jueves, 7 de mayo de 2015

Primeras palabras

Como todas las mañanas, Dave se levantó como un resorte de la cama. Apresuradamente, y en silencio absoluto, metió los pies en las pantuflas de dinosaurio y comenzó a correr hacia el baño. Su frenética carrera de pasos estrepitosos era amortiguada por la mullida moqueta del pasillo, y sus zancadas retumbaron por toda la casa como aviso a sus padres de que el pequeño Dave ya estaba despierto. A continuación, el desconsiderado portazo los avisó también de que ya se estaba preparando para ir al colegio.


A los pocos minutos, alguien tocó en la puerta del baño y Dave abrió al instante, con el pelo castaño perfectamente peinado con la raya a un lado y una sonrisa enmarcada entre manchas de pasta de dientes en las comisuras. Su madre sonrió con cariño y limpió con el pulgar las manchas de pasta de dientes. “Anda, baja a desayunar, pequeñajo”, le dijo su madre, mientras esta pasaba a ocupar su lugar en el baño y conducía a su hijo con la mano hacia el pasillo, por el fondo del cual aparecía su padre, frotándose los ojos.



La puerta del baño se cerró y Dave esperó de pie y con las manos en la espalda a que su padre llegara hasta él. “¿Has dormido bien, campeón?”, preguntó su padre. El niño asintió con una ilusión que brillaba en sus ojos, pero no dijo palabra alguna. Su padre respondió con otra sonrisa de cariño y se arrodilló delante de su hijo. “Así que va en serio. No vas a decir nada, ¿eh?”, comentó, a lo que el niño asintió. “Vaya, esa novia tuya debe de ser de las buenas. Anda, vamos a desayunar para que puedas verla lo antes posible”. Su padre no había terminado de decirlo cuando el niño ya corría escaleras abajo en dirección a la cocina.



Tere era la niña nueva que habían cambiado de guardería ese año. Desde que Dave la vio entrar en clase por primera vez, sintió algo extraño dentro, como cuando se tiraba por un tobogán muy alto y muy empinado. Al principio, le dio igual, pero pronto descubrió que sentía lo mismo cada mañana que veía a Tere. Una de esas mañanas, mientras hacían bolas de plastilina, Tere se acercó a Dave y lo miró durante unos segundos. El niño se quedó quieto, sentado, girando la plastilina sobre la mesa para que la bola fuese lo más esférica posible. “Buenos días”, dijo de pronto la niña, y le quitó un pedazo de plastilina que no estaba usando y salió corriendo de vuelta hacia su pupitre. Cuando Dave escuchó sus “buenos días”, la sensación fue como la de tirarse por mil toboganes desde lo más alto de una montaña. A Dave le encantó sentirse así, de modo que desde entonces empezó a buscar los buenos días de Tere. Unas veces tiraba de la mano de su madre para acercarse a ella mientras esperaban a que abriese la puerta de la guardería. Otras veces, se acercaba a ella durante el recreo y se quedaba de pie esperando, hasta que ella se cansaba y se marchaba. Pero los buenos días no se repetían por parte de ella, de modo que Dave decidió dar el paso y ser él quien le diese los buenos días. Y para que nadie estropease ese momento, decidió también que las primeras palabras que diría todos los días serían los buenos días a Tere.



El camino en coche se le hizo largo, y aún más la espera a que abriesen las puertas de la guardería. Ni Tere ni su madre habían llegado cuando ya Dave tenía su solitaria bola de plastilina encima de la mesa. De pronto, a segunda hora, alguien tocó a la puerta de la guardería y Dave miró rápidamente. Era la madre de Tere. Tras disculparse por el retraso, llevó a la niña de la mano hasta su asiento y la madre se apartó a un lado de la clase para hablar unos minutos a solas con la cuidadora. Dave suspiró. El corazón le latía a mil por hora. Se levantó de la silla y se acercó a Tere con decisión. La niña parecía triste y miraba de un lado para otro, en busca de algo divertido. De pronto, Tere encontró algo que llamó su atención. Dave se paró en seco. “Buenos días”, dijo Tere al niño que tenía al lado, luego le quitó el coche de juguete que tenía y la niña salió corriendo.



