Pequeños y brillantes eran los
ojos que destellaban desde la profundidad oscura y rocosa de la
cueva. Atónitos y abiertos redondos de par en par, observaron
incrédulos cómo la joven Dana se alejaba de la entrada de la cueva.
Aquel ser, peludo y encorvado, dejaba que las sombras ocultaran su
flaco cuerpo, mientras daba pequeños brincos
nerviosos tras una estalagmita.
Abrazado a la piedra, comenzó a
gemir desconcertado, pues ya había perdido de vista a la muchacha.
“Me dijiste que iba a entrar”, balbuceó entre sus babas
torpemente con su voz estridente de cristal rayado. “Me dijiste que
iba a entra en mi cueva”, repitió, con un tono cada vez más
molesto. “Y ahora se va... Se ha ido... ¡Se fue! Dime, dime, te lo
suplico, dime que va a regresar. Dime que va a volver y va a entrar
aquí”.
El ser hablaba en voz alta y en
completa soledad. De vez en cuando, sus ojos blancos se alzaban y
miraban arriba, como si su interlocutor estuviese muy por encima de
él.
“No es justo... No es justo.
Esta historia no debería ser así. No es lo que se planeó al
principio. Soy el monstruo, la criatura fea y horrible. Mis
herramientas son el miedo y la confusión. Mi labor es gruñir,
arañar, asustar y matar. Y ahora qué se supone que tengo que hacer,
¿eh? Ella ni siquiera sabe que existo. ¿Cómo voy a cambiar su vida
si ni siquiera sabe de mí? ¿No se suponía que yo iba a ser
importante, que iba a ser yo el malo, que iba a ser yo quien le diera
su nueva vida? Y ahora mírame, solo y a oscuras en una cueva que
nadie ha visto y que nadie verá. No es justo. No es justo”.
Unos golpes rítmicos y secos
comenzaron a escucharse en la oscuridad cuando el ser golpeó
repetidas veces la piedra con su frente.
“El perro... La culpa es del
perro... ¿Acaso no te diste cuenta de eso? ¿Acaso no lo viste
venir? Se suponía que tenía que tirar el palo... Tenía que
lanzarlo para que el perro entrase en la cueva. Así acabaría con el
peludo animal asqueroso y le rompería el corazón a la muchacha.
Pero ella quiere mucho a su pulgosa mascota, y es incapaz de ponerla
en peligro. ¿Cómo iba a tirar el palo para que entrase en una cueva
oscura? ¿No pensaste en eso al principio? Y ahora mira. ¡Se ha ido!
Y no puedo ir a por ella. El sol me hace daño, ¿recuerdas? Eso sí
que no ha cambiado, pero su historia, la historia de Dana, ha
cambiado del todo. ¿Por qué? ¿Por qué lo has hecho? Yo tenía que
asustarla, tenía que cabrearla para que volviera a por mí, para que
entrara en mi cueva una noche a matarme. ¿Quién me matará ahora?”
“No es justo...”, repitió
una última vez antes de que su voz, su mirada, y todo su ser
desaparecieran para siempre en las nieblas de lo que pudo haber sido.
El sol de la tarde caía sobre
las copas de los árboles, y Dana se dirigía de vuelta a casa, su
horrible casa repleta de discusiones y tensión en el ambiente. Ella
ni siquiera lo sospechaba, pero su vida había cambiado totalmente
para seguir completamente igual.
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