―Cuénteme, Señor Chang, ¿Cómo
se siente hoy?
―No me llame Señor Chang,
doctora. Ya no me gusta ese nombre.
―En la sesión anterior me
dirigí a usted como Señor Chang. ¿Cómo prefiere que me dirija a
usted ahora?
―Por mi nombre verdadero. Me
llamo Superiority. Ese es mi verdadero nombre.
―¿Superiority? ¿El nombre de
su alter ego? Creía que en nuestras conversaciones preferiría
mostrarse como el Señor Chang. ¿No es ese el nombre que le dieron
sus padres? ¿Qué ha pasado con lo de conservar su identidad secreta
ante los demás?
―No... no puedo ser dos
personas al mismo tiempo, ¿sabe? No es práctico, ni tengo tiempo ya
para preocuparme de eso. Además, últimamente llevo este traje casi
todo el tiempo, así que supongo que en realidad soy así. No me lo
puedo seguir negando. Si sigo con una doble vida no podré
sobrellevarlo. Hace que todo sea mucho más difícil. Y ya no lo
soportaba más. Las mentiras, las excusas, el no poder decir quién
soy a todo el mundo. Era demasiado, y me superaba. No era capaz de
controlarlo. De tomar las riendas de mi propia vida, ¿sabe? De modo
que ya no soy el Señor Chang. Soy Superiority. Todo el tiempo.
―De acuerdo, Superiority. ¿Cómo
se encuentra hoy?
―Mal. Muy mal. Como siempre.
―¿Y eso por qué?
―Usted no lo podría
comprender.
―Inténtelo. Puede que le
sorprenda mi capacidad de comprensión.
―Es por los gritos, ¿sabe? Ya
le hablé de ellos en la primera sesión.
―¿Los gritos de socorro?
―Usted no puede escucharlos. No
tiene superoído. Pero yo sí los escucho. Todo el rato. Todos los
días. Desde que descubrí mis habilidades, los llevo escuchando a
todas horas. Personas en peligro que piden auxilio, personas que
sufren y que gritan de dolor, personas desesperadas que claman al
cielo por ayuda. Los escucho a todos. A todas horas. Todo el tiempo.
Siempre hay alguien que necesita ayuda. Y yo... no puedo ayudarlos a
todos.
―¿Desde cuándo lleva
escuchando esos gritos, Superiority?
―Desde que descubrí mis
habilidades, se lo acabo de decir.
―¿Y cuándo fue eso?
―¿Que cuándo fue eso? ¿Es
que no me conoce ni conoce mi vida? Ayer mismo pusieron una película
basada en mí por la tele. Otra de tantas. ¿Es que no conoce mi
historia?
―Me gustaría escuchar su
versión.
―Pues vale... La versión corta
es que a los once años iba en coche con mis padres de vuelta a casa
después de haber ido a visitar a unos tíos míos. Íbamos por la
carretera Oakley, la que atraviesa el bosque. Ya sabe a cuál me
refiero. Y de repente el coche se detuvo porque sí, apareció una
luz brillante en el cielo y tanto mis padres como yo perdimos el
conocimiento. Cuando desperté, ya era de día, no había ni rastro
de mis padres y me di cuenta de que estaba flotando a catorce metros
por encima del bosque. Fue entonces cuando empecé a escuchar las
voces de socorro. Aunque por aquel entonces tan solo eran un susurro
lejano dentro de mi cabeza.
―Entonces lleva desde los once
años de este modo. ¿Por qué has tardado tanto en recurrir a ayuda
profesional?
―¿Bromea? Soy Superiority. El
mismo supertipo que venció al ejército de hombres cangrejo o el
mismo que hizo añicos el cometa inteligente del planeta andrótico.
Pensaba que podía con unas voces dentro de mi cabeza. Pero con el
paso de los años se han vuelto más fuertes y ya hay veces que
incluso me cuesta pensar con claridad. Y, créame, cuando sacas a
toda una familia de un edificio en llamas, necesitas estar plenamente
metido en ello. Estamos hablando de que hay vidas humanas en juego.
Siempre. Todo el rato.
―¿Y qué le hace pensar que
esas voces son reales?
―¿En serio? ¿Está de guasa?
¿Cree que estoy loco y esas voces son cosa mía? No, señora. Todas
esas voces, cada una de esas palabras que oigo, son de personas que
existen. Y, si sigo su procedencia hasta su origen, siempre encuentro
a la persona en peligro.
―¿Le noto nervioso? Desde que
comenzamos la sesión, no ha dejado de mover la rodilla ni de cambiar
su postura en el diván. ¿Está escuchando las voces ahora mismo?
―Siempre las escucho.
―¿Y qué le dicen?
―No es una única voz, es como
una multitud que grita y pide socorro.
―¿Puede distinguir alguna en
particular para que pueda hacerme una idea?
―Pues..., a unas manzanas de
aquí, hay un chico que está pidiendo auxilio. Está solo en casa y
no hay nadie. Estaba haciendo limpieza y un mueble pesado se le ha
caído encima. Un golpe en la cabeza, no se siente las piernas. No
hay nadie que le ayude cerca.
―¿¡Y por qué no va a
ayudarle!?
―Porque, al mismo tiempo, en
las afueras, están atracando a una pareja de ancianos a punta de
pistola, a catorce kilómetros al norte una familia ha perdido el
control de su coche en la subida al pico nevado, y en el país vecino
está teniendo lugar un atraco a mano armada con rehenes en un banco.
Y eso solamente son los gritos que he distinguido en este último
segundo. No puedo salvarlos a todos, doctora. Y eso me está
volviendo loco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario