Patri no entendía por qué de
pronto su amiga Edith se comportaba como un animal enjaulado que
deambulaba de un lado para otro. Con el teléfono pegado a la oreja y
los dientes mordisqueando sus uñas, Edith se paseaba en círculos
delante de ella con la mirada perdida en el suelo. Justo después de
haber visto el principio del vídeo, Edith había reaccionado como si
Patri fuese invisible, luego había sacado su teléfono del bolso y
se había alejado unos pasos para separarse de ella. Patri
simplemente se quedó observándola, mientras sujetaba su propio
teléfono, todavía reproduciendo el vídeo de la chica libélula.
―¿Pasa algo? ―le preguntó
Patri, quien intentó acercarse a ella.
Edith estaba concentrada en el
tono de la llamada que estaba realizando, y solamente elevó la mano
para indicarle a Patri que no se acercara. Una extraña ráfaga de
aire sacudió el pelo de Patri, y esta se mantuvo de pie con cara de
no comprender nada. Pero, fuera lo que fuera lo que estaba
sucediendo, debía de ser grave a juzgar por la seria expresión de
Edith.
Con gran alivio, Edith escuchó
que alguien respondía al otro lado de la línea.
―¿Dónde estás? ―fue lo
primero que le dijo su hermano Ezra por el móvil.
―Estoy en el parque, había
quedado con una amiga. ¿Qué ha pasado? Hay un vídeo en el que se
nos ve... ―de reojo comprobó que Patri seguía a cierta distancia
de ella para que no escuchara la conversación.
―Joder, había cámaras por
todos lados ―se adelantó Ezra―. Y han publicado el vídeo en la
red. Se está haciendo jodidamente viral. Nos grabaron llegando, a ti
flotando, y lo que pasó con el de seguridad. Lo tienen todo, Edith.
También ―hizo una pausa para suspirar― pillaron la matrícula de
mi coche. Saben quiénes somos, Edith.
Su hermana se había quedado
quieta en el sitio. Su corazón se aceleró y sus manos se helaron.
―¿Qué vamos a hacer ahora?
―preguntó, llevándose la mano al rostro.
Patri escuchó claramente aquella
pregunta. Frunció el ceño y se abrazó a la carpeta repleta de
currículos que llevaba. Parecía evidente que Edith se había metido
en un lío, pero seguía desconcertada por su repentino cambio de
actitud. Y todo había ocurrido desde el momento en el que comenzó a
ver el vídeo. Desconcertada, Patri volvió a reproducir la grabación
en su teléfono por si se le había escapado algún detalle.
―No tengo ni idea de qué vamos
a hacer, Edith ―continuó diciendo su hermano―. Desde que me
enteré de que el vídeo estaba circulando, te llamé. Como no
contestabas, me acerqué a tu casa, pero ya estaba la poli ahí.
―¿La poli estaba en mi casa?
―Pero tú no. Me quedé
esperando en la calle por si se te llevaban o algo, no sé. Pero la
pareja de agentes que subió hasta tu piso bajó a los pocos minutos.
Supuse que no estabas en casa.
Edith empezó a temblar a causa
de los nervios.
―¿Pero qué vamos a hacer,
Ezra?
―¡No sé, hermanita! De
momento no podemos volver a casa. Hay coches vigilando tanto tu
edificio como el mío. Y seguramente habrá patrullas buscándonos
por ahí. Todo esto... No sé... Me parece exagerado. Solamente nos
hemos colado en una puta piscina municipal. ¡Ni que hubiésemos
atracado un banco!
―No nos buscan por colarnos,
Ezra. Me buscan a mí. Soy yo la que aparece flotando en el aire.
―Eso no tiene sentido. Nadie
sabe si hiciste eso de verdad o fue una broma.
―Pero el vigilante ha hablado
con la poli.
―¿Y qué? Esa no es razón
suficiente como para movilizar a toda la policía para que nos
encuentre. ¿Es que no tienen cosas más importantes que hacer? Esto
es... Vamos a tener que escondernos o salir de la ciudad un tiempo o
algo así. No sé cómo...
―¿¡Pero qué dices!?
―¡Yo qué sé, Edith! Sé
tanto como tú de esto ahora, ¿vale? Nunca me había buscado la poli
para nada, y ahora resulta que soy uno de los más buscados de la
jodida ciudad.
―Soy yo a quien buscan.
―¡Pero qué dices, hermanita!
Nos buscan a los dos.
Edith se giró y vio a Patri.
Esta la miraba con los ojos muy abiertos. Su expresión lo dejaba
claro: acababa de darse cuenta de la identidad de la chica que
aparecía en el vídeo. El estómago de Edith dio un vuelco. La
situación se complicaba por momentos, y las lamentaciones de su
asustado hermano por teléfono solo conseguían ponerla aún más
nerviosa. Deseó que todo volviera a ser como antes, y pensó en cómo
podría solucionarlo todo lo antes posible.
―Tranquilo, Ezra ―lo calmó―.
Mira, nos vemos dentro de media hora en la trasera de la biblioteca.
―¿Cómo? ¿¡Qué dices!? Es
mejor esconderse y no estar por ahí paseando por las calles.
―Tú hazme caso. Esto se nos ha
ido de las manos y hay que solucionarlo como sea.
―¿Y cómo vamos a hacer eso,
lista?
―Voy a entregarme.
―¡Qué! Ni de coña voy a
dejar que...
―Dentro de media hora, trasera
de la biblioteca. Ve con cuidado.
Y Edith colgó para no seguir
discutiendo con Ezra y hacer frente ahora a su atónita amiga Patri.
―No puede ser. ¿Eres tú de
verdad? Pero, ¿cómo lo has hecho? ―le preguntó a Edith―.
Parece tan real en el vídeo. Como si volaras de verdad. Pero es un
fake, ¿no? Un truco de cámara o...
―No es ningún truco, Patri ―le
respondió elevándose un metro sobre el sendero del parque―. Y el
mundo está a punto de saberlo.
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