jueves, 28 de julio de 2016

Edith: amiga

Apenas había dormido la noche anterior. Edith esperaba sentada en un banco del parque a que llegara su amiga Patri. Nerviosa, no dejaba de mover el pie de arriba abajo. Se sentía inquieta e inestable, como si hubiese perdido el marco de referencia de su propia personalidad. El teléfono móvil comenzó a zumbar. Lo sacó del bolsillo y vio el nombre de su hermano Ezra en pantalla. Edith suspiró profundamente y se mantuvo firme en su decisión de no contestar. Ya era la séptima vez que la llamaba aquella mañana, pero a ella no le apetecía escuchar los reproches y las ideas absurdas de él. Dejó que vibrara hasta que su hermano se dio por vencido. Consultó el reloj. Ya eran las once menos cinco. Cambió de postura apoyando las manos en el asiento. Cuando miró al sendero de tierra de su izquierda, vio aparecer a Patri, quien la saludaba efusivamente con una amplia sonrisa. Edith no se había percatado de ello, pero también sonreía y, por un segundo, de su cabeza desaparecieron todas las preocupaciones.

¡Vaya, vaya, vaya! ―le dijo Patri, parándose delante de ella con los brazos en jarra―. Pero si es la paciente de las once. ¿Está preparada para la sesión de hoy?

De pronto, a la cabeza de Edith regresaron todas y cada una de las sesiones que había tenido con Patri. Después del accidente, ella se había encargado de su rehabilitación. Fue una etapa larga y dura para Edith, pero Patri ayudó a hacerla más llevadera. Ejercicio tras ejercicio, masaje tras masaje, lo que empezó como una relación entre paciente y fisioterapeuta derivó en una relación de amistad.

¡Qué dices! ―replicó Edith―. No me lo recuerdes, por favor. Todavía tengo pesadillas con tus masajes. ¿Qué tal estás, Patri? ―se levantó y la besó en la mejilla.

Bien, bien. Aunque, ya sabes, siempre se puede estar mejor ―se sentó a su lado―. Sobre todo ahora, que no tengo trabajo.

―¡Qué dices! ¿Dejaste el centro?

Hicieron que lo dejara, más bien. Lo de siempre, demasiadas nóminas y poco dinero. Y yo era la más nueva, así que...

Vaya, lo siento mucho. ¿Desde cuándo...?

Va para un mes. Por eso me ves por aquí a esta hora y con esta dichosa carpeta. Voy por ahí repartiendo currículos donde creo.

¿Y cómo lo ves? ¿Hay posibilidades de encontrar algo en algún sitio?

Ella se encogió de hombros, y cambió de tema.

¿Y tú qué tal? Me imagino que ya las piernas no te dan problemas. ¿Te has apuntado ya a esas clases de salsa que decías? Espero que no, porque quedamos en que me avisarías.

No, descuida. No me he apuntado a nada. Las piernas van bien, muy bien. Igual que antes del accidente, pero...

Escuchar ese “pero” llamó poderosamente la atención de Patri. Edith se sorprendió a sí misma a punto de confesar sus nuevas habilidades ante ella.

¿Pero? ―la interrogó Patri, para que continuara con su frase.

Pero echo de menos verte a diario ―respondió ella, desviándose hábilmente de lo que en un principio quería decirle.

¡Oh! Ya eso solo se merece que te invite a un café. ¿Vamos? ―se puso de pie y le ofreció la mano para que se levantara también.

Edith se tomó unos segundos para reflexionar sobre si decírselo o no. Aceleró el ritmo de sus pensamientos cuando vio que Patri comenzaba a notarla extraña. De modo que se propuso olvidarse de la realidad y centrarse en distraerse con su amiga. Tomó su mano y se puso de pie a su lado. Patri dirigió el camino.

Estás un poco rara, Edith. ¿Te pasa algo?

No, es que estoy un poco zumbada.

Bueno, eso es normal en ti, no vayas al médico ni nada. Pero te noto distraída, como si por dentro estuvieses dándole vuelta a algo.

Es que anoche no dormí muy bien, solo es eso.

Entonces ese café nos vendrá bien a las dos. Yo anoche me acosté tardísimo y luego esta mañana me despertó el móvil. ¡Agh! No dejaba de vibrar una y otra vez. Ya me han enviado el mismo vídeo en cinco grupos diferentes. La gente lo está flipando con eso.

¿Qué vídeo?

El de la chica libélula. ¿No lo has visto?

Edith no sabía a qué se refería. Patri se detuvo y comenzó a pasar el pulgar por la pantalla de su móvil.

Mira ―le dijo ofreciéndole su teléfono―. Yo creo que es un fake. Vamos, tiene que serlo.

Edith vio un vídeo en blanco y negro que mostraba una piscina desde arriba, como si se hubiese grabado desde lo alto de una torre. Era de noche y las fachadas blancas contrastaban con las sombras. Edith recorrió la escena con la mirada, y se encontró con dos siluetas oscuras. Una estaba quieta al lado de la piscina, y la otra flotaba por encima del agua como si danzara en el aire. Los ojos de Edith se abrieron de par en par y entregó inmediatamente el teléfono a su amiga. Rebuscó en su bolso en busca del suyo.

¡Pero si acaba de empezar! ―le dijo Patri―. Luego aparece un vigilante y la cosa se anima. Por lo visto el tío declaró ante la poli y todo, y dice que lo que se ve es verdad, que él lo vio. Dijo que la chica volaba como una libélula ―resopló―. Menuda trola, Edi...

Pero Edith estaba pálida. Acababa de leer el mensaje que su hermano le había enviado.

Contesta, joder. Había cámaras. Saben quiénes somos. No vayas a tu piso”.

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