jueves, 25 de junio de 2015

Diario (Tercera parte de siete)

Día 493.

Anoche no pude dormir. No podía dejar de darle vueltas a todo. El panorama de ahí fuera, cómo está todo ahora... No saber nada de Raquel... Y encima lo de ese crío que me encontré... Todo ello se estancó en un revoltijo recurrente de preocupación dentro de mi cabeza y no me dejó tranquila ni un segundo. Traté de calmarme tomándome una infusión a eso de las tres de la mañana, pero no me hizo gran cosa. Seguía pensando en el día negro con el que me había topado cuando salí, y en el niño moribundo tirado a un lado del camino. ¿De verdad que se ha acabado el mundo así...? ¿Soy acaso la única que queda sin contaminar?

Todavía no salgo ni de mi asombro ni de mi miedo. No me explico por qué el cielo estaba negro. Pensaba que me había confundido y había salido de noche, pero cuando volví a entrar en el refugio comprobé todos y cada uno de los relojes, y todos marcaban la misma hora. Eran poco más de las diez y media de la mañana. ¿Cómo era posible entonces que el cielo estuviese tan oscuro como si fuese de noche? Recuerdo incluso, cuando estaba fuera, alzar la vista en busca de alguna nube o de alguna estrella, pero no encontré nada en absoluto. Era como si un manto negro asfixiara todo el firmamento y lo impregnara todo con una oscuridad pegajosa y corrosiva. Me pareció incluso que la linterna iluminaba menos. Todo parecía tan diferente... tan inerte... tan ajeno a toda vida. Se ve que el gas lo ha destruido todo, o casi todo. Desconozco hasta dónde puede llegar el alcance de destrucción, pero deseo que en algún lugar todavía quede algún árbol con hojas o alguna colina con césped. Me niego a aceptar que eso ya sea cosa del pasado.

Desde luego, no habían exagerado cuando alertaron a la población de los efectos tremendos del gas. De vez en cuando, mientras caminaba con cuidado fuera, trataba de buscar algún insecto, alguna huella, algún indicio de que todavía quedaba algo con vida ahí. Pero no encontré nada. Ni siquiera cuando iluminaba las copas desangeladas de los árboles secos. No había pájaros en las ramas, ni gusanos en la madera. Lo único que había era un silencio sepulcral y los vapores verdosos que aún ascendían por los poros de la tierra. Yo era la única señal de vida, la única que respiraba nerviosa y asustada dentro de una máscara de gas.

Y esa pequeña criatura ahí tirada... Por los Altos, cómo me arrepiento de haber dejado a ese crío allí. Pero no podía hacer otra cosa. Al menos, eso es lo que me repito a mí misma cada treinta segundos, cada vez que recuerdo su figura medio escondida entre las ramas del suelo. Pero no se podía hacer otra cosa por él. Estaba contaminado, y probablemente las partículas del gas ya recorrían su sistema circulatorio, repartiendo el veneno... Bueno, al menos estaba dormido y no se daría cuenta de su propio final. A veces pienso si pude habérmelo traído conmigo a las duchas purificadoras, pero hubiera sido una temeridad. Hubiera terminado expuesta a los efectos del gas, y me hubiera sentenciado a mí misma. Hubiera sido un error. Creo que hubiera sido un error. Eso es lo que quiero pensar.

Ahora mismo estoy algo cansada. Son las once de la noche. Hoy apenas he hecho nada fuera de la rutina habitual, pero mi cabeza me ha atormentado todo el día y me siento fatigada, e incluso algo mareada. Quizás con un poco de suerte a lo mejor hasta pueda dormir esta noche.

Estoy tan cansada que ya hasta oigo cosas. Juraría que acaban de tocar en la compuerta...

Espera...

Creo que sí están tocando...

2 comentarios:

  1. ¡¿Cómo?! ¡¿Han llamado a la compuerta?! ¡Uooo! ¡Qué emocionante! ¿Y quién será? Jooo me tocará esperar...

    Me ha gustado la descripción que has dado de los efectos del gas. Un aspecto desolado y vacío que pone los pelos de punta... Y la comedura de coco de la protagonista también ha quedado muy bien plasmada.

    Bueno, hasta la próxima ^^ Que espero con muchas ganas. ¡Abrazo!

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    1. ¡Muchas gracias, Carmen!

      La prota lleva más de un año sola en un refugio y, cuando sale, se da cuenta de que el exterior es peor que el interior del refugio. Vamos a ver qué sucede a continuación. Espero que también te guste.

      ¡Un abrazo muy fuerte! ¡Nos seguimos leyendo!

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