jueves, 22 de septiembre de 2016

Edith: cuenta atrás - 1

¿Estás bien?", le preguntó Edith a su hermano, posando con cuidado la mano en su hombro. Ezra no se dio por aludido y continuó intentando comunicarse con el hombre misterioso del walkie, quien acababa de anunciarle que iba a morir envenenado en unos pocos minutos. A pesar de sus denodados intentos pulsando el botón del comunicador, el de aquella voz ominosa del otro lado había decidido dejar de hablar definitivamente. Ezra se sacudió la mano de su hermana del hombro y la miró con ojos encendidos de furia.


¿Que si estoy bien? ―lanzó el walkie contra el suelo acolchado de la celda―. ¡Míranos! ¡Nos han secuestrado, Edith! ¡Nos han quitado nuestras cosas y nuestra ropa y nos han encerrado aquí vestidos solo con unas batas! ¡Y encima acabas de escuchar lo que me ha dicho ese pirado! ¡Que me voy a morir, dice! ¿Puedes creerlo? ―y se miró el pequeño punto de sangre seca en el dorso de la mano―. ¿Qué jodida broma es esta? ¿De verdad crees que me voy a morir?

La muchacha abrió la boca, pero fue incapaz de articular palabra alguna para tranquilizarlo. Sus últimos días habían estado plagados de sucesos increíbles. Había sido capaz de volar. Había sido capaz de mover objetos con la mente. Y, hacía unos escasos momentos, acababa de descubrir su habilidad de leer mentes y, la más aterradora de todas, su capacidad de hacer desaparecer a cualquiera solo con pensarlo. El simple hecho de recordar esta última destreza le provocó un nudo en el estómago y se esforzó mentalmente todo lo posible para no pensar por accidente en que su hermano desapareciera y borrarlo de la existencia por error. Sin embargo, una posible solución surgió de aquella terrible idea no deseada.

Puedo hacer que desaparezca ―le dijo a Ezra de buenas a primeras.

¿Qué dices? ―preguntó él, con cara nerviosa y mirada preocupada―. Que desaparezca el qué.

El veneno.

¿Sabes dónde está el antídoto? ―y la cogió por los hombros―. ¿Qué hacemos aquí perdiendo el tiempo entonces?

No, no sé dónde está el antídoto ―aclaró separándose con delicadeza de su hermano―, pero puedo hacer que el veneno desaparezca.

¿¡Cómo!?

La joven cerró los ojos y se concentró en Ezra. Trató de verlo con la mente en lugar de con los ojos, y enfocó su atención en el latido de su corazón y en la sangre que recorría todo su cuerpo. Las ramificaciones del sistema circulatorio se dibujaron en la oscuridad detrás de sus párpados, y entonces Edith deseó que el veneno desapareciera para siempre del organismo de Ezra. Sin embargo, Edith no apreció ningún cambio. Su corazón seguía bombeando sangre con aparente normalidad por el sistema circulatorio dibujado en la negrura de su mente. Sin más, ella abrió los ojos.

Ya está ―dijo Edith.

¿Ya está? ―preguntó su hermano―. ¿Cómo que ya está?

He deseado que desaparezca el veneno.

¿Que has deseado qué? Edith, joder, no me vengas con esas ahora.

En serio, Ezra. Créeme. Puedo hacer que pasen cosas solo con pensarlas.

¿Ah, sí? ¡Vaya, pues eso nos viene bien, hermanita! Pues venga, desea que salgamos de aquí y que volvamos a casa, a ver qué pasa.

Edith guardó silencio y se sintió afrentada por el tono brusco de su hermano. Hizo un intento de desear esacapar con todas sus fuerzas, pero su instinto le decía claramente que no iba a funcionar.

Eso no puedo hacerlo, Ezra. No funciona así.

¿Y cómo voy a estar seguro entonces de que me has curado? ¿Tengo que sentarme y esperar a ver si me muero o no? No, para nada. Lo que tenemos que hacer es hablar con ese tipo del walkie y llegar a algún tipo de acuerdo.

A pesar de que la condición para conseguir el antídoto era entregarse, Edith estaba plenamente dispuesta a hacer cualquier cosa para salvar la vida de su hermano mayor.

Pues debemos darnos prisa, Ezra ―e intentó cogerlo de la mano.

¿Y cómo vamos a salir aquí a tiempo de todas formas? Si ni siquiera... Joder, mira a tu alrededor... Estamos en unas celdas acolchadas como si fuéramos locos peligrosos y ni siquiera sé dónde está este sitio ni cuánto tiempo llevamos aquí dentro metidos. Nada de esto tiene ningún sentido, joder.

