Aliento
escarchado de un ser hundido,
ser que
se hunde, que se cae en sí mismo.
Burbujas
que escapan de su dueño perdido,
que se
hunde más, que se cae en su abismo.
Danzas
fortuitas y despavoridas
ascienden
hacia el cielo desde su boca.
Huyen
del dolor de las heridas
en
busca de la promesa que las convoca.
Ánimo
le falta, entonces lucha,
la
voluntad le flaquea, y resiste.
Guiado
por la llamada que escucha
olvida
el día que despareciste.
La
superficie se rompe con su presencia,
su
soledad quiebre la quietud,
ojos
que solo encuentran ausencia,
piel
que no siente ninguna luz.
El aire
es seco y fresco arriba,
el
oxígeno hincha su pecho desbocado.
No hay
nadie adónde él iba,
isla
solo en horizonte lejano.
Una
isla y una montaña lejanas
y él
en medio del mar la explanada.
Repiqueteo
de una sorda campana,
hacia
la luz de la cumbre él nada.
Pensaba
que avanzaba, pero huía,
sediento
de tardía salvación.
El agua
salada le escocía,
minaba
las esperanzas de su cansado corazón.
Nadaba
para alejarse de sí,
surcaba
el agua y la descosía
para
olvidar lo que lo anclaba allí,
para
olvidar lo que le hacía sufrir.
Ardua y
dolorosa travesía,
dio con
lo que quedaba de él en la orilla.
Olas lo
zarandeaban sin cortesía
para
despertarlo a los pies de la luz que brilla.
Sabor
salado y arena crujiente,
dolor
en el costado que va de lado a lado,
con
apenas fuerzas aprieta los dientes,
y
empieza a subir por la empinada pendiente.
Arriba
la luz lo ilumina,
arriba
su voz invenciones le promete,
con
susurros de porvenir él camina,
con
sueños de loco se compromete.
La
sangre marcaba su ascenso,
el
camino afilado y tortuoso no lo detiene.
Abajo,
el vértigo intenso,
arriba
la tortura que aún no viene.
Y
subía, sin descanso, subía
y metro
a metro del suelo se alejó.
Unas
veces al amparo de la luz dormía,
otras
veces a la sombra se quedó.
Ya no
recordaba el sabor del mar,
se
esfumó el recuerdo de la profundidad.
Su meta
estaba arriba y no podía parar,
la luz
brillaba en medio de su oscuridad.
Por el
camino con la vejez se topó
y se
volvió torpe y pesado, harto y cansado.
El
doble le costaba dar cada paso que dio,
el
doble le costaba, pero al final subió.
Cumbre
nevada y airada,
rocas
afiladas y escarpadas,
el
viento la nieve agitaba,
su
silbido entre las grietas silbaba.
El sol
desde el oeste iluminaba
la
nieve que con sus pies destrozados pisaba.
El
reflejo por momentos lo cegaba,
por fin
encontró la luz que lo guiaba.
Nadie
compartió su descubrimiento,
nadie
lo recompensó por su esfuerzo.
Seguía
solo con su tormento,
seguía
solo igual que al comienzo.
De
repente, algo escuchó,
la
nieve en la otra punta se agitó.
Un
cuerpo por el borde de la cima asomó
y los
vendajes del nuevo viajero sacudió.
Momia
andante, y ojos apagados
y su
capa arremolinada a un costado.
Herido
y cansado de pie se quedó
sorprendido
y helado, a él lo miró.
Compartieron
ambos de arriba la luz
ambos
supieron que en la cima no se hallaba la quietud,
rendidos,
perdidos y desorientados,
miraron
en la compañía del otro el brillo deseado.
En
soledad, los dos, y en compañía,
nada
más que contemplaron el atardecer desde la altura y la lejanía.
Wow... Me he quedado muda. Has hecho que me estremezca con esta historia. Triste, muy triste. Tanto, que casi me haces llorar. Soledad. Qué palabra más dura y cruel, ¿verdad? Aunque al final encontró compañía :)
ResponderEliminarUn gran poema. Eres un escritor como la copa de un pino, Aio. Me alegro de que nos regales tus letras :) Gracias.
Un mega abrazo como disculpa por no haberme pasado antes ^^
¡Besos! Y feliz semana :D
¡Hola, Carmen!
EliminarBueno, hoy te doy las gracias a ti, porque a mí me encantan también tus historias, y te agradezco que también las compartas en tu blog. Gracias también por lo de "escritor como la copa de un pino". Eso me ha llegado, pero no es para tanto. Espero hacerlo mejor cada semana, y que os guste lo que cuento.
¡Un abrazo fuerte! ¡Nos seguimos leyendo! :)