De repente, Dave sintió algo nuevo, algo desagradable. Ya no era como tirarse por un tobogán, sino como un dolor de barriga extraño y un cansancio raro. Notó sus buenos días dentro de su boca, con ganas de salir, pero Tere ya le había dado los buenos días a otro niño. De modo que Dave volvió a su pupitre y observó la bola multicolor de plastilina quieta sobre su mesa. Se puso de morros y miró de reojo mientras Tere jugaba con el coche que le había quitado al niño, que no paraba de llorar mientras tiraba de la falda de la cuidadora. Dave se cruzó de brazos y decidió no volver a darle los buenos días a Tere. De hecho, decidió no volver a dárselos a nadie. Ya no merecía la pena.



Los padres de Dave se preocuparon cuando el pequeño dejó de repente de hablar. Hablaron con la cuidadora, con logopedas y con psicólogos. Probaron medicinas, terapias, juegos y cambios de ambiente, pero Dave seguía firme en su decisión de no hablar, y así, el tiempo pasó.



Al silencio de la guardería, le siguieron las peleas en el colegio. A las peleas en el colegio, le siguieron las malas compañías en el instituto. A las malas compañías en el instituto lo acompañó el abandono escolar, y la separación de sus padres.



Dave se había convertido en un silencioso joven, solitario y sin porvenir, que aquella noche miraba hacia abajo desde la barandilla del puente. Ya era la segunda noche consecutiva que se preguntaba si sobreviviría a la caída. Decidió salir de dudas y se encaramó al pasamanos. Justo en ese momento, un coche pasó a sus espaldas y dio un frenazo a unos metros de él. Dave, aún sobre el tubo, dudó si el coche había parado por él. De buenas a primeras, se abrió la puerta del conductor y salió una chica del coche. No llegaba a verla bien a causa de la escasa luz de las farolas, pero Dave se sintió muy ridículo ahí subido y pensó que no tenía ninguna necesidad de seguir sintiéndose mal, así que hizo ademán de saltar.



¡No lo hagas!”, gritó la chica. Aquella voz sonó poderosamente familiar, y Dave sintió otra vez la sensación del tobogán. La joven avanzó unos pasos hasta que la luz de la farola iluminó su rostro. “¿De verdad que ibas a hacerlo, Dave?”, preguntó Tere, que siguió acercándose a él hasta que quedaron frente a frente. La chica, muy despacio, tendió su mano hacia él, que empezaba a sentirse tremendamente incómodo. No le gustaba que ella lo viese ahí subido, de modo que cogió su mano y se bajó de la barandilla.



Ambos se miraron a los ojos. “Buenos días”, le dijo Dave por fin, en medio de las sombras de la noche.

2 comentarios:

  1. ¡Oh! Toda una vida al borde de la desesperación para que llegue aquella que causó el daño para repararlo, y sin saberlo.

    Un preciosa historia que refleja que el amor no entiende de edades. Dave ha sufrido mucho, muchísimo. Lo siento por él...

    Muy bueno, como siempre :)

    ¡Hasta la próxima! ^^

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    1. ¡Hola, Carmen!

      Muchísimas gracias. Dave lo ha pasado mal, pero también me gustaría contar algún día la historia de Tere, porque me da la sensación de que tampoco lo ha pasado bien. Los caminos de ambos han estado separados, y siguen estándolo, pero quizás compartan más emociones de las que creen en un primer momento.

      Te agradezco mucho tus palabras y estoy deseando ponerme al día con los relatos de tu blog, Carmen.

      ¡Un abrazo muy fuerte! ¡Nos seguimos leyendo!

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