jueves, 5 de mayo de 2016

Llanto noveno: Sangre

¿De verdad estás rompiendo conmigo por teléfono? ―preguntó Sandra, claramente molesta, yendo nerviosa de un lado para otro en el cuarto de baño.


Esto no es cortar, Sandra ―rectificó Natalia al otro lado de la línea telefónica―. Es solamente darnos un tiempo. Solamente por seguridad.

¿¡Qué gilipollez es esa!? ¿¡Por seguridad!? ¿¡Darnos un tiempo!? ¿Desde cuándo necesitamos darnos un tiempo? ¿A qué viene esto de buenas a primeras?

Sandra, por favor, cálmate. Tú misma sabes todo lo que está pasando últimamente con esos tipos cazándonos como si fuésemos animales.

¿Y qué coño tiene eso que ver con lo nuestro? ¿Eh? Deja de decir estupideces y, si tienes algo que decirme, ven aquí y dime lo que me tengas que decir a la cara.

No digas eso, Sandra. Salir por la ciudad de noche con esa gente es peligroso para cualquiera de nosotras. Esto lo hago por las dos. Es lo mejor para ambas.

¡Y una mierda, Natalia! No intentes disfrazarlo como generosidad. ¿Acaso encima tengo que darte las putas gracias? Y encima, lo haces por el jodido teléfono. ¡Es increíble!

Ya no es seguro salir de noche. Justo anoche mismo se cargaron a dos más de los nuestros. Nos están aniquilando, Sandra. Y durante un tiempo deberíamos pasar desapercibidas hasta que la cosa se aclare un poco. Es solo eso lo que te estoy pidiendo. No estamos cortando, solo vamos a pasar un tiempo a solas. Eso es todo. Por favor, entiende que es lo mejor.

Ya, claro. Lo mejor para ti.

No es verdad.

Es por ella, ¿verdad?

¿Por quién?

Por esa mojigata que hace el turno de noche en la tienda de la gasolinera. No creas que no me he dado cuenta de cómo la miras cuando pasamos por allí.

Sandra, no digas tonterías.

Es ella, ¿no? Yo alucino. Justo hoy llevamos seis meses juntas y ya estás pensando en hincarle el diente a una nueva pánfila. Pero ¿sabes?, me importa una mierda. Seguro que la encandilas con tu aire misterioso de vampiresa atormentada. Ahora veo que es lo que haces con todas. Me das asco.

Se escuchó un profundo suspiro de Natalia por el auricular.

Veo que no lo quieres entender. Será mejor que hablemos mañana, Sandra.

No te molestes en llamarme mañana. Como dices, es por mi seguridad, ¿no?

Sandra, por favor...

Y encima lo haces justo hoy, justo el día que hacemos seis meses juntas... Pero ¿sabes qué más? No me importa. Aun así cenaré yo sola.

¿Cómo que cenarás tú sola? ―preguntó Natalia. Había mantenido un tono calmado en la discusión, pero, de repente, se mostró algo alterada―. Nos alimentamos con aquellos gatos hace dos noches, no es posible que tengas sed de nuevo.

Que te den, Natalia.

No, escucha, Sandra. No salgas de casa a por alimento. Me han dicho que las patrullas están por tu barrio esta noche. Por lo que más quieras, sé que estás cabreada con todo esto, pero no salgas de casa esta noche.

Tranquila, me he traído la comida a casa. Está en el salón, esperando. Era nuestra comida especial de aniversario, y la has estropeado, idiota.

¿¡Cómo!? Por favor, Sandra, dime que no has traído a alguien a tu casa.

Pues sí, Natalia. Ahora mismo hay un cachas que conocí saliendo del gimnasio esta noche. Y créeme, es enorme. Tiene suficiente sangre para nosotras dos. Pero se ve que tendré que beber sola esta noche. No sé, a lo mejor juego un poco antes con él y todo. A lo mejor puede que hasta me lo tire antes. Total, como nosotras estamos dándonos un tiempo...

Sandra ―Natalia calló un instante mientras pensaba―, no hagas nada con ese tío, y ni se te ocurra morderlo. Bastantes problemas tenemos ya. Ese tío tendrá familia o amigos, y si le haces algo no tardarán en encontrarte.

Yo ya no soy problema tuyo.

Sandra, por favor, entra en razón.

Mira, estoy cansada de esta conversación. Hasta nunca, Natalia. Y gracias por nada.

Sandra, no hagas nada. Voy a a pasarme por ahí enseguida. No le hagas na...

Pero Sandra ya había pulsado el botón de colgar. Se apoyó en el lavamanos y negó con la cabeza y con la mirada perdida en el suelo. Gotas de pena comenzaron a caer desde sus ojos, pero no dejó que la tristeza se adueñara de ella. Se recompuso, respiró profundamente y se limpió las lágrimas con cuidado de no estropearse el maquillaje. Salió con actitud decidida del baño y entró en el salón, donde esperaba el chico del gimnasio, sentado en el sofá y con una cerveza en las manos. “¿Estás bien?”, preguntó él, al notar la mirada triste de Sandra. Esta, sin mediar palabra, se sentó a su lado y, suavemente, cogió el rostro del chico entre sus manos. Despacio, acercó sus labios a los suyos y, en el último segundo, cambió de idea, afirmó sus manos, y giró la cara del chico hasta que el cuello crujió. El corpulento chico cayó redondo y torpemente sobre la mesita de centro.

Buen provecho, Sandra”, pensó justo antes de hundir sus colmillos en el cuello del cadáver. “Y felices seis meses”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario