Está en su dormitorio, tumbado
boca arriba y en silencio, quieto y con la mirada clavada en ese
punto diminuto que acaba de encontrar en el techo. Se fija en él y
parpadea, el único movimiento que realiza su cuerpo en ese instante.
Se pregunta qué será ese punto misterioso. A los pocos segundos,
tiene la sensación de que el punto se mueve. Parpadea varias veces
de nuevo e intenta fijarse mejor. El pequeño punto se desplaza
despacio, de un modo casi imperceptible. Pero se mueve. Suspira
profundamente y se deja llevar por la quietud del momento. Le da
igual que ese punto fuese una hormiga o una araña, porque, en ese
instante, en todo el universo, solo existe su conciencia alrededor de
ese punto minúsculo y móvil.
Entonces, percibe el vacío
alrededor de sí y el aire que ocupa el espacio encima de su cuerpo.
Respira un poco de ese aire y su pecho se eleva; lento, despacio, sin
prisa, con el mismo apuro que el del punto del techo. Se concentra en
probar ese aire, en saborear ese oxígeno que le mantiene con vida.
Lo siente entrando en sus pulmones, invadiendo su interior, y
repartiéndose por cada célula de su cuerpo. De repente, es
consciente de su propia vida y de su propio momento, único en el
espacio y en el tiempo. Y vuelve a respirar otro poco de ese aire
vacío que le rodea y del que no puede librarse. Respira. Suspira.
Parpadea. El punto sigue deambulando por el techo sin rumbo fijo.
Su mente divaga acompañando la
trayectoria del punto, su única compañía en su dormitorio.
Entonces siente algo que ocupa todo el volumen de la habitación: la
soledad. No la puede ver, ni oír, pero rebosa por todas partes y la
respira junto con el aire hueco que alimenta sus pulmones. Nota la
existencia de su nada, la presencia de su vacío. Lo toca y no lo
nota, pero le duele. Lo besa y no lo siente, pero le repugna. Es ese
fantasma imposible que le acompaña cuando esté solo, y ni siquiera
se da cuenta de ello. Es ese enemigo que no conoce y del que ni
siquiera se plantea su existencia. Son esas ganas de llorar cuando
está solo, mirando un punto en el techo y pensando que nadie lo ve
ni lo escucha. Pero ella sí lo ve, la soledad sí lo escucha. Y le
susurra al oído palabras sordas de desánimo. Está ahí cuando está
solo, le hace compañía cuando no hay nadie más alrededor. El
fantasma de la soledad, el acompañante imposible que no existe.
Parpadea y una lágrima escapa de
la comisura de sus párpados. Siente su cosquilleo mientras cae y
desea con todo su ser que fueran las caricias de alguien real a su
lado. Pero solamente está él, el punto y la soledad.
Y el punto deja de avanzar para
empezar a descender. Despacio, sin prisa, pendiente de un fino hilo
de seda. La curiosidad le hace salir de ese momento ensimismado y se
da cuenta de que el punto tiene pequeñas patas, que se mueven
frenéticamente a medida que descienden. Cada vez está más cerca de
él, y ya ve con claridad la forma del pequeño arácnido. Baja con
decisión y sin miedo. Por un instante, se imagina cómo sería ser
un ser tan diminuto y se pregunta si ese animal tiene emociones, si
ese animal nota la soledad de la habitación.
Está casi sobre su frente, pero
no se aparta. Deja que termine de bajar y aterrice sobre su piel.
Percibe sus patas, toqueteando sin mala intención. Y la araña
recorre la frente para dar un salto hasta la almohada y perderse más
allá del borde del colchón. La araña tampoco quiere estar con él.
Y se queda de nuevo mirando al techo. Esta vez sin el punto. Ahora
solo está él, y la habitación.
¡Hola de nuevo!
ResponderEliminarQué historia, por dios... Llega directa desde los ojos al pasar por tus palabras y se clava en el corazón haciéndote sentir la tristeza y la soledad de tu protagonista. ¿Quién no se ha sentido así alguna vez? Incluso estando acompañado, que aún es peor, creo yo...
Muy bueno, me ha gustado un montón. Aunque eso no es una novedad, jeje. Siempre me gustan ;)
Lo comparto con mucho gusto. ¡Un besote, Aio! Y feliz semana :D
¡Hola Carmen!
Eliminar¡Te lo agradezco mucho! ¡Y muchas gracias por compartir! Ya esta semana he vuelto a una historia en capítulos. A ver qué te parece si la lees. :)
¡Un abrazo muy fuerte! ¡Nos seguimos leyendo!