El silencio era casi total.
Únicamente el sonido acuático de la piscina rompía la quietud
incómoda y tensa que se había adueñado de la noche. Ezra se
acomodó las gafas de sol que ocultaban su rostro y se interpuso
entre el vigilante armado y su temblorosa hermana, tan helada de frío
como congelada de miedo.
―Oye ―empezó a decirle Ezra
al vigilante, manteniendo las palmas de las manos a la vista para
tranquilizarlo un poco―. Cálmate, ¿vale? No hace falta que nos
apuntes con eso.
El vigilante apuntó directamente
la luz de la linterna hacia la cara de Ezra y afianzó las botas en el camino
de cemento.
―Ya lo creo que sí hace falta.
Tu novia aquí acaba de volar como una jodida libélula, y de aquí
no se mueve nadie hasta que llegue la policía.
―Oye, ella no es mi... ―Ezra
se calló para no dar más información de la necesaria―. ¿Volar?
¡Pero qué...! ¡Qué dices, tío! Y, mira, n-no hace falta que
metas a la policía en esto. Solo nos hemos colado para que se tirara
del trampolín y se diera un baño. Ya está. Nos podemos ir y en
paz. No volverá a pasar, de verdad.
―Haberlo pensado antes y haber
venido de día. ¡Y deja de acercarte de una puta vez, joder! ¿Crees
que no me doy cuenta? ¡Quédate quieto donde estás o te juro por
Los Altos que te vuelo una rodilla!
―¿De verdad crees que somos
mala gente? ¡Pero mírala! Y yo voy desarmado ―Ezra hizo como si
se cacheara a sí mismo―. ¿Ves? Joder, si ni siquiera nos hemos
traído la toalla. ¿De verdad crees que es necesario que nos apuntes
con eso? Alguien podría hacerse daño sin querer.
―Cállate de una puta vez,
bocazas. Y siéntate al lado de ella. La policía ya viene de camino.
“Joder”, se quejó Ezra en
voz baja. “Ya ha llamado a la poli”, pensó. Se pasó los dedos
por las cejas y volvió la mirada hacia su hermana. Edith estaba
sentada al borde de la piscina, tiritando de frío y con una mirada
de terror permanente. Respiraba entrecortado y negó ligeramente con
la cabeza para que su hermano dejara de insistir, obedeciera al
vigilante y se diera por vencido.
―De acuerdo ―reconoció Ezra
por fin―. Esperaremos entonces a que llegue la poli. A ver cómo
les explicas que la viste volar.
―Eso no es problema, chaval.
―Oye, por lo menos, tírame el
abrigo para ella. A tus pies. Tienes un abrigo a tus pies. Es de
ella.
El vigilante apartó la mirada de
él solo un segundo y comprobó que efectivamente había una prenda
de abrigo en el césped seco de al lado.
―Ven y cógelo tú. Y no
intentes nada raro, te lo advierto.
Ezra levantó las manos en señal
de sumisión y se acercó despacio a recoger el abrigo. El vigilante
retrocedió unos pasos para mantenerlo siempre en su línea de tiro.
Ezra cogió el abrigo del suelo y se lo mostró al hombre armado de
uniforme.
―Ves. Es solo un abrigo.
Ezra deseó con todas sus fuerzas
que le saliera bien el plan, y tiró el abrigo a la cara del
vigilante.
―¡ALTO AHÍ! ―chilló, y
tuvo que hacer un amago para esquivar la prenda, pero Ezra aprovechó
el momento y se abrazó fuertemente al vigilante para darle una
oportunidad de escapatoria a su hermana.
―¡Corre, Edith! ―le espetó
su hermano.
La joven se puso de pie
impulsando su cuerpo con el aire de alrededor y aprovechó el empuje
para no perder velocidad y empezar a correr por el camino de cemento.
Para cuando pasó por el lado de Ezra, forcejeando con el vigilante,
Edith escuchó un disparo.
Ezra dio dos pasos atrás y se
miró el estómago. Se palpó por todo el torso pero no tenía ningún
agujero de bala. Delante de él, vio que el vigilante lo miraba con
el rostro enfurecido. Este sostenía el arma después de haber
disparado hacia el suelo.
―Habéis acabado con mi
paciencia ―y levantó la pistola apuntando directamente a la frente
de Ezra―. ¡Atrás!
―¡No! ―chilló Edith,
alzando ambas manos en la distancia para detenerlo, convencida de que
este iba a abrir fuego contra su hermano.
Ezra parpadeó y, para cuando se
fijó de nuevo, vio al vigilante en el suelo y su arma volando por
los aires para caer luego en el agua de la piscina con un sonoro
“blop”.
―¡Corre! ―ordenó la joven,
llevándose de la mano a Ezra.
A este le costaba seguir el paso
de su hermana, que tiraba de él como si lo llevara a rastras. No
escuchaba los pasos de ella, que se deslizaba por el aire de encima
del suelo. Abrió la puerta de la valla de una arremetida con el
hombro. La cadena suelta cayó al suelo y Ezra sacó la llaves del
coche mientras se acercaba al vehículo a la carrera. Edith voló por
encima, abrió la puerta del copiloto y se sentó.
―¡Arranca, arranca, arranca!
El coche se puso en marcha y
derrapó para alejarse todo lo posible de aquella piscina y de aquel
vigilante desquiciado.
―¿Estás bien? ―le preguntó
Ezra, con el corazón acelerado y la respiración desbocada.
Ella se abrazó a él y empezó a
llorar. Ezra notó que tiritaba, y que le estaba empapando la ropa de
agua y lágrimas.
―Pensé que te había
disparado, Ezra.
―Ya... y yo, hermanita. Y yo...
Joder, ¿quién contrata a un vigilante armado para vigilar una
mierda de piscina? Es de locos. ¿Tú estás bien?
En silencio, negó con la cabeza,
al tiempo que abrazaba cada vez más fuertemente a su hermano
mientras conducía.
―Menos mal que el cabrón se ha
tropezado ―resopló él.
―No se tropezó.
Ezra apartó por primera vez la
vista de la carretera y bajó la mirada para ver a su preocupada
hermana.
―Creo que lo he hecho yo, Ezra.
Creo que lo he tumbado yo.
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