jueves, 1 de septiembre de 2016

Edith: resultados

¿Qué hace usted aquí? ―preguntó el doctor Miller según entró por la puerta del despacho.

La habitación rectangular tenía las paredes de madera color caoba. Al otro lado de la robusta mesa del centro, Sabio se reclinó en la silla repetidas veces como si fuera un balancín.

Podría acostumbrarme a esto ―dijo―. Trabajar sentado, en lugar de estar todo el santo día de aquí para allá resolviendo los problemas de los demás.

¿Dónde está el señor Misho? Este asunto es de vital importancia y debería estar aquí. No pienso hablar con nadie más que con él.

Tranquilícese, mi buen doctor ―y Sabio apoyó los codos en la mesa―. Yo tengo plena autoridad aquí. Y me la ha dado directamente el señor Misho ―Sabio se colocó la mano en el corazón―. Palabrita.

El doctor Miller negó con la cabeza furioso, hizo aspavientos con la tableta que llevaba en la mano y se dio media vuelta para salir del despacho del señor Misho. Justo cuando se dispuso a abrir la puerta, sonó el pestillo y se trancó la puerta.

¿Ha visto? ―preguntó Sabio con socarronería―. Con este botón puedo cerrar desde aquí sin que ni siquiera tenga que levantarme. Desde luego, podría acostumbrarme a esto. Aun así, voy a contenerme y no voy a poner los pies sobre la mesa todavía. Eso... sería excesivo. A menos que tenga buenas noticias para mí en esa tableta que trae ahí. Ande, venga aquí y hable conmigo.

Miller apretó los labios y se giró para ver a Sabio. Se acercó a regañadientes y se sentó frente a él, pero no dijo nada.

No esperará a que le pregunte, ¿verdad? ―le instó Sabio.

Vale... ―suspiró―. Tenga en cuenta que con tan solo un día apenas he podido llevar a cabo pruebas en profundidad, pero he encontrado irregularidades más que llamativas en la fisonomía y el funcionamiento. Estas irregularidades son nuevas, y han aparecido en el transcurso de meses, pues durante su recuperación conmigo después del accidente, el estado de Edith había sido el de cualquier muchacha de su edad.

¿Edith? ¿La llama por su nombre? ¿Se ha hecho amigo de ella acaso? ¿Le debe dinero o algo así? Bueno, me da igual. ¿Algún problema? ¿Consiguió que “la paciente” se mantuviese inconsciente todo el rato?

Sí, bueno, ha estado inconsciente durante todas las pruebas, pero esa ha sido una de las primeras irregularidades. Ha demostrado una resistencia sobrehumana a los sedantes y se le ha tenido que administrar hasta el cuádruple de las dosis recomendadas para conseguir que... “la paciente” estuviera totalmente inconsciente durante las pruebas.

Ya... inconsciente y sin levantar viento, ¿verdad? Muy bien. Entonces, lo que sabemos hasta ahora es que la paciente sabe volar, sabe levantar la brisa y es resistente a los tranquilizantes, cosa que, por cierto, ya sabía después de haberle tenido que clavar otro sedante en el helicóptero. ¿Qué más “novedades” tiene para mí, doc?

Bueno, lo poco que he podido descubrir no es nada bueno para el laboratorio.

A ver, sorpréndame.

Los análisis a simple vista muestran resultados normales, pero en la sangre hemos identificado pequeñas cantidades de una sustancia desconocida que, de haberla capturado la policía, hubiera hecho saltar las alarmas en cualquier hospital. Y parece ser que la sustancia va aumentando su presencia en la sangre a medida que pasa el tiempo. Aún no la he podido identificar, no es la fórmula que le administré, pero comparte algunos componentes similares. Es como si su cuerpo hubiese asimilado y metabolizado la fórmula y la hubiese transformado en algo distinto. Ahora mismo, esa sustancia fluye por todo su cuerpo y, poco a poco, está convirtiendo su sangre en algo diferente a cualquier cosa que hayamos conocido.

Vale, tiene sangre rara, y cuánto más tiempo pase más rara se va a volver. ¿Esa sangre rara la va a terminar matando o le va a dar nuevas habilidades?

