La enorme mano apareció de
repente muy por encima de la abertura de Foso. Surgió y se interpuso
en la luz con la misma contundencia que la de un astro que bloquea
los rayos del sol. Con el árbol sujeto entre los dedos, la mano se
colocó justo encima del agujero en la tierra, dispuesta a soltarlo
en cualquier momento. Lana, agarrada fuertemente a una rama, miró
abajo, más allá de la bandada asustada de pájaros que volaba por
debajo de ella, y vio que una oscuridad aún más densa que la sombra
del gigante se hundía en las profundidades del Foso. Pronto caería
junto con el árbol, de modo que aprovechó que el gigante estaba
parado y ya no balanceaba el árbol con el vaivén de sus pasos para
reunir valor para trepar hasta la mano y así evitar la caída. Justo
cuando estaba preparada para comenzar a trepar, un repentino mareo le
subió por la garganta y por un instante creyó que perdía el
conocimiento. El gigante ya había tirado el árbol dentro del Foso.
La muchacha no pudo hacer otra
cosa que afianzarse más aún a su rama salvadora y cerrar los ojos
para evitar las náuseas que sentía al dar vueltas y vueltas en la
caída libre. De buenas a primeras, desde detrás de sus párpados
sintió que todo se volvió aun más oscuro al comenzar a descender
por las insondables oscuridades del Foso. Su sentido del equilibrio
la avisó de que el peso del tronco empezaba a hacer de contrapeso e
inclinaba el árbol dejando la copa en la parte alta de la caída.
Lana se encogió y se preparó para el impacto, de seguro seco y
violento, que parecía no llegar nunca. Cuando ya creía que caería
para siempre, llegó el golpe contra el suelo de roca. Las raíces
del árbol quedaron aplastadas bajo el tronco y este comenzó a caer
de lado. La fuerza del choque fue de tal magnitud que los brazos de
Lana poco pudieron hacer para resistirlo y cedieron, haciendo que la
chica cayera entre las ramas hasta caer de espaldas sobre la guitarra
que llevaba. El instrumento quedó destrozado y, sin tiempo para
lamentarse por el dolor de la caída, Lana tuvo que ponerse de pie y
dar un salto para evitar que el tronco cayera en peso sobre su
cuerpo. Lana no se quedó quieta y continuó corriendo a trompicones
en la oscuridad. No estaba segura de si el peligro había pasado. Y
huyó a ciegas hasta que se dio de bruces con una pared de sólida y
húmeda roca. Lana quedó tendida boca arriba, inconsciente en el
fondo de la noche eterna del Foso.
La oscuridad se adueñó así de
la conciencia de Lana Mandala, y el tiempo pasó sin que ella se
diese cuenta.
―¿Estás viva? ―escuchó
Lana, enredada aún en la dulce inconsciencia―. Joven, ¿estás
viva? ―insistió en la pregunta aquella voz femenina.
Conforme fue recuperando la
conciencia, también fue recuperando las sensaciones, y el golpe que
se había dado le hizo recordar de sopetón dónde estaba y qué
hacía allí.
―Mis hermanas... ―murmuró
ella, aún en proceso de despertarse.
Fue entonces cuando recordó la
oscuridad del Foso y, aun más, recordó que allí abajo había caído
ella sola, sin compañía alguna. Como una centella, abrió los ojos
de par en par para ver quién era aquella mujer con la que estaba
hablando. Al abrir los ojos, solamente vio una oscuridad incluso
mayor si cabe a la que percibía con los ojos cerrados. Pataleó en
el suelo hasta que fue consciente de la propia postura de su cuerpo y
se arrastró hasta que su espalda dio con una pared cercana.
―¿Quién eres? ―preguntó,
buscando a tientas en el aire con la palma de la mano.
―Soy Oscuridad, joven
―respondió la voz, con un tono calmado que resonaba con suavidad
en la cavidades oscuras―. Bienvenida al Foso. Aquí me refugio
durante el día.
―¿Desde cuándo la oscuridad
goza del don de la palabra?
―Desde que los gigantes son
capaces de tirar árboles enteros a mi Foso como si de un vertedero
se tratase ―replicó Oscuridad, enfadada―. Este es un lugar
sagrado de descanso y reposo, y ese gigante no deja de abusar de mi
paciencia tirando aquí todo lo que le desagrada.
Lana continuaba palpando el aire
húmedo en busca del cuerpo sólido de su acompañante.
―No te esfuerces, joven ―le
recomendó―. No puedes tocarme. Estoy a tu alrededor, en todas
partes, estos son mis dominios. Y ahora vivirás tus últimos
momentos en este lugar, pues no hay salida alguna. Tan solo la
abertura por la que te acaba de tirar ese gigante, tan descomunal
como desconsiderado.
―No moriré aquí abajo
―contestó Lana, poniéndose de pie apoyándose en la pared de su
espalda―. He venido en busca de mis hermanas. Ese gigante las ha
debido de lanzar aquí, al igual que ha hecho conmigo. He venido a
rescatarlas.
―¿A rescatarlas, dices? ¿Y
cómo las vas a recatar exactamente?
―Encontrándolas.
―¿Y qué harás a
continuación, si es que esas pobres están aquí abajo y siguen
vivas?
―Sacarlas de aquí.
―¿Cómo? La única salida es
también la única entrada. Y si alzas la mirada, podrás encontrarla
allí arriba. Haz la prueba, mira arriba.
Lana obedeció y alzó la mirada
en medio del mar de Oscuridad. Tan solo llegó a distinguir una
estrella en lo alto de la cúpula del Foso.
―Ese punto luminoso que
vislumbras no se trata de una estrella, joven ―aclaró Oscuridad―.
Se trata de tu única salida. Tan lejos que hasta ella no llegará ni
un ápice de esa esperanza que te impulsa a seguir adelante.
―Saldré de aquí con mis
hermanas ―contestó con resolución―. Te guste o no, voy a
encontrarlas y a sacarlas de aquí.
Y Oscuridad guardó silencio.
Lana se sintió con fuerzas recuperadas y comenzó a caminar con
cuidado siguiendo a tientas el muro de su espalda.
―Aguarda, joven ―la
interrumpió Oscuridad―, quizás puedas hacer algo por mí.
―No me interesa.
―A cambio, te puedo decir dónde
están tus hermanas. Yo soy Oscuridad. El Foso es mi hogar. Y, aunque
no son deseadas, conozco dónde se encuentran mis invitadas.
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