―¿De verdad estás rompiendo
conmigo por teléfono? ―preguntó Sandra, claramente molesta, yendo
nerviosa de un lado para otro en el cuarto de baño.
―Esto no es cortar, Sandra
―rectificó Natalia al otro lado de la línea telefónica―. Es
solamente darnos un tiempo. Solamente por seguridad.
―¿¡Qué gilipollez es esa!?
¿¡Por seguridad!? ¿¡Darnos un tiempo!? ¿Desde cuándo
necesitamos darnos un tiempo? ¿A qué viene esto de buenas a
primeras?
―Sandra, por favor, cálmate.
Tú misma sabes todo lo que está pasando últimamente con esos tipos
cazándonos como si fuésemos animales.
―¿Y qué coño tiene eso que
ver con lo nuestro? ¿Eh? Deja de decir estupideces y, si tienes
algo que decirme, ven aquí y dime lo que me tengas que decir a la
cara.
―No digas eso, Sandra. Salir
por la ciudad de noche con esa gente es peligroso para cualquiera de
nosotras. Esto lo hago por las dos. Es lo mejor para ambas.
―¡Y una mierda, Natalia! No
intentes disfrazarlo como generosidad. ¿Acaso encima tengo que darte
las putas gracias? Y encima, lo haces por el jodido teléfono. ¡Es
increíble!
―Ya no es seguro salir de
noche. Justo anoche mismo se cargaron a dos más de los nuestros. Nos
están aniquilando, Sandra. Y durante un tiempo deberíamos pasar
desapercibidas hasta que la cosa se aclare un poco. Es solo eso lo
que te estoy pidiendo. No estamos cortando, solo vamos a pasar un
tiempo a solas. Eso es todo. Por favor, entiende que es lo mejor.
―Ya, claro. Lo mejor para ti.
―No es verdad.
―Es por ella, ¿verdad?
―¿Por quién?
―Por esa mojigata que hace el
turno de noche en la tienda de la gasolinera. No creas que no me he
dado cuenta de cómo la miras cuando pasamos por allí.
―Sandra, no digas tonterías.
―Es ella, ¿no? Yo alucino.
Justo hoy llevamos seis meses juntas y ya estás pensando en hincarle
el diente a una nueva pánfila. Pero ¿sabes?, me importa una mierda.
Seguro que la encandilas con tu aire misterioso de vampiresa
atormentada. Ahora veo que es lo que haces con todas. Me das asco.
Se escuchó un profundo suspiro
de Natalia por el auricular.
―Veo que no lo quieres
entender. Será mejor que hablemos mañana, Sandra.
―No te molestes en llamarme
mañana. Como dices, es por mi seguridad, ¿no?
―Sandra, por favor...
―Y encima lo haces justo hoy,
justo el día que hacemos seis meses juntas... Pero ¿sabes qué más?
No me importa. Aun así cenaré yo sola.
―¿Cómo que cenarás tú sola?
―preguntó Natalia. Había mantenido un tono calmado en la
discusión, pero, de repente, se mostró algo alterada―. Nos
alimentamos con aquellos gatos hace dos noches, no es posible que
tengas sed de nuevo.
―Que te den, Natalia.
―No, escucha, Sandra. No salgas
de casa a por alimento. Me han dicho que las patrullas están por tu
barrio esta noche. Por lo que más quieras, sé que estás cabreada
con todo esto, pero no salgas de casa esta noche.
―Tranquila, me he traído la
comida a casa. Está en el salón, esperando. Era nuestra comida
especial de aniversario, y la has estropeado, idiota.
―¿¡Cómo!? Por favor, Sandra,
dime que no has traído a alguien a tu casa.
―Pues sí, Natalia. Ahora mismo
hay un cachas que conocí saliendo del gimnasio esta noche. Y créeme,
es enorme. Tiene suficiente sangre para nosotras dos. Pero se ve que
tendré que beber sola esta noche. No sé, a lo mejor juego un poco
antes con él y todo. A lo mejor puede que hasta me lo tire antes.
Total, como nosotras estamos dándonos un tiempo...
―Sandra ―Natalia calló un
instante mientras pensaba―, no hagas nada con ese tío, y ni se te
ocurra morderlo. Bastantes problemas tenemos ya. Ese tío tendrá
familia o amigos, y si le haces algo no tardarán en encontrarte.
―Yo ya no soy problema tuyo.
―Sandra, por favor, entra en
razón.
―Mira, estoy cansada de esta
conversación. Hasta nunca, Natalia. Y gracias por nada.
―Sandra, no hagas nada. Voy a a
pasarme por ahí enseguida. No le hagas na...
Pero Sandra ya había pulsado el
botón de colgar. Se apoyó en el lavamanos y negó con la cabeza y
con la mirada perdida en el suelo. Gotas de pena comenzaron a caer
desde sus ojos, pero no dejó que la tristeza se adueñara de ella.
Se recompuso, respiró profundamente y se limpió las lágrimas con
cuidado de no estropearse el maquillaje. Salió con actitud decidida
del baño y entró en el salón, donde esperaba el chico del
gimnasio, sentado en el sofá y con una cerveza en las manos. “¿Estás
bien?”, preguntó él, al notar la mirada triste de Sandra. Esta,
sin mediar palabra, se sentó a su lado y, suavemente, cogió el
rostro del chico entre sus manos. Despacio, acercó sus labios a los
suyos y, en el último segundo, cambió de idea, afirmó sus manos, y
giró la cara del chico hasta que el cuello crujió. El corpulento
chico cayó redondo y torpemente sobre la mesita de centro.
“Buen provecho, Sandra”,
pensó justo antes de hundir sus colmillos en el cuello del cadáver.
“Y felices seis meses”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario