jueves, 24 de septiembre de 2015

Piña colada

Los colores chillones de los neones que anunciaban varias marcas de cerveza eran la única fuente de luz dentro de aquel tugurio. El bar de Oli era oscuro y olía a cerrado, pero era justo el tipo de local que atraía, como moscas a la luz, a la escasa y dispareja panda de perdedores que acudía allí cada noche para ahogar sus penas en alcohol y en conversaciones cargadas de silencios, pensamientos profundos y miradas perdidas. Era jueves y, como todos los jueves y como todos los días, Oli se quedó un rato observando atentamente desde detrás de la barra cómo aquel anciano sentado al otro extremo se encorvaba desgarbado sobre su vaso de piña colada.


Eran las once de la noche, pero para aquel cliente habitual, el tiempo se detenía en torno a su bebida. Su rutina siempre era la misma. Se sentaba a la barra, se acariciaba la barba unas cuantas veces mientras se aclimataba al lugar, aguardaba unos minutos en silencio y, justo después, como si saliese de repente de una ensoñación, volvía en sí y pedía una piña colada, que acto seguido disfrutaba con toda la calma del mundo, eternizando cada sorbo entre un pensamiento y otro.

Era casi como si aquel fuese el único momento de paz en su vida, y deseara prolongarlo en el tiempo hasta que casi alcanzara el infinito imposible. Aquella noche, el anciano escuchó el tintineo de la puerta al abrirse, anunciando la llegada de un nuevo parroquiano. Él se mantuvo inalterable, ni siquiera aparató la vista de su bebida para ver de quién se trataba. Unos tacones se fueron acercando hacia donde estaba sentado hasta que se pararon cerca, y el anciano pudo ver de reojo que alguien se había sentado a su lado.

Hacía tiempo que no veía una piña colada ―comentó la mujer que acababa de sentarse―. Pensaba que ya no la vendían. Es casi como ver... No sé... ¿Mirinda?

El anciano la miró y parpadeó deslumbrado por la escandalosa belleza rubia y por el brillo de sus carnosos y pecaminosos labios rojos. Aquella mujer parecía ser el sueño encarnado de todo hombre, de todo hombre con un par de años menos que él. Tomó aire, se atusó la barba y se agarró al vaso con ambas manos para no caer rendido a los pies de la hermosura de ella.

Se sigue vendiendo, sí. La Mirinda, no sé...

Perdone que le pregunte ―insistió ella con amabilidad―, pero no parece el tipo de persona que bebe piña colada, y menos en un bar como este.

El anciano se encogió de hombros y se movió en el asiento. Le incomodaba la curiosidad de ella y dudó de si responder o seguir callado y ensimismado.

Antes bebía... Otras cosas... Pero esas otras cosas que bebía, en fin, me trajeron problemas. Oli conoce la historia ―apuntó, señalando en dirección al barman con la barbilla―. Quizás deberías preguntarle a él. Él cuenta mejor las cosas que yo, y tiene la mente más despierta ―”y más joven”, pensó, sin llegar a decirlo―. Creo que te caerá bien.

Pero yo quiero hablar contigo, no con Oli.

Yo... no soy un gran conversador ―concluyó él, claramente inquieto en su asiento―. Te aburriré con mis cosas, o te pondré triste con mis historias. Oli, por otro lado, él siempre...

Pero yo quiero hablar contigo. Deseo hablar contigo. Nada me haría más feliz.

El anciano levantó la mirada de su bebida y la miró a través de las lágrimas que empezaban a acumularse en las arrugas en torno a sus ojos.

¿Por qué? ―preguntó él.

Te amo, viejo loco ―respondió ella, colocando suavemente la mano en su hombro desgastado por el tiempo. Él no notó ningún peso sobre él.

Sé que no eres real ―zanjó él, mirándola directamente a sus insondables ojos azules.

¿Cómo sabes que no soy real?

El anciano volvió a agarrarse a su bebida y tomó un sorbo minúsculo que casi ni le mojó los labios.
Pareces buena chica ―y bebió de nuevo, un sorbo mayor―, pero a mí no me pasa nada bueno. Y si algo parece bueno, entonces no es real.

Desde detrás de la barra, Oli seguía observando cómo el anciano seguía disfrutando de su piña colada, mientras conversaba con un taburete vacío donde estaba sentada una acompañante que no existía.

2 comentarios:

  1. Hola Aio!

    Oh... qué historia más triste... pobre viejo. Lo que puede hacer la soledad. Muy bien llevado, porque por un momento nos haces creer que la mujer es real. Y dejas al descubierto los sentimientos y sensaciones del hombre. Me ha gustado un montón ^^

    ¡Nos leemos pronto! Abrazoooo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola, Carmen!

      ¡Muchas gracias por tu comentario! Me alegro de que te haya gustado. No me siento muy creativo últimamente, pero bueno, espero seguir a la altura. ;)

      ¡Un abrazo fuerte! ¡Nos seguimos leyendo! ^^

      Eliminar