jueves, 3 de septiembre de 2015

La nueva vida de Dana (Primera parte de tres)

La cálida luz del sol de la tarde se filtraba en las alturas a través de las frondosas ramas. Dana cerró los ojos y alzó la cabeza hacia el cielo, que dejaba entrever su claro azul celeste por los huecos entre las hojas. Percibió el calor del sol en su cara, dibujando luces y sombras caprichosas al mismo tiempo que la agradable brisa mecía las ramas de arriba. El susurro de los árboles se convirtió en una melodía tranquila y relajante que entraba por sus oídos y se hundía hasta su corazón, calmando su latido y acompasándolo al vaivén del follaje que la rodeaba. Sin pretenderlo, una media sonrisa apareció en su rostro. Estaba tranquila y se sentía en paz. Entonces, escuchó el paso apresurado de cuatro patas que se acercaban hacia ella. Abrió los ojos y bajó la mirada para ver a su perra Nomi corriendo y saltando algunos arbustos, mientras sostenía en su hocico el palo que Dana le había tirado.


Buena chica, Nomi”, le agradeció su dueña cuando Nomi dejó el palo en su mano. La golden retriever se sentó justo delante de Dana y clavó su mirada en ella. Con el hocico abierto, se relamió y comenzó a mover la lengua a la espera de que la chica lanzara de nuevo el palo. Esta agitó el objeto en su mano, fingiendo que podía lanzarlo en cualquier momento. “Tú no te cansas nunca, ¿eh?”, comentó a su mascota, que se limitó a seguirla muy de cerca cuando Dana comenzó a caminar entre los árboles.

Aquel bosque se había convertido en el auténtico hogar de Dana. Desde que sus padres se habían mudado al pueblo, ella se dedicó a explorar el bosque de la zona todas las tardes. Así evitaba quedarse en casa y empaparse de ese ambiente pantanoso en el que se había convertido su hogar, una pantomima de unos padres separados que, para darse una segunda oportunidad, se habían inventado la idea de que sería una buena idea empezar de cero en un sitio nuevo. Ninguno de ellos le preguntó a Dana qué le parecía lo de dejar atrás todo e irse a vivir en un pueblo perdido en el que en lugar de centros comerciales hay hectáreas y hectáreas de bosques. Pero aun así, tuvo que acatar la decisión a regañadientes y someterse a la voluntad de sus padres. “Al menos tengo espacio para mí”, pensó mirando la arboleda de alrededor, que la alejaba de las mismas discusiones que seguían manteniendo sus padres en la casa nueva donde vivían.

Era el mes de septiembre, y Dana aún no había empezado las clases en su instituto nuevo. De modo que tenía mucho tiempo libre a su disposición en un pueblo en el que lo más emocionante que podía hacer era sentarse delante de la tienda de la gasolinera y contar los coches que pasaban de vez en cuando. Tenía que encontrar alguna actividad en la que emplear su tiempo. Cuando un día tuvo que comprar unas botellas de agua en la tienda de la gasolinera, vio un estante en el mostrador con un mapa de la zona del pueblo y del bosque de alrededor. Le sobraron unos céntimos, así que se compró uno. Lo examinó en casa a conciencia, mientras su perra Nomi dormía a su lado en la cama. Lo primero que hizo fue localizar la ubicación de su casa, justo a las afueras del pueblo, a unos metros de donde empezaba la arboleda del bosque. A continuación, dividió el bosque en áreas pequeñas, como para recorrerla a pie, y las delimitó. Al final, el mapa parecía un puzle gigante de piezas delimitadas con rotulador rojo.

La perra seguía caminando a su lado por el bosque, lanzando miradas ansiosas al palo con el que jugueteaba Dana golpeando los arbustos a su paso. Sacó el mapa del bolsillo trasero del pantalón, y lo examinó. Aquella tarde tocaba explorar el área 15 del bosque, y ya casi estaba llegando.

¿Crees que habrá un multicines por aquí?”, le preguntó a su perra, que jadeaba a la espera de salir disparada a por el tentador palo. Dana salió del área 14 y se adentró en la 15 sin especial interés. Más árboles, más arbustos y más rocas. Nada diferente. Alguna loma que subió a la carrera y bajó rodando entre las hojas y algún cauce de agua que discurría escaso entre los surcos del barro. Pero nada fuera de lo normal. Simplemente más bosque.

Hasta que Dana y su perra Nomi se pararon en seco delante de la entrada de una cueva. La joven sacó de nuevo el mapa y Nomi sentó sus posaderas en el suelo al lado de su dueña. El animal no apartaba la mirada de la entrada a la gruta oscura. “Esta cueva no aparece en el mapa”, comentó la chica en voz baja.

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