[Esta historia está inspirada en la canción Brain Death del grupo Peepall. Podéis escuchar su último disco, Freneza, en el siguiente enlace: http://peepall.bandcamp.com/album/freneza]
Por fin, el teléfono había dejado de sonar. Después de una
milésima de segundo de calma, el pitido del contestador automático
saltó, y el repentino sonido apenas tuvo espacio suficiente para
propagarse dentro de la angosta habitación de Indie. La voz de
Esperanza empezó a escucharse por el altavoz.
“¡Joder, dichoso trasto! Deberías tirarlo a la basura de una vez,
Indie, ya nadie los usa... Odio hablar con una máquina... ¿Indie?
¿Estás ahí? Si estás ahí contesta, por favor. Necesito hablar
contigo. Escucha. Lo del fin de semana pasado fue solo una tontería,
de verdad. No fue nada y no se volverá a repetir, te lo prometo...
Oye, entiendo que estés molesto y sé que ya te suena toda esta
cantinela de otras veces..., pero no quiero cargarme lo nuestro por
otro de mis estúpidos arranques. Por favor, coge el teléfono,
Indie, sé que tienes que estar ahí dándole mil vueltas...”.
Sentado en la silla del dormitorio, lo único que pudo hacer Indie
fue levantar la cabeza y mirar directamente el piloto parpadeante del
contestador, hasta que aquella luz roja intermitente atravesó la
película de lágrima de sus ojos y quedó marcada en su retina.
Mantuvo las manos estrechamente entrecruzadas y dejó que el silencio
se prolongara lo suficiente hasta que Esperanza, con un profundo
suspiro, se dio cuenta de que él no iba a descolgar el teléfono.
“Bien, vale... Ahora resulta que no estás en casa, ¿no? Tienes
cosas que hacer y gente que ver, ¿no? De acuerdo... Volveré a
llamarte más tarde. Tenemos que hablar y arreglar esto, Indie. No
nos merecemos terminar así. Bueno..., te llamo luego. Te quiero...”.
Esperanza titubeó levemente al decir aquellas últimas palabras. No
daba la impresión de estar muy convencida de lo que acababa de
decir, o al menos eso pensó Indie.
La chica colgó e Indie volvió a hundir la cabeza entre las manos
para que las lágrimas no corrieran por sus mejillas.
—Bien hecho, muchacho —dijo,
de repente, una voz aguda y quebrada, que parecía salir de una
garganta oxidada por el paso de miles de años.
Muy lentamente, Indie apartó las
manos del rostro y buscó con la mirada a la persona que había
hablado. Pero no encontró a nadie, estaba solo en la habitación.
—Así aprenderá esa mujerzuela
que contigo no se juega —añadió otra voz diferente, más grave y
temblorosa, como si un anciano estuviese hablando a duras penas desde
las profundidades de un pozo.
—No la llames mujerzuela
—replicó Indie, si saber con quién estaba hablando.
—¿Que no la llamemos
mujerzuela? ¿¡Que no la llamemos mujerzuela, dice!? —repitió la
voz aguda. Los oídos de Indie localizaron su procedencia
rápidamente. Fuese quien fuese, estaba debajo de la cama, y siguió
hablando—. Esa mujerzuela se estaba enrollando hace unos días con
un tipo lleno de tatuajes, mientras tú la esperabas en casa. Si esa
mujerzuela no es una mujerzuela, entonces ya no sé qué es una
mujerzuela —y la voz rió con unas carcajadas que parecían el
carraspeo de un enfermo.
—No te esfuerces —añadió
la otra voz más grave, también desde debajo de la cama—. Este
pobre desgraciado todavía está colado por esa mujerzuela. O si no
fíjate en cómo rebusca todos los días en esa caja de cartón suya,
intentando encontrar alivio entre fotos y recuerdos. Da pena.
—Sí, da pena. Es un despojo de
hombre.
—¡Basta ya! —gritó Indie,
poniéndose de pie—. ¿Quiénes sois y qué hacéis debajo de mi
cama?
Las dos voces rieron traviesas.
Indie no podía soportar la incertidumbre durante más tiempo, de
modo que se arrodilló para mirar bajo la cama. De pronto, unas
garras oscuras asomaron por debajo de la colcha y dieron un palmetazo
contra el suelo. Cuatro brazos, delgados, siniestros y tenebrosos,
asomaron bruscamente por debajo de la cama e hicieron que Indie
cayera de culo por la impresión. Con los ojos muy abiertos, apenas
pudo comprender lo que estaba viendo. Unos brazos asomaban por un
lado, y otros asomaban por otro, como si fuesen tentáculos que se
contonean en el aire sin obedecer la más básica ley de anatomía.
