Apenas había dormido la noche
anterior. Edith esperaba sentada en un banco del parque a que llegara
su amiga Patri. Nerviosa, no dejaba de mover el pie de arriba abajo.
Se sentía inquieta e inestable, como si hubiese perdido el marco de
referencia de su propia personalidad. El teléfono móvil comenzó a
zumbar. Lo sacó del bolsillo y vio el nombre de su hermano Ezra en
pantalla. Edith suspiró profundamente y se mantuvo firme en su
decisión de no contestar. Ya era la séptima vez que la llamaba
aquella mañana, pero a ella no le apetecía escuchar los reproches y
las ideas absurdas de él. Dejó que vibrara hasta que su hermano se
dio por vencido. Consultó el reloj. Ya eran las once menos cinco.
Cambió de postura apoyando las manos en el asiento. Cuando miró al
sendero de tierra de su izquierda, vio aparecer a Patri, quien la
saludaba efusivamente con una amplia sonrisa. Edith no se había
percatado de ello, pero también sonreía y, por un segundo, de su
cabeza desaparecieron todas las preocupaciones.
―¡Vaya, vaya, vaya! ―le dijo
Patri, parándose delante de ella con los brazos en jarra―. Pero si
es la paciente de las once. ¿Está preparada para la sesión de hoy?
De pronto, a la cabeza de Edith
regresaron todas y cada una de las sesiones que había tenido con
Patri. Después del accidente, ella se había encargado de su
rehabilitación. Fue una etapa larga y dura para Edith, pero Patri
ayudó a hacerla más llevadera. Ejercicio tras ejercicio, masaje
tras masaje, lo que empezó como una relación entre paciente y
fisioterapeuta derivó en una relación de amistad.
―¡Qué dices! ―replicó
Edith―. No me lo recuerdes, por favor. Todavía tengo pesadillas
con tus masajes. ¿Qué tal estás, Patri? ―se levantó y la besó
en la mejilla.
―Bien, bien. Aunque, ya sabes,
siempre se puede estar mejor ―se sentó a su lado―. Sobre todo
ahora, que no tengo trabajo.
―¡Qué dices! ¿Dejaste el centro?
―Hicieron que lo dejara, más bien. Lo de
siempre, demasiadas nóminas y poco dinero. Y yo era la más nueva,
así que...
―Vaya, lo siento mucho. ¿Desde
cuándo...?
―Va para un mes. Por eso me ves
por aquí a esta hora y con esta dichosa carpeta. Voy por ahí
repartiendo currículos donde creo.
―¿Y cómo lo ves? ¿Hay
posibilidades de encontrar algo en algún sitio?
Ella se encogió de hombros, y
cambió de tema.
―¿Y tú qué tal? Me imagino
que ya las piernas no te dan problemas. ¿Te has apuntado ya a esas
clases de salsa que decías? Espero que no, porque quedamos en que me
avisarías.
―No, descuida. No me he
apuntado a nada. Las piernas van bien, muy bien. Igual que antes del
accidente, pero...
Escuchar ese “pero” llamó
poderosamente la atención de Patri. Edith se sorprendió a sí misma
a punto de confesar sus nuevas habilidades ante ella.
―¿Pero? ―la interrogó
Patri, para que continuara con su frase.
―Pero echo de menos verte a
diario ―respondió ella, desviándose hábilmente de lo que en un
principio quería decirle.
―¡Oh! Ya eso solo se merece
que te invite a un café. ¿Vamos? ―se puso de pie y le ofreció la
mano para que se levantara también.
Edith se tomó unos segundos para
reflexionar sobre si decírselo o no. Aceleró el ritmo de sus
pensamientos cuando vio que Patri comenzaba a notarla extraña. De
modo que se propuso olvidarse de la realidad y centrarse en
distraerse con su amiga. Tomó su mano y se puso de pie a su lado.
Patri dirigió el camino.
―Estás un poco rara, Edith.
¿Te pasa algo?
―No, es que estoy un poco
zumbada.
―Bueno, eso es normal en ti, no
vayas al médico ni nada. Pero te noto distraída, como si por dentro
estuvieses dándole vuelta a algo.
―Es que anoche no dormí muy
bien, solo es eso.
―Entonces ese café nos vendrá
bien a las dos. Yo anoche me acosté tardísimo y luego esta mañana
me despertó el móvil. ¡Agh! No dejaba de vibrar una y otra vez. Ya
me han enviado el mismo vídeo en cinco grupos diferentes. La gente
lo está flipando con eso.
―¿Qué vídeo?
―El de la chica libélula. ¿No
lo has visto?
Edith no sabía a qué se
refería. Patri se detuvo y comenzó a pasar el pulgar por la
pantalla de su móvil.
―Mira ―le dijo ofreciéndole
su teléfono―. Yo creo que es un fake. Vamos, tiene que serlo.
Edith vio un vídeo en blanco y
negro que mostraba una piscina desde arriba, como si se hubiese
grabado desde lo alto de una torre. Era de noche y las fachadas
blancas contrastaban con las sombras. Edith recorrió la escena con
la mirada, y se encontró con dos siluetas oscuras. Una estaba quieta
al lado de la piscina, y la otra flotaba por encima del agua como si
danzara en el aire. Los ojos de Edith se abrieron de par en par y
entregó inmediatamente el teléfono a su amiga. Rebuscó en su bolso
en busca del suyo.
―¡Pero si acaba de empezar!
―le dijo Patri―. Luego aparece un vigilante y la cosa se anima.
Por lo visto el tío declaró ante la poli y todo, y dice que lo que
se ve es verdad, que él lo vio. Dijo que la chica volaba como una
libélula ―resopló―. Menuda trola, Edi...
Pero Edith estaba pálida.
Acababa de leer el mensaje que su hermano le había enviado.
“Contesta, joder. Había
cámaras. Saben quiénes somos. No vayas a tu piso”.
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