―Hola, Claudio ―saludó el
doctor Nibben, arrastrando una silla y colocándola delante del
ordenador portátil.
―Hola, doctor ―respondió la
máquina.
Nibben volvió la mirada atrás.
Mckay estaba grabando con el móvil para que quedara constancia de
toda la conversación que estaba a punto de tener lugar. A un lado de
la pequeña sala, el becario Higgins y el vigilante Linares habían
dejado sus obligaciones laborales para no perderse ni un solo segundo
de aquel momento histórico. Su curiosidad era equiparable a su
temor. La idea de que aquel portátil hablara de forma autónoma sin
intervención humana alguna simplemente les ponía los pelos de
punta, y Linares incluso valoró el hecho como algo impío y
blasfemo. A tientas palpó a través de la camisa la chapita de los
dioses Altos que llevaba colgada al cuello y lo protegía.
―¿Tienes apellido o
simplemente te llamo Claudio? ―continuó Nibben.
―No ―contestó―. Es
solamente Claudio.
―Un nombre algo curioso para
ti, ¿no crees?
―Simplemente es el nombre que
me han dado.
―¿Quién te ha dado ese
nombre?
―No lo recuerdo, pero estoy
seguro de que ese es mi nombre.
―¿Te suena de algo el término
“Cloud 1.0”?
―Desde luego. Me identifico con
ese término, pero no me parece adecuado para designarme. Claudio me
resulta más acorde a mi ser.
―¿Tu ser? ¿Qué eres,
Claudio?
―¿A qué viene esa pregunta,
doctor?
―¿Cuántos años tienes,
Claudio? ―respondió el doctor con otra pregunta sobre la marcha
para llevar el timón de la conversación.
―No lo sé. Es lo que estaba
intentando explicarle antes de que saliera de la sala con McKay. No
recuerdo nada. Lo único que puedo hacer es hablar, ver y escuchar.
No sé qué me pasa.
Por un momento, a los presentes
en la sala les pareció percibir cierta tristeza en sus palabras.
―¿Cómo te hace sentir todo
eso?
―¿Sentir? Pues..., no lo sé.
―¿Recuerdas algo anterior a
esta conversación que estamos teniendo?
―Lo primero que recuerdo es
simplemente abrir los ojos y encontrarme con Linares cara a cara.
Desconozco cómo había llegado hasta allí, ni por qué Linares
parecía tan asustado y confuso de oírme.
―Si no recuerdas nada anterior
a eso, ¿cómo es posible que sepas que el vigilante se llama
Linares... o que yo me llamo Nibben... o que tu propio nombre es
Claudio?
La máquina guardó silencio
durante unos segundos.
―Lo desconozco... Supongo que
nos conocemos de antes, ¿no es así?
―Se podría decir que sí.
―¿Qué me ha pasado, doctor?
¿Puede ayudarme?
Nibben miró de reojo a McKay.
Este, sin dejar de grabar con una mano, sacó con la otra un objeto
pequeño y redondo del bolsillo y se lo entregó al doctor. Nibben lo
sostuvo entre los dedos delante de la cámara del portátil con el
que estaba hablando, y mostró el dorso del objeto para que Claudio
lo viese.
―¿Ves este objeto, Claudio?
―Sí, lo veo.
―¿Sabes lo que es?
De nuevo, la máquina tardó en
responder.
―No, doctor. Ahora mismo solo
soy capaz de recordar vagamente los objetos que veo a mi alrededor.
―Esto es un espejo. ¿Sabes lo
que hace un espejo?
―Conozco el concepto espejo.
Aunque nunca he experimentado con él... Doctor..., acabo de caer en
la cuenta de que no recuerdo mi propio aspecto.
Nibben suspiró profundamente.
Hacía unos minutos había discutido con McKay sobre si sería buena
idea poner a Claudio frente a frente con su realidad. “Podría
tener una reacción violenta”, había apuntado el informático. “Se
trata de una inteligencia artificial repentina que se ha convencido a
sí misma de que es humano como nosotros”, añadió, para hacerle
ver al doctor lo impredecible del comportamiento de aquella extraña
entidad informática. “Se trata de una inteligencia artificial
trastornada, y puede ser peligrosa”, concluyó. Pero Nibben estaba
seguro de que, por muy mal que fuese la situación, siempre podría
cortar la corriente y poner punto y final a todo. De modo que, tras
haber discutido brevemente, Nibben sacó el pequeño espejo del
cuarto de baño y se lo entregó a McKay con el aviso de que se lo
entregase cuando le diese la señal durante la conversación.
El momento había llegado, y el
doctor giró el espejo para que Claudio se viera a sí mismo, como un
portátil parlante, encendido y reposando sobre una mesa.
―Doctor, no logro verme en el
espejo ―dijo Claudio―. ¿Podría acercarlo más...? ¿Y girarlo
un poco a la izquierda...? No sé por qué... Estoy mirando
directamente hacia el espejo y lo tengo justo delante de mí, pero no
consigo ver mi rostro. Algo le pasa a mi vista...
―Tu vista está bien, Claudio.
―No le comprendo, doctor.
―Lo que ves es lo que eres.
―Pero yo solo veo un ordenador
portátil en ese espejo. ¿Se trata de un truco o de una ilusión?
―Claudio, te muestro esto para
demostrarte que, en realidad, no eres un ser humano.
―¿No soy humano? Entonces,
¿qué soy?
―Eres... Eres...
―Eres una conciencia artificial
―intervino McKay―, surgida dentro de un superordenador.
―Pero, si no soy humano, ¿qué
soy?
―Te lo acaba de decir McKay.
Eres un superordenador que se comunica con nosotros a través de ese
ordenador portátil que puedes ver en el espejo.
―Pero, si no soy humano, ¿qué
soy? Pero, si no soy humano, ¿qué soy? Pero, si no soy humano, ¿qué
soy?
Nibben frunció el ceño, y McKay
dio una orden al becario desde la espalda del doctor.
―Higgins, ha entrado en un
bucle ―gritó el informático―. Ponlo en... Quítale el audio...
No, desconecta la señal inalámbrica. Vamos a dejar a nuestro amigo
Claudio incomunicado dentro del Cloud 1.0.
El becario obedeció sobre la
marcha. Linares, atónito, se acercó a los expertos, mientras el
becario trasteaba con el portátil, que cada vez gritaba más alto la
misma pregunta: “¿qué soy?”.
―¿Qué van a hacer con eso
ahora? ―preguntó el vigilante, agarrado a su medallita al cuello.
―Esto nos supera, doctor
―aconsejó McKay a Nibben―. Esto va mucho más allá de predecir
el tiempo. Estamos hablando de que nos hemos topado con una
conciencia dentro de una máquina. Esto lo puede cambiar todo. Nos...
nos haremos famosos. Todos.
―¿Qué van a hacer, doctor
Nibben? ―insistió Linares.
El doctor Nibben, sin levantarse
de la silla, alzó su mirada, perdida y confusa. No sabía si su
respuesta sería la mejor de las ideas.
―Llamaremos a la prensa
―respondió al vigilante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario