jueves, 19 de mayo de 2016

Pasión inventada

Se puso las gafas y empezó a leer el texto en voz alta:



Y cuando llegue la noche, existiré únicamente para ti. Solo soy un alma enamorada y encandilada por la luz inagotable de tu figura, de la cual sigo lejos de ser digno. Envueltos los dos en las sombras y en las sábanas, te susurraré, muy bajo, mi amor al oído. Encima de ti, compartimos los dos el mismo calor que sonroja nuestras caras. Dejaré que se deslicen mis sentimientos de ternura, desde tus oídos hasta tu mente, por medio de palabras temblorosas que apenas pueden escucharse por encima de nuestras respiraciones aceleradas y cálidas. Suave, muy suave, mordisquearé los delicados y tersos lóbulos de tus orejas para luego desatar con mis labios un baile de caricias y piel de gallina que bajará por tu cuello despacio y sin prisas, recreándose en cada poro de tu piel para hacerlo rebosar de placer y escalofríos. Peregrinaré con besos por encima de tus sonrosadas mejillas y alcanzaré mi destino cuando mis labios presionen los tuyos como si trataran de devorarlos con un apetito insaciable. Me comeré tus palabras y me tragaré tus sollozos, mientras no paro de recordarte en cada segundo lo increíblemente hermosa que eres, recorriendo con las puntas de mis dedos las subidas y bajadas de las deliciosas curvas de tu cintura desnuda.


No es necesario que te muevas o te esfuerces. No es necesario que pienses o te preocupes. Simplemente necesito que cierres los ojos y te sumerjas en tu propio ser hasta que empieces a caer dentro de ti misma. Yo me muevo, yo lo hago, yo te mimo. Y continúo mi periplo hacia el sur, describiendo mi senda a medida que desciendo con besos furtivos y caricias inesperadas a lo largo de todo el relieve de tu cuerpo. Mis manos bailan en tus costados mientras mis labios orbitan por encima de tus pechos, rozándolos de soslayo con mi nariz, estremeciendo todo tu ser con besos que desean ir más allá de la piel para desbordar de amor tu mismísimo corazón palpitante. No hay prisa, no hay un después. Solo estás tú, y luego estoy yo, para servirte, para amarte, para regalarte un placer que tensa tus músculos sin querer y descontrola tu respiración cuando menos lo esperas. Afirmo las manos y aprieto. Cojo aire y muerdo. Me adapto a los contoneos de tu gozo y no me detengo, lamo y saboreo el néctar salado de tu piel. Me alimento con él y apaciguo así, solo en parte, mi hambre de ti, tan solo para luego continuar bajando por todo tú.



Me entretengo y cierro los ojos para hacerme una idea de cómo es tu barriga a base de besos. Mapeo la zona con cariño, y mi lengua se empeña en decorarte con delicadas caricias húmedas. Dibujo en tu piel toda una constelación jalonada de soles que arden con una pasión infinita. Noto el calor que desprendes y percibo las subidas y bajadas de tu piel extasiada. Me recreo en el momento y me topo con tu ombligo, que parece temblar con cada roce para luego rehuir de un contacto que al mismo tiempo teme y desea con la misma ferviente intensidad. Mis labios lo tranquilizan y lo doman, y jugueteo con él hasta que las pendientes de tu ser me invitan a seguir bajando.



Y yo obedezco las órdenes de tu anatomía, sin alejarme nunca del roce contigo. Nariz, labios, lengua; todo yo existe para complacerte. Y desciendo hasta que percibo tu calor y tu humedad delante de mi rostro. El apetito que siento de ti hace que agarre con fuerzas tus muslos, y me sumerja en ti poco a poco. Aterrizo en tu piel con mi lengua ciega, que a tientas intenta situarse en tu intimidad. Gira, busca, se retuerce y recorre cada uno de los pliegues tuyos. Lee tus reacciones, capta tus jadeos, y explora con detenimiento las zonas sensibles. Primero, como el roce de una pluma, y luego va ajustando su intensidad para estar a la altura de tus deseos. Derramo cosquillas en tu espíritu, que nacen de las caricias de la pasión. Te saboreo repleto de dicha, y me deleito con cada una de las veces que te escucho decir mi nombre en voz alta.



Pierdo la noción del tiempo y me dejo llevar abrazado a tus piernas, hasta que, de pronto, llamas mi atención con tu mano en mi mejilla y me subes hasta los cielos de tu mirada incandescente. Al oído, me das permiso. Y yo te escucho y te obedezco. Despacio, lentamente, me acerco a ti. Siento tu volcán acercándose al mío hasta que, con pulcra serenidad, me adentro en tu templo sagrado de vida. Y en ese instante dejamos de ser una mujer y un hombre, para ser los dos. Una entidad doble, única y sublime que transciende la mortalidad de la vida y es fruto de un abrazo en el que es imposible distinguir dónde acaba uno y dónde empieza el otro. Despacio empieza un baile en el que ambos se mueven al ritmo y, durante esa danza, el espacio y el tiempo desaparecen por completo y toda la realidad comienza a arremolinarse en torno a nuestros ombligos. Todo desaparece dentro de nosotros engullido por la pasión, cada vez más rápida, cada vez más descontrolada, cada vez más intensa y dura. La creación se desvanece como la niebla llevada por el viento y, de repente, ninguno de los dos sabe a ciencia cierta si tiene los ojos abiertos o cerrados. Yo no dejo de besarte, no dejo de acariciarte, no dejo de decirte que te quiero. Hasta que los dos mundos nuestros estallan en una explosión de ascuas invisibles que devuelve de súbito a su lugar a la totalidad del universo, del espacio y del tiempo.



Un cataclismo de dos, pero siempre quedamos los dos. Antes de todo y después de todo. Yo sobre ti, tú debajo de mí. Hasta que tú me das la vuelta para quedar por encima. Me recreo en tu belleza desnuda y tu pelo despeinado. Tu piel brilla con el sudor, y tus ojos destellan de felicidad como los míos. Te inclinas y me besas. Suspiro y mi corazón se acelera una vez más. Te quiero tanto... Y allí quedamos los dos entre las sábanas empapadas. Creadores y destructores de universos. Amantes infinitos en un ciclo de pasión interminable. O, quizás, simplemente seamos dos personas enamoradas”.

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