Día 494 (todavía).
No he podido aguantarlo. Tenía
que escribir esto ya. Sigo viva. Bueno, si es que a esto se le puede
llamar vida. Antes abrí la compuerta exterior para descubrir quién
era mi misterioso visitante. Se trataba del niño moribundo que me
había encontrado en el camino del bosque. Al parecer, no estaba tan
moribundo como había pensado, y siguió mi rastro hasta el refugio. Alguien
ha enseñado bien a ese crío, no era fácil seguir mi rastro entre
la niebla, la oscuridad y todo ese caos que ahora es el mundo. Ojalá
también le hubiesen enseñado a mantener intacto su traje de
protección.
Cuando abrí la compuerta su
cuerpo cayó de espaldas y el tubo de hierro con el que había estado
golpeando la puerta salió rodando por el suelo. En un primer momento
pensé que el gas había hecho su trabajo y había acabado con la
vida de aquella pobre criatura. Pero su débil respiración todavía
empañaba los cristales de su máscara. Eché un vistazo de cerca a
la rotura de su traje. Su tierna piel ya estaba algo sonrosada por la
acción corrosiva del gas. A aquel chaval le podían quedar unos
días, unas semanas o unos meses, pero lo cierto era que se había
convertido en un foco tóxico para cualquiera que no hubiera entrado
en contacto con el gas. Sin embargo, quizás todavía podría
quedarle una esperanza. Y a esas alturas, ya no tenía nada que
perder.
De modo que lo arrastré hasta la
cámara hermética, me deshice de la tubería de metal lanzándola
fuera, y cerré la compuerta exterior. Luego, coloqué el agua y las
barritas energéticas delante del walkie que dejé en el suelo.
Sacudí su hombro en un intento de despertarlo y cerré la puerta
interior para dejarlo encerrado en la cámara hermética. A través
de la ventana de ojo de buey, observé cómo se desperezaba con
movimientos lentos y descoordinados. El gas ya afectaba a su sistema
nervioso y desgastaba sus terminaciones, forzándole a retorcerse
momentáneamente con algún que otro espasmo. Con gran esfuerzo para
controlar su propio cuerpo se puso de pie. Sentí lástima por él,
pero ya no podía hacerse nada. Ni siquiera la ducha purificadora
podía eliminar la toxina del cuerpo.
Parecía desorientado, como si le
sorprendiera encontrarse dentro del refugio. Tardó unos segundos en
darse la vuelta y encontrarme a mí, mirando al otro lado del
cristal. “Estás infectado”, fue lo primero que le dije. Él
asintió y me dijo que se llamaba Lewis. Le señalé el agua y la
comida que tenía a sus pies, pero cuando los vio no les hizo caso.
Entonces dijo justo lo que pensaba que iba a decir: “necesito...”,
pero lo interrumpí sobre la marcha para explicarle la situación. Le
dije que no me fiaba de él y que no lo iba a dejar pasar al refugio
así como así. El chico recibió la noticia con un ligero espasmo en
el cuello, y luego preguntó que por qué lo había dejado entrar.
Fue entonces cuando le propuse hacer un trato.
Le propuse que podría dejarle
estar en la cámara de cuarentena todo el tiempo que quisiera (hasta
que el gas actúe o hasta que se nos acaben las provisiones, lo que
ocurra antes). A cambio, él tendría que demostrarme que era de fiar
y, para ello, debía coger las provisiones y el walkie e ir a la casa
de Raquel para descubrir qué había sido de ella.
No pareció sorprendido, sino que
daba la impresión de estar encajando todas las piezas dentro de su
cabeza. Me preguntó dónde vivía ella, yo se lo indiqué y le di la
frecuencia de mi emisora por si acaso. Me preguntó que cómo sabría
él si podía fiarse de mí. “Soy la única que queda”, fue lo
único que se me ocurrió decirle. Justo después, recogió las
provisiones y se acercó hasta la compuerta para volver al tenebroso
y tóxico exterior. Tras abrir, echó un último vistazo atrás. Le
di de plazo hasta mañana al anochecer. Si tardase más, me arriesgo
a que esté tramando algo y no lo voy a dejar entrar. De todas
formas, mantendré contacto por walkie con frecuencia.
No sé si estoy siendo demasiado
paranoica, pero creo que toda prevención es poca. Tan solo espero
que encuentre a Raquel, o que por lo menos descubra algo de lo que ha
sido de ella. Me alegraría tanto si la encontrase a ella o a un
refugio en el que pudiera estar. En fin, voy a descansar unos
minutos. Mañana será un día importante.
Hasta mañana, diario.
Así que era él. Me parece muy triste la actuación de la protagonista, aunque puedo entender el porqué lo hace. Quién sabe si es o no de fiar, no?
ResponderEliminarEn fin, ahora a esperar toca :)
Un abrazo! Y feliz fin de semana! ^^
Espero que regrese con noticias de Raquel.
¡Hola, Carmen!
EliminarEl plan de la prota es algo egoísta, pero no creo que sea así en el fondo. La situación la empuja a serlo. Aunque quizás sea una de esas situaciones en las que sale a relucir su verdadera personalidad. A ver qué pasa. ^^
¡Un abrazo fuerte! ¡Nos seguimos leyendo!