jueves, 11 de julio de 2013

El manantial (Cuarta parte)

El soldado Váral se asomó rápidamente por encima de la roca y apuntó con el fusil hacia el camión. A su nariz llegó el olor de la carne sanguinolenta de los pedazos desperdigados del camello, secándose al sol. A Váral todavía le costaba creer que acababa de estar justo al lado del causante de la emboscada. Apretó los labios, resignado por haber perdido la ocasión perfecta de haber acabado con él. Con la mirada, buscó a Kouric y lo encontró acercándose a su posición con el arma dirigida constantemente hacia la parte trasera del camión. Váral le hizo señas con la mano y le indicó que rodeara el camión por delante y que se acercara por el otro lado. Así, atacarían desde dos flancos. Por su parte, Rakku y Lailo se aproximaban al camión por la parte delantera, pero Váral les ordenó con otras señas que se detuvieran y que siguieran vigilando la zona. Váral no las tenía todas consigo, pues no estaba seguro de si podría haber más atacantes apostados cerca. Quizás, el crío escondido en el camión tan solo se trataba de un cebo para una trampa mucho peor. Con expresión de asco, Váral apartó con el dorso de la mano un amasijo de pelo y sangre de camello que había caído sobre su hombro en el momento de la explosión. Paso a paso, iba afianzando sus botas en la tierra mientras no perdía detalle de lo que veía más allá de la mira de su arma. Asintió satisfecho cuando el conductor del camión hizo una señal con la cabeza para hacerle entender que se encontraba bien. Presa del pánico, no había sido capaz de bajarse del vehículo para protegerse de la detonación del camello. Miró a través del parabrisas salpicado de rojo y observó cómo sus compañeros se desplegaban según las órdenes de Váral. Este le indicó con la mano que se bajase y que se mantuviese en la retaguardia, justo detrás del último todoterreno, donde el soldado Denko vigilaba la subida del camino. Obedeció, bajándose con sumo cuidado y marchando de espaldas, sin perder nunca de vista la parte de carga del camión. Con paso presuroso, se dirigió a la cuneta del camino y, rodilla en tierra, cubrió junto a Denko al grupo desde allí.

Váral tomó aire por la nariz y trató de sentir el arma que sostenía como si se tratase de una parte más de su cuerpo, una que dominaba a la perfección. Aquel amasijo de piezas de metal y madera obedecería su voluntad y dispararía sus balas certeras hacia donde él deseara. Estaba seguro, estaba preparado, estaba listo para matar. Váral y Kouric avanzaban en silencio, asfixiando cada centímetro de posible escapatoria para Abbi. El aire, repleto de pelos de camello flotantes, olía a humo y a carne quemada. Todo estaba en calma tensa, y tan solo podían escucharse los pataleos del joven de dentro del camión. “Se agita ahí dentro como un ratón en una trampa”, pensó Váral. Volvió a buscar a Kouric con la mirada, quería comprobar si en sus ojos también brillaba la temible chispa que hace que un hombre sea capaz de las peores atrocidades en el campo de batalla. Sin embargo, su compañero ni siquiera le devolvió la mirada. Tan solo vigilaba atento a cualquier movimiento mientras avanzaba con cautela. Váral supo entonces que, si llegaba la ocasión, debería ser él mismo quien se encargase de tomar las decisiones más difíciles, y, de un modo u otro, estaba seguro de que ese momento llegaría pronto. Nadie, aparte de ellos, debía saber que habían robado el manantial. Por tanto, aquel chaval escondido en el camión debía ser eliminado, o debía sufrir algún tipo de fortuito accidente mortal. A Váral no le gustaba dejar cabos sueltos.



