jueves, 6 de abril de 2017

Lana Mandala (Segunda parte)

La enorme mano apareció de repente muy por encima de la abertura de Foso. Surgió y se interpuso en la luz con la misma contundencia que la de un astro que bloquea los rayos del sol. Con el árbol sujeto entre los dedos, la mano se colocó justo encima del agujero en la tierra, dispuesta a soltarlo en cualquier momento. Lana, agarrada fuertemente a una rama, miró abajo, más allá de la bandada asustada de pájaros que volaba por debajo de ella, y vio que una oscuridad aún más densa que la sombra del gigante se hundía en las profundidades del Foso. Pronto caería junto con el árbol, de modo que aprovechó que el gigante estaba parado y ya no balanceaba el árbol con el vaivén de sus pasos para reunir valor para trepar hasta la mano y así evitar la caída. Justo cuando estaba preparada para comenzar a trepar, un repentino mareo le subió por la garganta y por un instante creyó que perdía el conocimiento. El gigante ya había tirado el árbol dentro del Foso.

La muchacha no pudo hacer otra cosa que afianzarse más aún a su rama salvadora y cerrar los ojos para evitar las náuseas que sentía al dar vueltas y vueltas en la caída libre. De buenas a primeras, desde detrás de sus párpados sintió que todo se volvió aun más oscuro al comenzar a descender por las insondables oscuridades del Foso. Su sentido del equilibrio la avisó de que el peso del tronco empezaba a hacer de contrapeso e inclinaba el árbol dejando la copa en la parte alta de la caída. Lana se encogió y se preparó para el impacto, de seguro seco y violento, que parecía no llegar nunca. Cuando ya creía que caería para siempre, llegó el golpe contra el suelo de roca. Las raíces del árbol quedaron aplastadas bajo el tronco y este comenzó a caer de lado. La fuerza del choque fue de tal magnitud que los brazos de Lana poco pudieron hacer para resistirlo y cedieron, haciendo que la chica cayera entre las ramas hasta caer de espaldas sobre la guitarra que llevaba. El instrumento quedó destrozado y, sin tiempo para lamentarse por el dolor de la caída, Lana tuvo que ponerse de pie y dar un salto para evitar que el tronco cayera en peso sobre su cuerpo. Lana no se quedó quieta y continuó corriendo a trompicones en la oscuridad. No estaba segura de si el peligro había pasado. Y huyó a ciegas hasta que se dio de bruces con una pared de sólida y húmeda roca. Lana quedó tendida boca arriba, inconsciente en el fondo de la noche eterna del Foso.

La oscuridad se adueñó así de la conciencia de Lana Mandala, y el tiempo pasó sin que ella se diese cuenta.

¿Estás viva? ―escuchó Lana, enredada aún en la dulce inconsciencia―. Joven, ¿estás viva? ―insistió en la pregunta aquella voz femenina.

Conforme fue recuperando la conciencia, también fue recuperando las sensaciones, y el golpe que se había dado le hizo recordar de sopetón dónde estaba y qué hacía allí.

Mis hermanas... ―murmuró ella, aún en proceso de despertarse.

Fue entonces cuando recordó la oscuridad del Foso y, aun más, recordó que allí abajo había caído ella sola, sin compañía alguna. Como una centella, abrió los ojos de par en par para ver quién era aquella mujer con la que estaba hablando. Al abrir los ojos, solamente vio una oscuridad incluso mayor si cabe a la que percibía con los ojos cerrados. Pataleó en el suelo hasta que fue consciente de la propia postura de su cuerpo y se arrastró hasta que su espalda dio con una pared cercana.

¿Quién eres? ―preguntó, buscando a tientas en el aire con la palma de la mano.

Soy Oscuridad, joven ―respondió la voz, con un tono calmado que resonaba con suavidad en la cavidades oscuras―. Bienvenida al Foso. Aquí me refugio durante el día.

¿Desde cuándo la oscuridad goza del don de la palabra?

Desde que los gigantes son capaces de tirar árboles enteros a mi Foso como si de un vertedero se tratase ―replicó Oscuridad, enfadada―. Este es un lugar sagrado de descanso y reposo, y ese gigante no deja de abusar de mi paciencia tirando aquí todo lo que le desagrada.

Lana continuaba palpando el aire húmedo en busca del cuerpo sólido de su acompañante.

No te esfuerces, joven ―le recomendó―. No puedes tocarme. Estoy a tu alrededor, en todas partes, estos son mis dominios. Y ahora vivirás tus últimos momentos en este lugar, pues no hay salida alguna. Tan solo la abertura por la que te acaba de tirar ese gigante, tan descomunal como desconsiderado.

No moriré aquí abajo ―contestó Lana, poniéndose de pie apoyándose en la pared de su espalda―. He venido en busca de mis hermanas. Ese gigante las ha debido de lanzar aquí, al igual que ha hecho conmigo. He venido a rescatarlas.

¿A rescatarlas, dices? ¿Y cómo las vas a recatar exactamente?

Encontrándolas.

¿Y qué harás a continuación, si es que esas pobres están aquí abajo y siguen vivas?

Sacarlas de aquí.

¿Cómo? La única salida es también la única entrada. Y si alzas la mirada, podrás encontrarla allí arriba. Haz la prueba, mira arriba.

Lana obedeció y alzó la mirada en medio del mar de Oscuridad. Tan solo llegó a distinguir una estrella en lo alto de la cúpula del Foso.

Ese punto luminoso que vislumbras no se trata de una estrella, joven ―aclaró Oscuridad―. Se trata de tu única salida. Tan lejos que hasta ella no llegará ni un ápice de esa esperanza que te impulsa a seguir adelante.

Saldré de aquí con mis hermanas ―contestó con resolución―. Te guste o no, voy a encontrarlas y a sacarlas de aquí.

Y Oscuridad guardó silencio. Lana se sintió con fuerzas recuperadas y comenzó a caminar con cuidado siguiendo a tientas el muro de su espalda.

Aguarda, joven ―la interrumpió Oscuridad―, quizás puedas hacer algo por mí.

No me interesa.

A cambio, te puedo decir dónde están tus hermanas. Yo soy Oscuridad. El Foso es mi hogar. Y, aunque no son deseadas, conozco dónde se encuentran mis invitadas.

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