Era lo único que recordaba: el número 490.
Pensó que había mirado bien a
ambos lados y se había cerciorado de que el camión pararía antes
de llegar al paso de peatones. Pero no previó que el camión
fuese a pasarse de largo. Cuando oyó el frenazo del voluminoso
vehículo, giró la vista, y sus ojos se fijaron automáticamente en
aquel número sobre la carrocería. Como si su mirada hubiese ganado
voluntad propia, su vista no buscó una salida o escapatoria rápida,
sino que se fijaron sin remedio en aquella cantidad sobre la rejilla
del morro del camión. Quizás fuese el número del modelo, o quizás
fuese otra cosa totalmente diferente. No estaba seguro. Solo supo que
únicamente pudo ver aquellos números cromados acercándose muy
deprisa, hasta el punto de comprender que ya no le iba a dar tiempo
de apartarse de su camino.
El camino de un 490 que cada vez
se volvía más grande y definido, cuya imagen ensordeció los gritos
de advertencia de los que presenciaban la escena. Congelado, casi
hipnotizado por aquella cifra, no fue capaz de hacer nada para salvar
la vida, y esperó el terrible impacto del metal descontrolado,
durante unos segundos que parecieron eternidades en las que vivir y
morir mil veces.
Hasta que aquellas eternidades
efímeras se desvanecieron abruptamente con el golpe, cuando sus ojos
dejaron de ver el 490 para pasar a contemplar una oscuridad confusa
en la que se mezclaba arriba y abajo. Un lugar tenebroso en el que su
cuerpo se comprimía y flexionaba de modo antinatural, llevando la
contraria a la normalidad de su articulaciones. Notó que su
conciencia se liberaba del confinamiento dentro de su cabeza y se
dispersaba por doquier, manchando con su sensibilidad las ruedas, el
asfalto, y hasta el número 490.
Lo percibió cerca y fue capaz de
verlo de nuevo. Cromado y salpicado de vida roja caliente. Ese fue el
último aspecto con el que recuerda el número. Recordaba verlo
tumbado desde el asfalto, pero no comprendía qué hacía en
semejante posición ni qué significaba ese número del que no podía
apartar una vista cuyo campo visual se volvía más diminuto y
borroso por momentos. Todo desaparecía en torno a ese número. Había
olvidado lo que significaba, había olvidado por qué era importante,
e incluso había olvidado por qué se hacía todas esas preguntas.
“490, ¿y qué?”, pensó
vagamente. No sabía qué debía comprender de aquella imagen que
terminó desapareciendo, dejando a su conciencia de vuelta en una
oscuridad extraña y sin sentido en la que retumbaba la cifra como el
latido de unos tambores de guerra.
El atropello había puesto fin a
sus días. Pero el 490 acompañaría para siempre a su espíritu
desconcertado por la muerte repentina. Le recordaría una vida que
había olvidado en una eternidad tenebrosa que no comprendía.
Wow... Qué historia... Pobre, ha acabado vagando por el mundo de los muertos, con el número 490 grabado a fuego.
ResponderEliminarUna historia peliaguda, sin duda. Y, como siempre, muy bien narrada. Felicidades.
¡Nos leemos! ^^
¡Me alegro de que te haya gustado, Carmen!
EliminarYa saber eso anima a seguir escribiendo en el futuro. ^^
¡Un abrazo muy fuerte! Nos seguimos leyendo.