—¿Quieres vernos? —le
preguntó la voz aguda.
—Para vernos solo tienes que
cerrar los ojos —respondió la otra.
—¿Qué rayos sois? ¿Qué
queréis de mí? —Indie se arrastró hasta dar con la espalda en la
pared, ya no podía alejarse más de la cama.
—Venimos a ayudarte —dijeron
al unísono—. Tienes que olvidarte de Esperanza, Indie. Tienes que
olvidarla —el chico negaba con la cabeza al tiempo que escuchaba.
No entendía por qué aquellos extraños seres, ocultos bajo su cama,
habían decidido darle consejo sobre ese asunto—. Fíjate en lo que
te ha hecho. Te ha engañado. Te ha engañado, mientras tú te
preocupabas por ella. Y no ha sido la primera vez, Indie. Siempre te
cuenta que va a cambiar, y luego se repite la misma historia de
siempre. ¿Vas a dejar que las cosas sigan así? Tienes que tomar
cartas en el asunto, Indie. Acaba de llamar y no has contestado.
Bien... Bien... Muy bien... Es un buen comienzo. Ha dicho que volverá
a llamar. ¿Qué harás cuando suene de nuevo el teléfono, Indie?
Dinos, chico estúpido, ¿qué vas a hacer?
Tomó todo el aire que pudo con
respiraciones entrecortadas por el miedo. Momentáneamente, Indie
divisó la puerta de su habitación a unos pasos de distancia. Sintió
unas imperiosas ganas de salir corriendo. Sin embargo, sentía
curiosidad por saber qué más le podían contar aquellos seres.
—Creo que... Creo que, cuando
vuelva a llamar, contestaré. Estoy deseando susurrarle al oído que
la quiero, aunque sea a través del auricular.
—¡No! —chillaron las voces,
con gruñidos casi animales—. ¡No, Indie! No harás eso. Dejarás
que suene, dejarás que salte el contestador, dejarás que hable y
dejarás que se canse. Y así, día tras día hasta que deje de
llamar, Indie. Debes sobreponerte, Indie. No te merece, Indie. Te ha
sorbido el coco, Indie. No haces otra cosa que pensar en ella y
obsesionarte. Te comportas como si tu mente no te perteneciera, como
si tu encefalograma plano dibujara recuerdos de ella nada más. Es
como si estuvieras muerto por dentro, chaval.
—Callaos, por favor.
—No nos callaremos nunca,
Indie. Nos necesitas, Indie. Nos necesitas para salir de esta. Debes
contar con nosotros si quieres salir de este pozo en el que te has
caído tú solo.
—¡No! ¡Callaos! ¡No lo
aguanto más!
Indie se cubrió los oídos con
las manos y salió raudo de su habitación. Clavó la mirada en el
suelo, abrió todas las puertas que encontró, bajó todos los
escalones con los que se topó y continuó caminando sin rumbo. Solo
deseaba avanzar, alejarse, huir y despejarse. Quería dejar de oír
aquellas voces dentro de su cabeza. Cuando por fin dejó de
escucharlas, apartó lentamente las manos de sus oídos y miró
alrededor. Había perdido la noción del tiempo y del espacio. Ya no
estaba en su casa. Ahora, se encontraba en el parque de la ciudad, el
día estaba soleado y podía escuchar el canto de algunos pájaros
que revoloteaban entre los árboles de rama en rama. Aturdido, se
acercó tambaleante al primer banco que encontró para sentarse. Se
dejó caer sobre él y trató de tranquilizarse. Desde la lejanía,
retumbaban las campanas de la catedral. Su eco perdido apaciguó
levemente el dolor de su corazón palpitante. Algo más calmado, se
reclinó en su asiento y disfrutó de la quietud del lugar. No lejos
de allí, se encontró con la mirada de una chica, sentada en otro
banco cercano. La chica estaba leyendo un libro y, de vez en cuando,
sonreía tímidamente mientras lanzaba miradas furtivas en su
dirección. Indie, lejos de sentirse halagado, se sintió molesto.
“Aquella chica no es Esperanza”, pensó. “Entonces ¿por qué
me mira? ¿Por qué me sonríe?”.
Una terrible sensación ardiente
comenzó a cernirse sobre Indie.
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