Colocó los brazos en jarra e
inclinó la cabeza a un lado mientras no perdía detalle de la
inmensa gruta que se abría ante ella como si fuera la entrada a un
burdo y pedregoso túnel de una carretera forestal abandonada. Al
lado de Dana, su perra Nomi seguía sentada en la hierba, emitiendo de vez en
cuando algún gemido lastimero, como si al animal le preocupase que
su dueña de adentrara en la oscuridad de delante.
“¿Crees que me voy a meter ahí
dentro?”, le preguntó a su mascota al tiempo que le acariciaba el
rubio pelaje sobre su mirada preocupada. “Ni de broma me voy a
meter ahí dentro”, zanjó ella. “Siempre que hay una cueva y
alguien entra, pasan cosas malas. Puedes perderte dentro, resbalarte
y caerte o incluso puede haber un desprendimiento y quedarte atrapada
ahí dentro hasta que mueras de hambre... o de aburrimiento. Lo que
pase primero”.
“¿Tú que opinas?”, volvió
a preguntarle a Nomi, a lo que ella respondió mirándola con timidez
y gimiendo de nuevo. “Ya. Yo opino lo mismo. Nunca pasa nada bueno.
Nadie entra en una cueva y encuentra un millón de pavos, por
ejemplo. O un cofre del tesoro... Bueno, un cofre del tesoro sí que
puedes encontrarlo, pero seguro que estaría encantado o algo. Y si
encuentras un millón de pavos, seguro que es de algún mafioso que
luego quiere matarte para recuperar su pasta. No, nunca pasa bueno en
las cuevas, Nomi. Así que no te preocupes, no voy a entrar”.
“Pero imagina, por un momento,
que no soy yo la que entra, sino que cojo este palo y lo lanzo dentro
para que entres tú, Nomi”. La perrita alzó la mirada al escuchar
su nombre, como si hubiese comprendido lo que acababa de sugerir su
dueña. Gimió de nuevo, el animal quería marcharse de aquel lugar.
“Desde luego que no lo voy a hacer, pequeña, pero imaginémonos
que lo hago. Lanzo el palo, tú entras deprisa -cosa que dudo, porque
estar súper asustada-, y vas y, en vez de encontrar el palo, te
encuentras con una criatura súper asquerosa. En plan así delgada
como un esqueleto, peluda de pecho para arriba y con una cara súper
horrible con nariz de murciélago y todo. ¿Te imaginas?
“Y luego va el monstruo ese
asqueroso y... ¡ÑAM! Va y te come, Nomi. Lo sé, pequeña, no sería
una historia agradable para ti, y ni mucho menos para mí. Yo me
preocuparía por ver que no sales de la cueva y te llamaría y
silbaría para que vinieses a mí, pero no aparecerías porque
estarías siendo digerida por el monstruo capullo murciélago que te
acaba de comer. Y me iría a casa llorando, ya que no entré en la
cueva a buscarte, porque en las cuevas pasan cosas malas. Y me
deprimiría, y estaría todo el día triste porque no estás conmigo,
y discutiría -más- con mis padres y empezaría el insti sin ganas,
y no estudiaría y todo sería un desastre”.
“Hasta que un día, durante un
recreo, me hiciese amiga de una friki gótica, simpática, pero
siniestra, que me contaría una leyenda de la cueva y de un monstruo.
Y entonces..., ¡ZAS! Me volvería súper obsesionada con el tema y
estudiaría a fondo en plan posesa sobre el tema, como en las pelis
de asesinatos cuando se ve al detective leyendo artículos en una
biblioteca vacía. Y luego iría toda loca y decidiría montar un
equipo matamonstruos con mi amiga gótica friki, y quedaríamos una
noche para entrar en la cueva y matar al monstruo capullo murciélago.
¿Que por qué iríamos de noche y no de día? Pues porque de día
tengo que ir al instituto, Nomi... Vaya preguntas que me haces...”
La perra volvió a gemir y
comenzó a moverse inquieta en el sitio. “Vale, ya nos vamos”.
Dana tiró el palo en dirección opuesta a la entrada de la cueva y
Nomi salió disparada tras él. Antes de ir tras ella, Dana lanzó un
último vistazo a la misteriosa cueva. “Hubiera sido una nueva vida
interesante. Quizás, en un universo paralelo”. Y la joven partió
tras su mascota abriéndose paso a través de los arbustos.
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