jueves, 4 de julio de 2013

El manantial (Tercera parte)

¿Te has vuelto loco? ―le preguntó el soldado de la picazón en la cabeza, que salió a su paso y lo obligó a detenerse―. ¿Qué vas a hacer con esa granada? ¿Es que quieres que todo el mundo se entere de que estamos aquí?

Será mejor que me dejes pasar, Kouric. Está claro que alguien ya sabe que estamos aquí, y ese alguien le ha reventado la cabeza a ese dichoso bicho para que nos paremos. ¿Qué quieres que hagamos? ¿Seguir empujando ese peludo apestoso hasta que nos revienten las sienes? ¡Si ni siquiera hemos podido acercarlo al borde del camino!



Tiene que haber otra manera... Si lo volamos, llamaremos demasiado la atención. La explosión se oirá por todo el valle...



Pues dime qué hacemos. Pronto se hará de noche y tenemos que llegar a la base antes del recuento ―lanzó el explosivo al aire para cogerlo de nuevo, como si se tratara de una pelota―. Este trasto es lo más rápido. La base todavía está lejos. Además, si coloco esto dentro del bicho, el mismo cuerpo del camello asfixiará el ruido de la explosión. No se oirá tanto como crees. Hazme caso.



Kouric sopesó mentalmente cada una de las alternativas. Sus ojos recorrieron los rasgos del rostro de su compañero a medida que sus palabras fueron convenciéndolo de que la explosión resultaba ser la opción más rápida y efectiva. Lentamente, comenzó a asentir con la cabeza, al principio de manera casi imperceptible.



Decidíos de una vez ―chilló el sudoroso militar al volante del camión, nervioso y asustado. Sabía que era el más expuesto a la presumible emboscada que no terminaba de llegar.



Abbi no sabía qué debía hacer. Según el plan que había ideado, los soldados se entretendrían empujando el cuerpo del camello y él podría escabullirse sin ser visto hasta la retaguardia del convoy. Sin embargo, en aquel momento, no solo había dos soldados de patrulla, sino que además los otros estaban a punto de volar por los aires la obstrucción del camino. Parpadeó innumerables veces al tiempo que pensaba qué hacer a continuación. Si salía de su escondite, lo vería alguno de los soldados que vigilaban. Si se quedaba quieto y esperaba, los militares reventarían el cadáver, y seguirían su camino como si nada.



Las cosas no habían salido como Abbi había esperado, a pesar de que lo había planeado todo al milímetro. La primera parte de su estratagema había sido sencilla y no había supuesto ningún riesgo para él: llegar a la zona de paso, ejecutar al camello para que cayese en la vía y esconderse hasta que pasara el convoy. Por otro lado, la segunda parte entrañaba todo el peligro que podía acarrear corretear a escondidas entre soldados furiosos y asustados. Abbi había creído que, cuando parasen, los soldados se entretendrían con el camello lo suficiente como para que pudiera acercarse al último todoterreno e introducir un trozo de tela que bajase hasta el depósito de combustible. Luego, procedería a colarse en la parte de carga del camión para coger el manantial, y salir con él de allí cuanto antes. Por último, para asegurarse de que no lo seguirían con los todoterrenos, prendería la tela del depósito para que explotase e impidiese que los soldados diesen media vuelta en sus vehículos.



La noche anterior, cuanto más repasaba su plan, más perfecto le parecía. Sin embargo, la realidad del momento había dado al traste con cada uno de los pasos que vendrían a continuación. No tenía forma de acercarse sin ser descubierto. Y, aunque pudiera, no podría colocar la tela en el depósito, todavía quedaba un soldado dentro del último todoterreno. Abbi quería evitar tener que matar a nadie.



Tenemos que hacerlo ya... ―recalcó el soldado de la granada.



Venga... Adelante... ―y Kouric le permitió el paso.



El joven Abbi, indeciso, tomó la decisión de que lo más sensato sería esperar a que la oportunidad se presentase y pudiese acercarse al convoy. De modo que aguardó pacientemente para descubrir cómo reaccionarían los soldados a la explosión. Probablemente, cuando buscaran protección, quizás pudiera aproximarse al convoy a hurtadillas.