A pesar de que aquel militar ya fantaseaba con cómo aniquilar al intruso, Abbi estaba dispuesto a no vender barata su vida. A sus pies, tenía una caja de granadas, pero la tapa estaba cerrada con un candado. Casi no pudo controlar los temblores de la mano cuando buscó el pequeño cuchillo en el bolsillo secreto de la manga. Tan pronto notó la superficie dura del mango en la punta de sus dedos, lo sacó e introdujo la hoja en la cerradura. Sostuvo el mango como un cincel y, con la palma de la otra mano, dio un golpe seco, pero el candado era sólido y resistió el primer golpe sin recibir el menor rasguño. Los soldados de fuera escucharon el ruido del golpe sin saber exactamente de qué se trataba. Váral supuso que no debía de ser nada bueno, de modo que ordenó a Kouric que se diera más prisa. Abbi dio un segundo golpe, pero seguía sin conseguir abrir el cerrojo. Tuvo que dar un tercero, un cuarto, un quinto... E incluso así, el metal de aquel candado parecía formar una única pieza inamovible e imposible de quebrantar. Entonces, escuchó las botas de los soldados pisando tierra cercana. Sin pensárselo dos veces, Abbi se dio media vuelta y abrió fuego con su AK. Apuntó al parabrisas del todoterreno desocupado de detrás. Los dos disparos efectuados hicieron añicos el cristal y obligaron a que los soldados retrocedieran unos pasos. Al muchacho solo le quedaban dos balas, pero eso no lo sabían los de fuera. Abbi tragó saliva y, con la culata de su arma, dio un sexto y un séptimo golpe sobre el candado, cuyo cierre terminó saliendo de su ranura. Sus manos se movieron deprisa para apartar abrir de par en par la tapa de la caja.



Delante de sí, tenía un montón de paja, que servía para transportar con mayor seguridad la carga de las granadas. Rápidamente, la apartó a derecha e izquierda, lanzándola por los aires, mientras escarbaba en busca de los explosivos. Pronto, Abbi vio que dentro de aquella caja no transportaban granadas realmente, sino algo mucho mejor.



Váral encogió los labios y sacó pecho como si no existiese amenaza alguna. Kouric lo miró con cara de estar preguntándose qué iba a hacer. El soldado Váral no iba a dejarse intimidar por un chaval adolescente y harapiento que quería jugar a los soldados. Empezó a caminar con paso seguro hacia el camión, con la certeza incierta de que el muchacho estaría asustado y no podría hacer nada para evitar que lo matase. Siguió caminando y dirigió el cañón de su arma al cielo. Abrió fuego y el estruendo de los tiros retumbó en las profundidades del valle montañoso que se extendía más allá del camino de tierra. Quería intimidar al joven y demostrarle quién mandaba realmente en la situación. Kouric lo miraba con los ojos muy abiertos, mientras hacía señas una y otra vez para que parase. Estaba haciendo demasiado ruido. Ya con la explosión, Kouric había pensado que habían llamado la atención más de lo estrictamente necesario. Sin embargo, Váral hizo caso omiso de las señas de su compañero y vació medio cargador. Estaba dispuesto a asomarse por la parte trasera y sacar al joven a rastras de su escondite. No obstante, cuando Váral estaba a dos metros escasos del camión, fue Abbi quien salió de él de un salto. Váral paró en seco y observó asombrado la esfera brillante de cristal que el joven sostenía entre las manos. Acto seguido, el soldado levantó la mano para que ninguno de los suyos abriera fuego. Cualquier bala mal disparada podría destrozar el manantial, que Abbi sostenía con una mano, mientras lo apuntaba con el fusil con la otra. El joven lo sujetaba todo lo alto que podía, para que los soldados no pudieran tener un blanco claro ni en su cabeza ni en su pecho. Váral se fijo en que de aquella esfera chorreaba sin parar un líquido trasparente.


¡Atrás! ―les ordenó Abbi con un grito, que connotaba más terror que aplomo.



¿De verdad crees que con ese truquito de mierda vas a conseguir que no te mate? ―le preguntó Váral, con tono seco.



El joven hizo ademán de disparar a la esfera para que el soldado se callase, pero lo que consiguió con su amenaza fue que Váral apretase el gatillo y una ráfaga corta, controlada y ardiente destrozase los dedos del pie derecho de Abbi. El muchacho cayó de rodillas entre gritos de dolor. Fue incapaz de seguir sosteniendo su arma, y el manantial salió rodando hasta los pies de Váral.

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