Ella se llama Diana, y Diana
nunca se rinde.
Dueña absoluta de su futuro,
experta conocedora de mil ardides y maestra versada en artes secretas
de supervivencia diaria. Detrás de ella, una fila de días que le
han enseñado todo lo que sabe. Delante de ella, todo un despliegue
de situaciones posibles en las que poner en práctica todo lo que ha
aprendido a base de tropiezos.
Diana nunca deja de aprender, y
Diana nunca se rinde.
Siempre sale triunfante de los
apuros. Aunque ante los ojos del resto parezca que ella sufra una
derrota evidente, aunque parezca que se equivoca, aunque los demás
se rían de ella porque parezca que hace el ridículo más
vergonzoso; Diana siempre gana, ella siempre queda por encima, ella
siempre supera a los demás y a sí misma. Y para salir siempre
victoriosa, ella no necesita ni espada, ni armadura, ni munición, ni
fusil. Su armadura es el uniforme, su espada es la caja registradora,
su munición es la astucia y su fusil es el atrevimiento. Nada la
amedrenta en la historia de su vida, menos ficticia que aquella de
guerreras heroicas que cabalgan dragones y más real que aquella de
princesas que bailan y besan y se enamoran, y aman, y es lo único
que saben hacer.
Diana es más que una princesa,
Diana es más que una guerrera; y Diana nunca se rinde.
Y madruga y desayuna y se
viste y vuelve a salir a luchar. Un día más. Como ayer, como
mañana. Un día y otro, y todos. Su trabajo es su guerra. Y Diana
lucha bien, todos los días, como la mejor que existe. Un combate
diario que parece eterno, una lucha que termina cada noche y se
reinicia con cada amanecer. Pero Diana sigue luchando con una
sonrisa. Diana batalla. Diana valiente. Diana incansable.
Diana nunca se rinde.
Nada puede con ella, y muchos son
los que han intentado vencerla. Primero intentó derrotarla el miedo
lanzando sus cuchillos afilados contra su corazón de principiante.
Los primeros filos que lanzó le dolieron. Los segundos solamente la
rozaron. Los terceros le rebotaron y los últimos pasaron de largo.
Diana había conquistado el miedo con una dulce sonrisa, y su miedo
huyó asustado.
Diana no teme.
Poco después, trató de
derrotarla el cansancio atrapándola en sus arenas movedizas.
Primero, Diana se agobió al ver que se sumergía; luego, respiró y
se tranquilizó; y, finalmente, caminó sobre las arenas como sobre
el pavimento más firme. Con tan solo un soplido de Diana, el
cansancio se desvaneció en el aire delante de ella.
Diana se sobrepone.
Finalmente, intentó derrotarla
la tristeza nublando sus días de gris. Primero, Diana vagó sin
rumbo en su melancolía; luego, buscó su camino a tientas; y,
finalmente, sonrió cuanto pudo para que el camino apareciera claro
ante ella. Y la tristeza se volvió loca y se postró a los
pies de su sonrisa.
Diana conquistó su miedo.
Pero Diana no es perfecta. Nadie
lo es. Y Diana duda y flojea y tropieza y se equivoca y se vuelve
a equivocar. Pero ella exprime lo malo hasta encontrar la gota buena.
Diana aprende, Diana sonríe, Diana conquista. Así, siempre gana,
siempre triunfa, siempre está en control. Mente clara y objetivo
claro: luchar para vivir.
Diana es vida.
Pero trata de mantener la lucha
en su justa medida, porque no todo en la vida es un combate
encarnizado, no todo en la vida es una disputa. También está esa
otra parte de la vida, menos frecuente, cuando todo está en silencio
y en calma, cuando las armas están guardadas y la armadura solo se
protege a sí misma. En esos pocos y valiosos momentos, ella se
inclina y se apoya en la barandilla para contemplar cómo duerme su
Reina en su cuna. Diana sonríe y la deja seguir durmiendo tras
acariciarle la mejilla con el índice. Mañana Diana seguirá
luchando. Por ella misma, y por su Reina dormida. Lo hará por ambas.
Diana nunca se rinde.
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