jueves, 8 de octubre de 2015

Algo curioso

El lunes le pasó algo curioso. Como en todos los inicios de semana, había terminado de trabajar a las nueve menos cuarto, cuarenta y cinco minutos más tarde de su hora de salida. Se dirigía a coger el metro, maletín en mano y paso apresurado. Estaba deseando llegar a casa, liberarse de las ataduras de su corbata y su camisa de cuello estrecho, y enfundarse su camiseta de Motörhead para olvidarse de los problemas del mundo mientras hacía vibrar con sus dedos las notas graves de su bajo. Pero ese deseado momento de desconexión aún debía esperar unos minutos hasta que llegase a casa. Ahora, esperaba pacientemente a que el semáforo de peatones se pusiera verde para poder llegar a la boca del metro del otro lado de la calle.


La carretera estaba adoquinada de vehículos, en cuyos interiores se acumulaba una cantidad pasmosa de personas con miradas cansadas e impacientes. Al igual que él, todos ansiaban llegar cuanto antes a sus hogares. El ruido de los motores se mezclaba con los gritos de los conductores airados, en un ambiente estresante de luces rojas de freno que brillaban atenuadas en nubes de monóxido de carbono. Simplemente había demasiados coches, y ni siquiera el ancho de cuatro carriles de la carretera daba abasto para hacer fluir el trasiego constante del tráfico. Los coches apenas se movían, y él los miraba casi hipnotizado, como quien observa un río repleto de troncos muertos que se acumulan. El personaje rojo del semáforo indicaba, sin lugar a dudas, que los peatones debían esperar su turno para cruzar la calzada. Pero muchos viandantes mostraban una sorprendente carencia de paciencia, y se aventuraban a cruzar la calle recorriendo la estrecha senda que dejaban los coches entre sí.

Por un momento se sintió un poco estúpido, pues era el único que seguía quieto, a la espera de que el hombrecillo brillara con color verde. Suspiró y decidió continuar con la espera, que llegó a prolongarse tanto que se cuestionó si el semáforo podría estar averiado. Justo entonces, llegó a su lado una mujer que llevaba de la mano a una niña. Miró de reojo a la mujer y apretó los labios. Inclinó ligeramente la barbilla, en un gesto de medio saludo. Pero la mujer no le prestó la más mínima atención, simplemente no apartó la vista del final de la calle, probablemente para comprobar si se iba a presentar algún buen momento para cruzar. Él pensó que la mujer daría buen ejemplo a la que supuso que sería su hija y esperaría hasta que las normas de tráfico le permitiesen cruzar. Pero al hombrecito del semáforo parecía encantarle su tonalidad roja eterna, y no daba visos de querer cambiar próximamente.

Volvió a lanzar una mirada fugaz a la mujer y a la niña. La pequeña jugaba mordisqueando la cabeza de plástico de una muñeca. El juguete tenía la cabeza casi a punto de salirse del cuello. Dudó si avisar a la madre de que el juguete de su niña estaba a punto de romperse, pero, mientras dudaba de si sería considerado o no un entrometido, la mujer tiró de la mano de la pequeña y la llevó consigo al laberinto de coches que tenía delante.

Asombrado, observó cómo la pareja de féminas, mayor una y menor la otra, sorteaba los vehículos del atasco serpenteando entre luces de faros y parachoques. Él había pasado ahora de sentirse estúpido a sentirse ridículo. Era el único peatón que quedaba esperando en la acera, mientras todos los demás que se habían aventurado a cruzar ya se habían perdido de su vista. Así que miró hacia el final de la calle y observó la multitud de coches estática. Arqueó las cejas y se resignó a tener que infringir la orden del semáforo. Casi podía escuchar a su bajo llamándolo rítmicamente desde su casa.

Empezó a caminar por el asfalto, rodeado de una sinfonía de cláxones que se quejaban del embotellamiento. Cada vez que pasaba delante del morro de un vehículo, agachaba la cabeza, casi en señal de disculpa por estar aprovechándose del atasco para cruzar la calle. En una de estas reverencias vergonzosas, su pie pisó algo extraño y casi cae de bruces, de no haber sido por el fortuito capó en el que se apoyó para no terminar en el suelo. “¡Perdón!”, se disculpó rápidamente ante la conductora, alzando ambas mano como si fuesen a arrestarle. “Casi me caigo”, comentó para sí, agachándose a mirar con qué se había tropezado. Reconoció la melena rubia y el rostro de plástico. Recogió del asfalto la cabeza de la muñeca con la que había estado jugueteando la niña. Con la cabeza en la mano, continuó cruzando hasta que tuvo que pararse en seco. Un ciclomotor pasó como una flecha justo delante de él. El motorista aprovechaba el poco espacio entre carriles para saltarse el atasco. Pero él no lo vio venir, y se quedó pálido cuando observó el casco del piloto pasando a escasos centímetros de su cara.

El susto le sirvió apara aligerar el paso y fijarse mejor por dónde caminaba. Al llegar al otro lado de la calle, primero, se sintió a salvo al encontrarse de nuevo en la seguridad de la acera, y segundo, buscó con la mirada a la madre y a su pequeña para devolverle la cabeza a la muñeca decapitada a mordiscos. Sin embargo, por mucho que buscó, no las encontró. Miró la cabeza de plástico, que le devolvió la mirada con la pregunta silenciosa de qué hacer con ella, y decidió dejarla sobre la tapa de un contenedor cercano. Pero, justo antes de dejarla allí, una pregunta apareció en su mente.

¿Aquella cabeza de muñeca acababa de salvarle la vida?

“Curioso”, pensó. Decidió no deshacerse del objeto y guardarlo en el bolsillo. Quizás la fortuna quisiese que encontrase a su dueña más adelante en el camino.

2 comentarios:

  1. ¡Hola Aio!

    Jolines, por poco le ha ido al chico... La verdad es que ha tenido una suerte inmensa de haber encontrado la cabeza de la muñeca.

    Muy bien narrado, desde el principio hasta el final. Has hecho que hasta yo me sienta como él, esperando en el semáforo, con el muñeco rojo impidiéndole cruzar. Gran trabajo :D

    Bueno Aio, un placer pasarme de nuevo por aquí. ¡Abrazo fuerte! Y hasta la próxima ^^ ¡Feliz semana!

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    1. ¡Hola, Carmen!

      Te agradezco mucho tu comentario. Me encanta ver que te gustan mis historias. Es un placer. Esta vez quería contar cómo algo cotidiano y fortuito puede tener grandes consecuencias para una persona. ^^

      ¡Otro abrazo igual de fuerte para ti! ¡Nos seguimos leyendo! ¡Y muy buena semana para ti también! :)

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