Día 494.
No he podido abrir la compuerta
exterior. Bueno, en realidad, no he sido capaz de hacerlo. Los golpes
que escuché anoche eran reales, como si alguien golpease la
compuerta con un tubo de hierro para que lo dejara entrar en el
refugio. Al principio eran golpes fuertes, tanto que el sonido iba
desde la cámara hermética de salida, atravesaba la zona de
purificación y el área de esparcimiento y llegaba hasta mí,
tumbada sobre la litera. Desde entonces los golpes se han repetido a
lo largo de todo el día de manera intermitente, pero tengo la
impresión de que cada vez se vuelven más débiles, como si las
fuerzas estuviesen abandonando a quien quiera que sea el que está
ahí fuera. Ahora mismo es casi de madrugada y han pasado unos veinte
minutos desde el último que escuché. Y ojalá no vuelva a
escucharlos. Todas las veces que los escucho es como si una estaca de
remordimiento se clavara en mi estómago. No sé si estoy haciendo lo
correcto dejando la puerta cerrada, pero no quiero exponerme al
veneno dejando entrar a cualquiera. Incluso a veces me sorprendo a mí
misma deseando que el gas actúe deprisa y acabe con esa persona de
fuera. ¿Eso me convierte en una mala persona?