Cerró la puerta de su
apartamento con llave y Edith se apoyó de espaldas en la puerta.
Dejó que su cuerpo cayera hasta quedarse sentada en el suelo.
Encogió las rodillas y escondió la cara detrás de los brazos
cruzados sobre ellas. Todavía notaba los fuertes latidos de su
corazón, latiendo como si estuviera justo detrás de sus tímpanos.
―Me parece a mí que esta ha
sido una idea pésima ―comentó Ezra, fatigado.
Estaba sentado en el sofá, como
si hubiera caído sobre él desde una altura de mil metros. Se liberó
de las gafas de sol y las lanzó a un lado. Ni siquiera se había
percatado de que había estado conduciendo de noche con ellas
puestas. Su mente aún no había asimilado del todo que había podido
morir hacía unos minutos. El disparo del arma había resonado muy
cerca de él y, aunque el vigilante simplemente quería quitárselo
de encima, tan solo hubiese bastado un brusco movimiento inesperado
para que aquella bala, en lugar de terminar abriendo un agujero en el
cemento del suelo, hubiese terminado reventando el pie de Ezra o en
algún otro sitio mucho peor.
―No me lo puedo creer ―dijo
Edith, con una desconcertante voz quieta―. Casi te mata y hemos
huido como delincuentes.
―No pretenderías que nos
quedásemos allí, ¿no? Nos colamos en la piscina sin permiso. ¿Qué
esperabas?
―Yo no soy así, Ezra. Hemos
sido muy locos. Casi te matan esta noche. Y todo por mi culpa.
―Eh, no empieces ―contestó
rápidamente su hermano incorporándose de su asiento―. No empieces
con lo de echarte la culpa. Aquí cada uno es mayorcito para tomar
sus propias decisiones. Y esta ha sido... Bueno, ha sido una idea del
culo. Pero estamos bien, y a salvo.
―Querrás decir que ha sido
“tu” idea del culo.
―Bueno, venga, vale. Juguemos
ahora a echarnos las culpas. Vale, yo soy el malo. Perfecto. Pero ten
en cuanta que podrías darme las gracias, porque, de no ser por mis
“ideas del culo”, el vigilante nos habría visto las caras. De
hecho, creo que ni vio la matrícula del coche. El tío se quedó
panza arriba como una tortuga sobre el césped.
―Yo lo dejé panza arriba,
querrás decir. ¿Crees que le hice daño?
―No lo sé. No lo creo. Joder,
si ni siquiera sé qué rayos hiciste para que se cayera de espaldas.
―Yo solo deseé empujarlo para
que se cayera. Deseé que se cayera y que soltara la pistola para que
no te hiciera daño.
―¿Y ya está?
―Y ya está.
―¿Y pasó?
―Sí ―respondió Edith sin
ganas y asomando sus ojos por encima de sus brazos―. Y pasó.
―¿Ahora puedes hacer que pasen
cosas? ―Ezra se llevó las manos a la cabeza―. A ver, no sé...
Desea que aparezca un dinosaurio, a ver qué pasa.
―Creo que no funciona así,
Ezra.
―¿Y cómo funciona, Edith?
Dime.
―Ezra, por favor. Estoy cansada
y me gustaría estar sola.
―Pero inténtalo al menos.
Venga, desea algo, lo que sea.
―Por favor, mañana hablamos.
Coge tus gafas y márchate.
―Venga ya, Edith.
―¡Que te vayas! ―terminó
gritando la joven.
De pronto, un estallido resonó
como un latigazo a espaldas de Ezra. Este miró atrás sobresaltado.
Tardó en localizar un pequeño punto negro en la pared. Bajó la
vista y vio las gafas de sol hechas pedazos en el suelo.
―Edith, ¿has hecho tú...?
―Márchate, Ezra. Por favor.
La muchacha se levantó y abrió
la puerta para que se fuera de una vez. A Ezra no le quedó más
remedio que apretar los dientes y salir del piso de su hermana.
Cuando pasó delante de ella, Edith sintió que este dejaba una
estela de rabia y miedo. Suspiró y cerró la puerta, para luego
romper a llorar tirada en el suelo. No comprendía qué le estaba
pasando ni cómo podía controlarlo. Se atormentó pensando que había
hecho daño a aquel vigilante de seguridad, y que lo mejor hubiese
sido entregarse y que el mundo la descubriera por fin. Quizás, esa
fuera la mejor solución antes de que todo se descontrolase del todo
y alguien terminase herido.
A medida que pasaban los
segundos, más fuerza fue cobrando esa idea dentro de su cabeza. Y
consideró seriamente presentarse en la comisaría al día siguiente.
Justo en ese momento, escuchó el zumbido de su móvil. Se enjugó
las lágrimas y consultó la pantalla.
Su amiga Patri le acababa de
enviar un mensaje.
“Hola, Edith. ¡Cuánto tiempo!
Mañana estaré de papeleo por tu zona. ¿Te apetece quedar?”.
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