Ezra estaba teniendo un ataque de nervios, y el poco tiempo del que disponían seguía pasando. Ella se acercó despacio a Ezra con las palmas de las manos hacia abajo para tratar de calmarlo y para que reaccionara. Justo entonces, la joven sintió algo extraño en el espacio vacío a su espalda, como si un radar mental detectase un objeto sólido ocupando de repente las proximidades. Su piel se erizó. Alguien se estaba acercando.

¿Hola? ― se oyó preguntar en alto a una voz temblorosa desde el pasillo.

Edith ordenó a su hermano que guardara silencio colocándose el dedo delante de los labios, se giró hacia la puerta abierta de la celda y se concentró en la nueva e inesperada presencia que se acercaba por el pasillo. En su cabeza, Edith supo que aquella persona venía desarmada, y tan solo portaba un mensaje que le habían dado para ellos dos. Con una mano, colocó a su hermano detrás de ella y ambos retrocedieron varios pasos hasta darse de espaldas con el fondo de la celda. Un guardia apareció bajo el umbral, despacio y con las manos en alto.

Me envía Sabio ―aclaró rápidamente, mostrando en todo momento las palmas muy altas―. Es con quien habéis estado hablando por el walkie ―carraspeó―. Él quiere que cojáis el walkie y me...

...Sigáis ―terminó la frase ella―. Si queremos el antídoto, claro ―compartió una mirada de consulta con su hermano. Edith sentía su miedo y sus dudas ahogando su corazón, pero él asintió nervioso, en silencio, y sin apartar su mirada febril y rabiosa de aquel guardia.

Ve delante”, ordenó Edith al hombre uniformado. Ezra recogió el walkie y los hermanos lo siguieron a una distancia prudencial. El guardia abrió la puerta enrejada del final del pasillo y la atravesaron. Subieron varios pisos por las escaleras hasta llegar a la entrada de un gran vestíbulo. El guardia caminaba a paso ligero, cerrando los puños de vez en cuando a causa de su nerviosismo. Edith también percibía su miedo. Aquel hombre fornido también había visto las grabaciones de seguridad, y temía que ella lo hiciera desaparecer. Lo leía en sus movimientos temblorosos, lo leía en la rigidez de su cuello, lo leía en sus pensamientos desordenados.

Si este es el vestíbulo, ¿dónde rayos está la puerta? ―preguntó Ezra.

Edith echó un vistazo alrededor sin dejar de caminar y comprobó que su hermano tenía razón. No había puerta de entrada ni salida, ni tampoco ventanas, tan solo una gran sala luminosa y vacía de paredes blancas y suelo de mármol pulido. Ambos descubrieron que se dirigían hacia las puertas de un ascensor.

Tan solo nos queda subir ―comentó el guardia, que introdujo una pequeña llave en el panel de la pared y pulsó el botón del ascensor, que se iluminó inmediatamente con una tenue luz azul parpadeante.

El guardia se cuadró y tragó saliva de cara a la puerta, pero en ningún momento se dio media vuelta. Edith notó la piel de gallina de él y leyó sus pensamientos una vez más. Este pensaba una y otra vez en su novia y en las ganas que tenía de volver a verla. Estaba convencido de que Edith era una bruja y que lo mataría si la miraba directamente a los ojos.

¿Sabes que vamos de cabeza a una trampa, no? ― le susurró Ezra a ella al oído.

No te separes de mí, y no te pasará nada.

¿Tienes un plan? ¿Vas a sacarnos de aquí volando con el antídoto o qué?

No era mala idea, pero primero tenía que conseguir que le administrasen el antídoto a Ezra. Y estaba segura de que no se lo iban a dar por las buenas. No estaba segura de si ese plan que acababa de idear funcionaría, pero, desde hacía un rato, se había concentrado en generar un campo protector invisible alrededor de ellos dos. Aunque dudaba de su efectividad, su mente lo notaba con total claridad: imperceptible para el resto, pero sólido y firme como una esfera de cristal blindado para su hermano y ella.

Sonó el timbre y se abrieron las puertas del ascensor. El espacio dentro era reducido, y no le quedó más remedio que incluir dentro de su burbuja al guardia, aunque en un compartimento separado, por si trataba de atacarlos dentro. Aquel asustado hombre de uniforme no se daba cuenta, pero en aquel momento estaba encerrado dentro de una burbuja blindada con la bruja de veintidós años a la que tanto temía.

