Día 1, martes, 8 de mayo del
2035.
Signos vitales:
Temperatura: 35,7 ºC.
Pulso: 82.
Presión arterial: 118 / 77.
Bueno, pues esos son mis signos
vitales de hoy, el primer día después del experimento... o lo que
fuera eso. Ahora mismo estoy en casa. Son las ocho y media de la
tarde... ¿O de la noche? Bueno, en fin, que son las ocho y media, y
hoy ha sido el primer día después de la prueba. Aunque yo no lo
llamaría precisamente prueba. Resulta que al final fue algo tan
sencillo que ni siquiera comprendo por qué se molestan en hacer ese
experimento.
A poco de terminar la grabación
de ayer, un señor con bata blanca, -¡cómo no!-, entró en la sala
portando un maletín plateado. El tío sería muy inteligente, pero
de modales le faltaron un par de clases, porque ni me saludó ni
nada. Directamente colocó su elegante maletín sobre la mesa,
trasteó con el aparato que llevaba dentro y me colocó una serie de
electrodos en las sienes y en el pecho. El muy cabrón ni siquiera me
miró a la cara. Joder, me sentí peor que una cobaya. Y, por si eres
tú quien está escuchando esta grabación, que sepas que no cuesta
nada decir “hola, ¿qué tal?”.
Bueno, pues cuando ya terminó de
cablearme a la máquina de su maletín, se va y entra otro tipo,
también con bata, pero este llevaba en brazos un gran panel cubierto
con una tela, como si llevara un cuadro tan grande que solo llegaba a
ver su cabeza y sus piernas asomando por el marco. Al rato, aparece
su asistente, que coloca un caballete y luego ayuda a apoyar el panel
en el caballete. Todo esto sin retirar la tela que lo cubría. Al
menos esta vez, el que llevaba el cuadro le dio las gracias a su
ayudante, quien cerró la puerta cuando salió y nos dejó a solas a
mí y al del cuadro.
Él se sentó delante de mí y
cruzó las manos encima de la mesa. El silencio fue... incomodísimo,
con ese tipo escudriñándome el alma con su mirada pastosa asomando
por encima de sus lentes redondas y oscuras. Cuando empezó a hablar,
di un respingo. No esperaba escuchar su voz así tan de repente. Se
llamaba Doctor Pablo Silar, y, por lo visto, era el encargado de
conducir la prueba. Este buen, pero jodidamente extraño, hombre por
fin me contó de qué iba todo aquello. Y la verdad... me parece una
gran parida. Pero oye, por mí encantado. No diré que no a esos dos
mil pavos que me ofrecen.
El “algoritmo del miedo”,
dijo el Doctor Silar. Él y su equipo habían descubierto el
algoritmo del miedo. Al parecer, en los laboratorios habían pasado
años y años metiendo datos en superordenadores para descifrar
algunas emociones humanas. Amor, odio, valor, miedo... Querían
comprobar si un ordenador era capaz de reproducir con total exactitud
una emoción humana. “Un paso asombroso en IA”, se enorgullecía
el tipo. La verdad es que parecía entusiasmado. Pero a mí solo me
preocupaba lo que tenía que hacer yo, empezaba a estar incómodo con
tanto cable a mi alrededor.
Fue entonces cuando señaló al
cuadro que habían colocado justo enfrente de mí. La primera emoción
que la máquina había logrado descifrar era el miedo, y el
superordenador había creado un algoritmo que describía con total
precisión matemática la sensación de terror. A mí, sinceramente,
me daba igual. No sé qué vamos a sacar con que ahora las máquinas
sientan miedo. Pero, en fin. Una vez que la máquina comprendió el
miedo y lo transformó en algoritmo. Los científicos, bajo el mando
del Doctor Silar, convirtieron ese algoritmo en una imagen. Y luego,
le dieron a imprimir.
Justo cuando la explicación del
doctor Silar llegó a ese punto, su tono se volvió mucho más grave
y se quitó las gafas para mirarme directamente a los ojos. Me dijo
que nadie había sido capaz de ver esa imagen. El ordenador había
concentrado el miedo puro en una sola imagen, y su equipo desconocía
las consecuencias psicológicas que podría tener en un ser humano el
hecho de contemplar esa imagen directamente. Nadie, ningún miembro
de su equipo, se había atrevido a verla, pues, desde un principio,
sospechaban del poder de impregnación de la imagen. La
“impregnación”... otro palabro científico. Me lo explicó, pero
no me quedó del todo claro. Algo de que cuando un ser humano entra
en contacto con una emoción pura, esa emoción se adueña de la
mente de la persona... O algo así. Pero lo más raro es que,
entonces, el doctor Silar me coge de la mano y me dice si todavía
quiero hacer la prueba.
Casi me río en su cara. Es solo
una imagen, por los Altos. Seguramente estará en jpg y todo. Bueno,
que le dije que sí. Él asintió lentamente, se levantó, activó un
temporizador al lado del caballete y salió de la sala. Justo al
cerrar la puerta, la estancia se quedó a oscuras y un foco de luz
iluminó solamente el panel cubierto con la tela. Cuando el
temporizador llegó a cero, la tela cayó, y vi la imagen, la
verdadera esencia del miedo.
La verdad es que era una imagen
desagradable, pero para mí solo era eso: una imagen desagradable. Me
han prohibido a toda costa que la describa siquiera. Solo diré que
era una especie de ojo deforme que te devolvía la mirada con mucha
intensidad. De hecho, noté que se aceleró mi corazón. Era una
imagen impactante, pero nada más. Y allí me tuvieron veinte minutos
que me parecieron cinco horas. Hasta que el temporizador volvió a
sonar y entró el ayudante para cubrir la imagen desde detrás con
otro tela.
Pues eso fue el experimento.
Luego me hicieron una serie de preguntas y me dejaron ir. Los dos mil
me los darán dentro de una semana. Quieren ver si la imagen tiene
efectos en mi vida durante estos siete días. De momento, hoy ha sido
un día completamente normal. Y mañana también lo será. Aunque a
veces, cuando parpadeo, sigo viendo esa imagen. Pero nada más.
Mañana seguiré contando.
Hasta mañana, grabadora.
Por cierto, esto va para los de
recursos del laboratorio: la próxima vez, curráoslo un poco y dad
una videocámara decente en lugar de esta grabadora cutre.
¡Hola AIo!
ResponderEliminarAsí que de eso trataba el experimento... Mmm... interesante. Me pregunto si va a ser tan sencillo como cree el protagonista. Interesante.
Voy al siguiente día, a ver si sigue igual de cuerdo XD ¡Hasta ahora!
¡Hola, Carmen!
EliminarMuchísimas gracias por tus palabras. A ver cómo afecta la imagen al prota. O a lo mejor todo es un sueño y el prota sigue en la sala del experimento, dormido. :P
Un abrazo muy fuerte. ¡Nos seguimos leyendo!