seco.
El joven hizo ademán de disparar
a la esfera para que el soldado se callase, pero lo que consiguió
con su amenaza fue que Váral apretase el gatillo y una ráfaga
corta, controlada y ardiente destrozase los dedos del pie derecho de
Abbi. El muchacho cayó de rodillas entre gritos de dolor. Fue
incapaz de seguir sosteniendo su arma, y el manantial salió rodando
hasta los pies de Váral.
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