Sintieron un repentino empuje hacia arriba y comenzaron a subir, el guardia a un lado, y los hermanos al otro. Edith buscó con la mirada, pero no encontró ninguna pantalla que le informara de a qué piso se dirigían.

¿Adónde vamos? ―preguntó Ezra.

Pero no hubo respuesta en un principio.

Vosotros, fuera ―respondió el guardia tras unos segundos, justo antes de que el ascensor se detuviera y se abrieran las puertas.

Lo que había al otro lado era un gran espacio vacío, plano, oscuro y polvoriento. Apenas podían ver nada a causa de la oscuridad casi total. La única luz que percibían era la que se proyectaba desde el interior del propio ascensor, que les permitía ver una pequeña porción del suelo llano de cemento de fuera―. Salgan y esperen indicaciones ―les informó.

Ezra, ansioso, fue el primero en salir, y su hermana fue detrás para que no saliera de la burbuja protectora. Miró atrás y vio al guardia aliviado volviendo a pulsar el botón para bajar. Las puertas se cerraron. Por fuera, tenían el aspecto de un armario viejo de metal oxidado.

¿Es de noche...? ―se sorprendió Ezra―. ¿Qué coño es este sitio, hermana?

Percibieron el olor a polvo y humedad, y sus ojos no tardaron en hacerse a la oscuridad del lugar. La luz de la luna llena se filtraba por el techo destrozado, cuyos paneles colgaban o simplemente no estaban en su lugar. Pocos eran los que todavía permanecían allí arriba, tan arriba que parecían estar a la misma altura de las estrellas. La amplitud del sitio llegaba a dar vértigo.

¿Es un jodido hangar abandonado? ―se aventuró a deducir él, algo desorientado y con los brazos cruzados con fuerza sobre el pecho―. Joder, ¿es que estábamos antes bajo tierra? ¿En serio? ¿Y qué coño hacemos ahora solos en un jodido hangar abandonado? ¿Y el antídoto?

Mientras Ezra no dejaba de hacerse preguntas en voz alta, Edith permanecía en silencio y atenta a su lado. Se concentró en los alrededores pero no captó ninguna presencia.

El altavoz del walkie crepitó y volvió a escucharse la voz de Sabio. Ezra, desesperado, se acercó el walkie a la oreja para escuchar mejor.

Muy bien ―comenzó a decir Sabio―. Ya estáis fuera, y no os queda mucho tiempo. Dirigíos hacia la entrada del hangar inmediatamente.

Edith trató de localizar a ese tal Sabio sin éxito. También se esforzó en tratar de leer sus pensamientos, pero tampoco lo logró. Supuso que aquel individuo misterioso conocía las habilidades de ella mejor que ella misma, y se aseguraba de su bienestar manteniendo siempre las distancias.

Necesito el antídoto cuanto antes ―apremió Ezra hablando por el walkie―. ¿Dónde está?

Cada cosa a su tiempo, señor. No perdáis ni un segundo y primero id hacia la puerta. Allí encontraréis en el suelo una nota con instrucciones. Seguidlas al pie de la letra o de lo contrario no habrá antídoto para ti.

Y el canal de comunicación volvió a cortarse. Los dos miraron al frente, hacia la entrada iluminada por los haces de luz plateada de luna en medio de la oscuridad polvorienta y clara de la noche estrellada. Ezra no lo soportaba más y fue corriendo hacia el lugar.

¡Espera! ―le gritó Edith, quien salió corriendo tras su insensato y desesperado hermano. Su instinto no paraba de susurrarle que algo no iba bien.

Cuando Ezra llegó al lugar de la entrada, se paró en seco y clavó la mirada en el suelo. Al segundo, Edith se colocó a su altura y miró al mismo lugar. Ambos estaban en el umbral de la descomunal puerta por donde hacía años habían entrado y salido aviones. Pero ahora, lo que más poderosamente atraía su atención era aquel objeto del suelo.

¿De qué va esto? ―preguntó Edith.

A sus pies había un objeto negro colocado encima de un trozo de papel doblado. Ezra recogió el objeto del suelo. Parecía un mando a distancia que terminaba en dos cuernos en uno de sus extremos. Apretó el botón que tenía en un lateral y un arco eléctrico apareció con violentos restallidos entre los cuernos. Compartió una mirada atónita con su hermana.

Es un táser ―aclaró él, sosteniendo por primera vez en su vida un arma de ese tipo en las manos.

Edith recogió inmediatamente la nota del suelo. La leyó con los ojos muy abiertos y se llevó la mano a la boca.

¿Qué pone la nota, Edith?

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