jueves, 20 de diciembre de 2012

El juramento del caballero

“Princesa, ante vos postro mi rodilla. Ante vos postro mi cuerpo. Ante vos postro mi voluntad, mis sueños y mi espíritu. A vos me debo por completo, y nada ni nadie distraerá mi atención. No defenderé ningún estandarte, ninguna corona, ninguna bandera, ni ningún muro congelado en el norte. En este mismo instante, pasáis a convertiros en el centro de mi universo, en la raíz de mis cimientos, en los limites mismos de mi realidad. Os consagro mi mundo y mi vida. No había nada antes, y no hay nada más allá de vos. Para este caballero arrodillado, solo existís vos; su todo, su esencia, su aliento y su misma razón de ser.

Es por ello que me someto a vos para convertirme en la herramienta que facilitará vuestras labores, en el arma que os defenderá de los peligros y en la compañía que velará por vos día y noche. No pido nada más a la vida. No espero mayor recompensa. Ser de vos y serviros será  el único cometido que dará sentido a los días que le queden a este caballero.

Mis palabras son contundentes y mi compromiso es férreo. No cederé, no dudaré, no tardaré. Mi elección se funda en mi convicción. Y mi convicción me conduce a serviros con fidelidad, lealtad, orgullo y pasión siempre y en cada lugar; bajo la peor de las tormentas en medio de un inmenso océano embravecido o bajo el calor más abrasador en el más despiadado de los desiertos.

Mis palabras son contundentes y mi compromiso es voluntario. Nadie me obliga a asumirlo. Ninguna fuerza externa a mí, ningún documento sellado con el emblema real, ni ninguna deuda pendiente. Me dedico a vos, porque lo elijo así, porque lo prefiero así, porque ser vuestro siervo para mí lo es todo, y lo será todo.

Mis palabras son contundentes y mi compromiso es eterno. El tiempo corromperá mi rostro, mis músculos y hasta mi salud, pero jamás debilitará ni un ápice mi devoción a vos. Pasarán cien años, luego mil, y luego cien veces mil, pero mi juramento seguirá tan vigente como el primer día que fueron pronunciadas estas palabras. Ni la muerte del mismo tiempo hará que ceje en mi empeño de satisfaceros.

Mis palabras son contundentes y mi compromiso es absoluto. Soy vuestro cuando brille el sol y cuando reluzca la luna. Soy vuestro en la vigilia y en el reino de los sueños. Soy vuestro cada hora, cada segundo, cada minúsculo fragmento de tiempo para que dispongáis como deseéis de este humilde caballero.

Mis palabras son contundentes y mi compromiso es gallardo. Soy de vos para ayudaros, soy de vos para luchar con vos y soy de vos para borrar la idea de rendición de mi mente aguerrida. A vuestro servicio, afrontaremos incontables batallas, derrotaremos masivos ejércitos y haremos caer familias enteras de dragones. Vos hablaréis, y el caballero actuará.

Mis palabras son contundentes y mi compromiso es de vos, y solo a vos os compete poner fin a este juramento si en algún momento lo consideráis oportuno. Mi sometimiento es completo.

Férreo, voluntario, eterno, absoluto, gallardo y a vuestra disposición. Así me ofrezco. Ahora recojo la espada del frío suelo y la alzo con orgullo, pues desde que deje de hincar la rodilla seré de vos. Y vos dispondréis de mí”.

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