jueves, 14 de julio de 2016

Edith: poderes

El silencio era casi total. Únicamente el sonido acuático de la piscina rompía la quietud incómoda y tensa que se había adueñado de la noche. Ezra se acomodó las gafas de sol que ocultaban su rostro y se interpuso entre el vigilante armado y su temblorosa hermana, tan helada de frío como congelada de miedo.

Oye ―empezó a decirle Ezra al vigilante, manteniendo las palmas de las manos a la vista para tranquilizarlo un poco―. Cálmate, ¿vale? No hace falta que nos apuntes con eso.
El vigilante apuntó directamente la luz de la linterna hacia la cara de Ezra y afianzó las botas en el camino de cemento.
Ya lo creo que sí hace falta. Tu novia aquí acaba de volar como una jodida libélula, y de aquí no se mueve nadie hasta que llegue la policía.
Oye, ella no es mi... ―Ezra se calló para no dar más información de la necesaria―. ¿Volar? ¡Pero qué...! ¡Qué dices, tío! Y, mira, n-no hace falta que metas a la policía en esto. Solo nos hemos colado para que se tirara del trampolín y se diera un baño. Ya está. Nos podemos ir y en paz. No volverá a pasar, de verdad.
Haberlo pensado antes y haber venido de día. ¡Y deja de acercarte de una puta vez, joder! ¿Crees que no me doy cuenta? ¡Quédate quieto donde estás o te juro por Los Altos que te vuelo una rodilla!
¿De verdad crees que somos mala gente? ¡Pero mírala! Y yo voy desarmado ―Ezra hizo como si se cacheara a sí mismo―. ¿Ves? Joder, si ni siquiera nos hemos traído la toalla. ¿De verdad crees que es necesario que nos apuntes con eso? Alguien podría hacerse daño sin querer.
Cállate de una puta vez, bocazas. Y siéntate al lado de ella. La policía ya viene de camino.
Joder”, se quejó Ezra en voz baja. “Ya ha llamado a la poli”, pensó. Se pasó los dedos por las cejas y volvió la mirada hacia su hermana. Edith estaba sentada al borde de la piscina, tiritando de frío y con una mirada de terror permanente. Respiraba entrecortado y negó ligeramente con la cabeza para que su hermano dejara de insistir, obedeciera al vigilante y se diera por vencido.
De acuerdo ―reconoció Ezra por fin―. Esperaremos entonces a que llegue la poli. A ver cómo les explicas que la viste volar.
Eso no es problema, chaval.
Oye, por lo menos, tírame el abrigo para ella. A tus pies. Tienes un abrigo a tus pies. Es de ella.
El vigilante apartó la mirada de él solo un segundo y comprobó que efectivamente había una prenda de abrigo en el césped seco de al lado.
Ven y cógelo tú. Y no intentes nada raro, te lo advierto.
Ezra levantó las manos en señal de sumisión y se acercó despacio a recoger el abrigo. El vigilante retrocedió unos pasos para mantenerlo siempre en su línea de tiro. Ezra cogió el abrigo del suelo y se lo mostró al hombre armado de uniforme.
Ves. Es solo un abrigo.
Ezra deseó con todas sus fuerzas que le saliera bien el plan, y tiró el abrigo a la cara del vigilante.
¡ALTO AHÍ! ―chilló, y tuvo que hacer un amago para esquivar la prenda, pero Ezra aprovechó el momento y se abrazó fuertemente al vigilante para darle una oportunidad de escapatoria a su hermana.
¡Corre, Edith! ―le espetó su hermano.
La joven se puso de pie impulsando su cuerpo con el aire de alrededor y aprovechó el empuje para no perder velocidad y empezar a correr por el camino de cemento. Para cuando pasó por el lado de Ezra, forcejeando con el vigilante, Edith escuchó un disparo.
Ezra dio dos pasos atrás y se miró el estómago. Se palpó por todo el torso pero no tenía ningún agujero de bala. Delante de él, vio que el vigilante lo miraba con el rostro enfurecido. Este sostenía el arma después de haber disparado hacia el suelo.
Habéis acabado con mi paciencia ―y levantó la pistola apuntando directamente a la frente de Ezra―. ¡Atrás!
¡No! ―chilló Edith, alzando ambas manos en la distancia para detenerlo, convencida de que este iba a abrir fuego contra su hermano.
Ezra parpadeó y, para cuando se fijó de nuevo, vio al vigilante en el suelo y su arma volando por los aires para caer luego en el agua de la piscina con un sonoro “blop”.
¡Corre! ―ordenó la joven, llevándose de la mano a Ezra.
A este le costaba seguir el paso de su hermana, que tiraba de él como si lo llevara a rastras. No escuchaba los pasos de ella, que se deslizaba por el aire de encima del suelo. Abrió la puerta de la valla de una arremetida con el hombro. La cadena suelta cayó al suelo y Ezra sacó la llaves del coche mientras se acercaba al vehículo a la carrera. Edith voló por encima, abrió la puerta del copiloto y se sentó.
¡Arranca, arranca, arranca!
El coche se puso en marcha y derrapó para alejarse todo lo posible de aquella piscina y de aquel vigilante desquiciado.
¿Estás bien? ―le preguntó Ezra, con el corazón acelerado y la respiración desbocada.
Ella se abrazó a él y empezó a llorar. Ezra notó que tiritaba, y que le estaba empapando la ropa de agua y lágrimas.
Pensé que te había disparado, Ezra.
Ya... y yo, hermanita. Y yo... Joder, ¿quién contrata a un vigilante armado para vigilar una mierda de piscina? Es de locos. ¿Tú estás bien?
En silencio, negó con la cabeza, al tiempo que abrazaba cada vez más fuertemente a su hermano mientras conducía.
Menos mal que el cabrón se ha tropezado ―resopló él.
No se tropezó.
Ezra apartó por primera vez la vista de la carretera y bajó la mirada para ver a su preocupada hermana.
Creo que lo he hecho yo, Ezra. Creo que lo he tumbado yo.

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