El lunes le pasó algo curioso. Como en todos los inicios de semana,
había terminado de trabajar a las nueve menos cuarto, cuarenta y
cinco minutos más tarde de su hora de salida. Se dirigía a coger el
metro, maletín en mano y paso apresurado. Estaba deseando llegar a
casa, liberarse de las ataduras de su corbata y su camisa de cuello
estrecho, y enfundarse su camiseta de Motörhead para olvidarse de
los problemas del mundo mientras hacía vibrar con sus dedos las
notas graves de su bajo. Pero ese deseado momento de desconexión aún
debía esperar unos minutos hasta que llegase a casa. Ahora, esperaba
pacientemente a que el semáforo de peatones se pusiera verde para
poder llegar a la boca del metro del otro lado de la calle.
La carretera estaba adoquinada de vehículos, en cuyos interiores se
acumulaba una cantidad pasmosa de personas con miradas cansadas e
impacientes. Al igual que él, todos ansiaban llegar cuanto antes a
sus hogares. El ruido de los motores se mezclaba con los gritos de
los conductores airados, en un ambiente estresante de luces rojas de
freno que brillaban atenuadas en nubes de monóxido de carbono.
Simplemente había demasiados coches, y ni siquiera el ancho de
cuatro carriles de la carretera daba abasto para hacer fluir el
trasiego constante del tráfico. Los coches apenas se movían, y él
los miraba casi hipnotizado, como quien observa un río repleto de
troncos muertos que se acumulan. El personaje rojo del semáforo
indicaba, sin lugar a dudas, que los peatones debían esperar su
turno para cruzar la calzada. Pero muchos viandantes mostraban una
sorprendente carencia de paciencia, y se aventuraban a cruzar la
calle recorriendo la estrecha senda que dejaban los coches entre sí.
Por un momento se sintió un poco estúpido, pues era el único que
seguía quieto, a la espera de que el hombrecillo brillara con color
verde. Suspiró y decidió continuar con la espera, que llegó a
prolongarse tanto que se cuestionó si el semáforo podría estar
averiado. Justo entonces, llegó a su lado una mujer que llevaba de
la mano a una niña. Miró de reojo a la mujer y apretó los labios.
Inclinó ligeramente la barbilla, en un gesto de medio saludo. Pero
la mujer no le prestó la más mínima atención, simplemente no
apartó la vista del final de la calle, probablemente para comprobar
si se iba a presentar algún buen momento para cruzar. Él pensó que
la mujer daría buen ejemplo a la que supuso que sería su hija y
esperaría hasta que las normas de tráfico le permitiesen cruzar.
Pero al hombrecito del semáforo parecía encantarle su tonalidad
roja eterna, y no daba visos de querer cambiar próximamente.
Volvió a lanzar una mirada fugaz a la mujer y a la niña. La pequeña
jugaba mordisqueando la cabeza de plástico de una muñeca. El
juguete tenía la cabeza casi a punto de salirse del cuello. Dudó si
avisar a la madre de que el juguete de su niña estaba a punto de
romperse, pero, mientras dudaba de si sería considerado o no un
entrometido, la mujer tiró de la mano de la pequeña y la llevó
consigo al laberinto de coches que tenía delante.
Asombrado, observó cómo la pareja de féminas, mayor una y menor la
otra, sorteaba los vehículos del atasco serpenteando entre luces de
faros y parachoques. Él había pasado ahora de sentirse estúpido a
sentirse ridículo. Era el único peatón que quedaba esperando en la
acera, mientras todos los demás que se habían aventurado a cruzar
ya se habían perdido de su vista. Así que miró hacia el final de
la calle y observó la multitud de coches estática. Arqueó las
cejas y se resignó a tener que infringir la orden del semáforo.
Casi podía escuchar a su bajo llamándolo rítmicamente desde su
casa.
Empezó a caminar por el asfalto, rodeado de una sinfonía de
cláxones que se quejaban del embotellamiento. Cada vez que pasaba
delante del morro de un vehículo, agachaba la cabeza, casi en señal
de disculpa por estar aprovechándose del atasco para cruzar la
calle. En una de estas reverencias vergonzosas, su pie pisó algo
extraño y casi cae de bruces, de no haber sido por el fortuito capó
en el que se apoyó para no terminar en el suelo. “¡Perdón!”,
se disculpó rápidamente ante la conductora, alzando ambas mano como
si fuesen a arrestarle. “Casi me caigo”, comentó para sí,
agachándose a mirar con qué se había tropezado. Reconoció la
melena rubia y el rostro de plástico. Recogió del asfalto la cabeza
de la muñeca con la que había estado jugueteando la niña. Con la
cabeza en la mano, continuó cruzando hasta que tuvo que pararse en
seco. Un ciclomotor pasó como una flecha justo delante de él. El
motorista aprovechaba el poco espacio entre carriles para saltarse el
atasco. Pero él no lo vio venir, y se quedó pálido cuando observó
el casco del piloto pasando a escasos centímetros de su cara.
El susto le sirvió apara aligerar el paso y fijarse mejor por dónde
caminaba. Al llegar al otro lado de la calle, primero, se sintió a
salvo al encontrarse de nuevo en la seguridad de la acera, y segundo,
buscó con la mirada a la madre y a su pequeña para devolverle la
cabeza a la muñeca decapitada a mordiscos. Sin embargo, por mucho
que buscó, no las encontró. Miró la cabeza de plástico, que le
devolvió la mirada con la pregunta silenciosa de qué hacer con
ella, y decidió dejarla sobre la tapa de un contenedor cercano.
Pero, justo antes de dejarla allí, una pregunta apareció en su
mente.
¿Aquella cabeza de muñeca acababa de salvarle la vida?
“Curioso”, pensó. Decidió no deshacerse del objeto y guardarlo
en el bolsillo. Quizás la fortuna quisiese que encontrase a su dueña
más adelante en el camino.
¡Hola Aio!
ResponderEliminarJolines, por poco le ha ido al chico... La verdad es que ha tenido una suerte inmensa de haber encontrado la cabeza de la muñeca.
Muy bien narrado, desde el principio hasta el final. Has hecho que hasta yo me sienta como él, esperando en el semáforo, con el muñeco rojo impidiéndole cruzar. Gran trabajo :D
Bueno Aio, un placer pasarme de nuevo por aquí. ¡Abrazo fuerte! Y hasta la próxima ^^ ¡Feliz semana!
¡Hola, Carmen!
EliminarTe agradezco mucho tu comentario. Me encanta ver que te gustan mis historias. Es un placer. Esta vez quería contar cómo algo cotidiano y fortuito puede tener grandes consecuencias para una persona. ^^
¡Otro abrazo igual de fuerte para ti! ¡Nos seguimos leyendo! ¡Y muy buena semana para ti también! :)