No lo sé.

¿Algo más?

Sí... Luego está el escáner... que, ciertamente, también ha sido sorprendente. Sobre todo el cerebro. Sus conexiones neuronales se han multiplicado y su cerebro se enciende completamente ante cualquier estímulo.

Entonces es un cerebrín. Vaya... Eso me hace sentir bien, porque fui yo quien la encerró en esa jaula. Fui más listo que la chica más lista. A lo mejor debería hacerme esas pruebas a mí también, doc.

El caso es que ella aún no es consciente de su enorme potencial. Porque, cuando se dé cuenta, no habrá forma de detenerla.

Aquellas palabras sacudieron a Sabio como un rayo y, de pronto, pareció prestar mucha más atención.

¿A qué se refiere, buen doctor?

Es solamente una teoría, pero..., con sus capacidades, lo de volar o mover el aire a voluntad es solo una parte minúscula de lo que “la paciente” será capaz de hacer. Podría incluso llegar a manipular mentes o alterar la realidad.

¿Manipular mentes o alterar la realidad? ¿Ahora es una jodida mutante, profesor Xavier? ¿Está usted hablando en serio?

Nadie sabe hasta dónde puede llegar su desarrollo. Podría llegar a ser más que un ser humano mejorado. Podría llegar a ser algo parecido a una diosa.

Sabio frunció el ceño.

¿Ha creado usted una diosa solo con una jeringuilla y sus buenas intenciones?

No... no lo sé. Pero podría ser ―un tímido brillo de orgullo profesional asomó fugazmente en sus ojos.

Y esa diosa podría estar cabreada con nosotros cuando despierte, ¿verdad?

Teniendo en cuenta que hemos secuestrado a su hermano y a ella, no sé. ¿Usted qué opina, “Sabio”? ―Miller le contestó con el tono enfadoso con el que siempre hablaba Sabio.

Deje que lo consulte ―Sabio se llevó de nuevo la mano al corazón y sacó un teléfono móvil del bolsillo interior de su chaqueta― Sí, señor Mishu. ¿Ha escuchado bien la conversación? ¿Sí? De acuerdo. ¿Acción inmediata? Desde luego. Así se hará, señor.

El doctor Miller miró en silencio cuando Sabio cortó la llamada.

¿Era el señor Mishu?

Sabio asintió.

¿Ha estado escuchando toda la conversación?

Sabio asintió otra vez y se levantó de la mesa. Salió del despacho con paso decidido y enfiló el pasillo abrochándose los botones de su americana. Miller salió detrás de él preguntando una y otra vez qué iba a hacer.

Según usted, esa “paciente” puede llegar a tener poder ilimitado ―respondió Sabio doblando la esquina del pasillo, bajando las escaleras y atravesando la puerta enrejada que conducía a las celdas―. A mí me parece una jodida locura, pero no podemos tener a alguien así aquí dentro más tiempo. Es como guardar una bomba de relojería en un armario y esperar que, por arte de magia, no termine explotando.

El doctor Miller apenas podía mantener el ritmo acelerado de sus pasos. Cuando llegaron a la altura de la celda de Edith, ordenó a los dos guardas de los lados que abrieran la puerta y se apartaran. En la celda acolchada de dentro, Edith yacía inconsciente sobre el suelo, con el pelo revuelto y un fino hilo de baba goteando por la comisura de sus labios.

¿Va a soltarla sin más? ―le preguntó Miller, escandalizado.

Véalo así si le hace feliz. Es demasiado peligroso tenerla aquí.

De modo que Sabio cogió uno de los fusiles de los guardias, poyó la culata en el hombro y apuntó directamente a la cabeza de la chica. Ella parecía estar desperezándose entre tanto alboroto. Balbuceó algo incomprensible y levantó tímidamente la mirada desenfocada. Tan solo llegó a ver un borrón delante de ella.

¿¡Pero qué hace!? ―chilló Miller.

Órdenes de arriba.

Sabio abrió fuego. La ráfaga corta de balas atravesó el cráneo de Edith y su sangre salpicó por todas partes.

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