jueves, 26 de mayo de 2016

Diana

Ella se llama Diana, y Diana nunca se rinde.


Dueña absoluta de su futuro, experta conocedora de mil ardides y maestra versada en artes secretas de supervivencia diaria. Detrás de ella, una fila de días que le han enseñado todo lo que sabe. Delante de ella, todo un despliegue de situaciones posibles en las que poner en práctica todo lo que ha aprendido a base de tropiezos.



Diana nunca deja de aprender, y Diana nunca se rinde.



Siempre sale triunfante de los apuros. Aunque ante los ojos del resto parezca que ella sufra una derrota evidente, aunque parezca que se equivoca, aunque los demás se rían de ella porque parezca que hace el ridículo más vergonzoso; Diana siempre gana, ella siempre queda por encima, ella siempre supera a los demás y a sí misma. Y para salir siempre victoriosa, ella no necesita ni espada, ni armadura, ni munición, ni fusil. Su armadura es el uniforme, su espada es la caja registradora, su munición es la astucia y su fusil es el atrevimiento. Nada la amedrenta en la historia de su vida, menos ficticia que aquella de guerreras heroicas que cabalgan dragones y más real que aquella de princesas que bailan y besan y se enamoran, y aman, y es lo único que saben hacer.



Diana es más que una princesa, Diana es más que una guerrera; y Diana nunca se rinde.



Y madruga y desayuna y se viste y vuelve a salir a luchar. Un día más. Como ayer, como mañana. Un día y otro, y todos. Su trabajo es su guerra. Y Diana lucha bien, todos los días, como la mejor que existe. Un combate diario que parece eterno, una lucha que termina cada noche y se reinicia con cada amanecer. Pero Diana sigue luchando con una sonrisa. Diana batalla. Diana valiente. Diana incansable.



Diana nunca se rinde.



Nada puede con ella, y muchos son los que han intentado vencerla. Primero intentó derrotarla el miedo lanzando sus cuchillos afilados contra su corazón de principiante. Los primeros filos que lanzó le dolieron. Los segundos solamente la rozaron. Los terceros le rebotaron y los últimos pasaron de largo. Diana había conquistado el miedo con una dulce sonrisa, y su miedo huyó asustado.



Diana no teme.



Poco después, trató de derrotarla el cansancio atrapándola en sus arenas movedizas. Primero, Diana se agobió al ver que se sumergía; luego, respiró y se tranquilizó; y, finalmente, caminó sobre las arenas como sobre el pavimento más firme. Con tan solo un soplido de Diana, el cansancio se desvaneció en el aire delante de ella.



Diana se sobrepone.



Finalmente, intentó derrotarla la tristeza nublando sus días de gris. Primero, Diana vagó sin rumbo en su melancolía; luego, buscó su camino a tientas; y, finalmente, sonrió cuanto pudo para que el camino apareciera claro ante ella. Y la tristeza se volvió loca y se postró a los pies de su sonrisa.



Diana conquistó su miedo.



Pero Diana no es perfecta. Nadie lo es. Y Diana duda y flojea y tropieza y se equivoca y se vuelve a equivocar. Pero ella exprime lo malo hasta encontrar la gota buena. Diana aprende, Diana sonríe, Diana conquista. Así, siempre gana, siempre triunfa, siempre está en control. Mente clara y objetivo claro: luchar para vivir.



Diana es vida.



Pero trata de mantener la lucha en su justa medida, porque no todo en la vida es un combate encarnizado, no todo en la vida es una disputa. También está esa otra parte de la vida, menos frecuente, cuando todo está en silencio y en calma, cuando las armas están guardadas y la armadura solo se protege a sí misma. En esos pocos y valiosos momentos, ella se inclina y se apoya en la barandilla para contemplar cómo duerme su Reina en su cuna. Diana sonríe y la deja seguir durmiendo tras acariciarle la mejilla con el índice. Mañana Diana seguirá luchando. Por ella misma, y por su Reina dormida. Lo hará por ambas.



Diana nunca se rinde.

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