¡Atentos todos! ―gritó el soldado del explosivo, agachado cerca del vientre de pelo sucio del animal, que había abierto en canal con su puñal. Sus compañeros de patrulla corrieron a buscar refugio detrás del primer vehículo. Abbi se fijó en el militar del último todoterreno. Salió de la cabina y se escondió detrás de los faros traseros, justo donde Abbi pretendía ir si se le presentaba la ocasión. Suspiró desesperado y pegó la espalda a la piedra. El muchacho empezó a pensar si seguía siendo buena idea estar allí. Todo le estaba salido del revés, y le rondaba la idea de que solo era cuestión de tiempo que lo encontrasen o que el convoy reanudase la marcha. Aun así, el enorme peso de la responsabilidad obligó a que sus piernas evitaran la huida. Del éxito de su emboscada dependían las vidas de los de su poblado: de su familia y de todas aquellas personas que lo querían y que lo habían visto crecer. Abbi necesitaba conseguir el manantial a toda costa. Aunque ello significase morir en el intento.



¡Fuego en el agujero! ―chilló el soldado, cuando sacó la mano ensangrentada de entre las entrañas del camello, tan solo con la anilla en torno a uno de sus dedos. Aquel militar empezó a correr en busca de cobertura, mientras con una de sus manos controlaba el bamboleo del fusil colgado a su espalda. A Abbi, de espaldas contra la roca, le llamó la atención la fuerza con la que sonaban sus botas contra la tierra. El ruido cada vez se escuchaba con más claridad, con más peligro. El joven no tuvo tiempo de asomarse para comprobar su sospecha, pues el soldado ya había saltado la roca y había apoyado la espalda contra ella. De reojo, vio a Abbi, e incluso le lanzó una mirada rápida, sin tiempo a que su cerebro lo reconociera. Abbi tenía los ojos muy abiertos, y no supo cómo reaccionar. Entonces, durante un segundo eterno, el soldado se le quedó mirando atónito, aún sin asimilar del todo que aquel muchacho no era uno de los suyos.



¡Joder, la rata está aquí! ―y llevó su mano nerviosa al fusil de la espalda.



Abbi no tuvo más remedio que salir de su escondite y correr todo lo rápido que pudo en dirección al camión. A su alrededor, vio que los soldados empezaban a levantar las armas para apuntarle. Abbi hizo lo mismo. Había ideado el plan para evitar tener que usar el fusil, pero ya había llegado a un punto crítico en el que tendría que recurrir a medidas desesperadas. Todo comenzó a moverse muy despacio a su alrededor. El camión parecía que estaba a un millón de kilómetros de distancia y los militares ya alineaban sus ojos con las miras, mientras que Abbi aún no había tenido tiempo de levantar el cañón de su oxidado fusil. Inconscientemente, preparó cada centímetro de su piel para recibir el impacto perforante y desgarrador de innumerables ráfagas de proyectiles. Justo entonces, cuando la tragedia parecía inevitable, la tierra tembló bajo sus pies y una miríada de pedazos de pelaje y carne destrozada comenzaron a volar por los aires. La explosión había hecho pedazos al camello, y también había hecho que los soldados recuperasen momentáneamente sus coberturas para protegerse. Los pies de Abbi se volvieron raudos y lo llevaron hasta el camión, se volvieron ágiles y lo hicieron saltar dentro de la zona de carga. El impulso desmedido hizo que se diera de cabeza contra una caja, mientras escuchaba cómo llovía carne y sangre de camello contra la lona que tenía encima.



¡Id a por ese cabrón enano! ―escuchó Abbi decir al soldado que dirigía a los cinco. El joven pateó sobre el suelo de chapa y retrocedió todo lo que pudo entre las cajas de madera. Apuntó directamente hacia la parte trasera, dispuesto a abrir fuego en cuanto asomara alguien. Parpadeó y se aseguró de que estaba solo allí dentro. Al principio no se había dado cuenta, pero luego pudo leer mejor la inscripción de la caja contra la que se había dado el golpe. En aquella caja transportaban un cargamento de granadas.

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