jueves, 14 de mayo de 2015

Dolor

Dale con el martillo ―le dijo Martin a su novia Bernadette, con una sonrisa de complicidad―. Tranquila, ten en cuenta que no está vivo ―le recordó al ver la cara de susto de ella sosteniendo el martillo en alto.


Pero..., ¿le dolerá? ―se preocupó la chica, mientras la cabeza del martillo temblaba en el aire a causa del pulso nervioso de ella.

Eso espero ―respondió Martin, con la espalda flexionada sobre el portátil que recogía todas las respuestas sensoriales del sujeto de pruebas. Tecleó durante unos segundos y luego levantó la mano para hacer una señal a Bernadette―. Cuando te avise, le golpeas, ¿de acuerdo?

Bernadette asintió sin demasiada seguridad y contempló a su víctima, sentada y atada a una robusta silla metálica. Aquel robot permanecía con la cabeza gacha y parecía estar desconectado. Su carcasa mostraba numerosas abolladuras. Una multitud de cortes recorrían las protecciones de plástico de sus antebrazos y apenas quedaba espacio sin alguna magulladura en su pecho. Bernadette continuó recorriendo el cuerpo del ser metálico con la mirada y sintió nauseas cuando vio un montón de cables sobresaliendo de un profundo corte en su barriga de goma. Todo le dio vueltas y bajó la mirada, tan solo para encontrarse cómo los dedos metálicos de sus pies estaban totalmente retorcidos.

Ahora, Bernie ―avisó Martin―. ¡Golpea!

Pero el martillo no bajó, sino que se quedó justo a la misma altura donde no dejaba de temblar. Martin apartó la mirada del monitor al no escuchar el martillazo esperado.

Vamos, Bernie. Dale en toda la mano. No pasa nada. No es un ser vivo, puedes darle con toda la fuerza que quieras.

No... no puedo ―confesó la chica, y extendió la mano para devolver el martillo a Martin―. Me parece una crueldad.

Martin suspiró profundamente y dibujó una mueca de decepción. Se colocó el puente de las gafas sobre la nariz y cogió el martillo. Miró a los ojos de Bernadette y, sin mediar palabra alguna, levantó el martillo y lo estrelló sin contemplaciones sobre el dorso de la mano del robot, cuyo cuerpo entró en tensión y tiró con fuerza de las correas que lo ataban a la silla. Un zumbido electrónico fuerte y estridente resonó en la sala de pruebas, el grito de un ser mecánico sin alma. Bernadette se tapó los oídos y retrocedió unos pasos con expresión de miedo. No tenía ni la menor idea de que Martin se dedicaba a semejantes tareas en el laboratorio donde trabajaba. Para cuando el grito del robot acabó, la chica no supo cómo reaccionar ante la expresión de satisfacción que mostraba el rostro de su novio.

¿Ves? ―trató de calmarla él―. No pasa nada. No se trata de un ser humano, es solo un montón de hierros, cables y procesadores. Es un robot con una red de transmisores. Los transmisores recogen cualquier cambio que se produzca en cualquier parte de este cuerpo mecánico y lo transmiten al núcleo de procesos en la cabeza, que lo interpretan como dolor si el estímulo pone en peligro la integridad física del sujeto. Es así de simple, Bernie. Sé que puede resultar chocante al principio, pero es todo un avance en robótica, y necesitamos calibrarlo con exactitud. Crear la sensación de dolor en un ser inanimado puede conducirnos a crear máquinas más parecidas a nosotros. Máquinas que nos entiendan, que comprendan nuestro dolor y por qué sufrimos a veces. Máquinas que en el futuro nos ayudarán a ser mejores seres humanos.

¿Y te parece humano lo que le estás haciendo a...? ―Bernadette no supo si decir “él” para referirse a la máquina, de modo que simplemente lo señaló con la mano―. Esto me parece una tortura, y me encuentro mal, Martin, de verdad. Me gustaría irme, por favor.

Pero Bernie, si acabamos de empezar... ―pero ella frunció el ceño y se cruzó de brazos, a lo que él respondió dejando el martillo al lado del portátil y recogiendo un destornillador―. ¿Seguro que quieres irte? Ahora utilizaré esto...

A ella no le hizo la más mínima gracia aquella broma, y frunció aún más el ceño y apretó los dientes.

De acuerdo, te llevaré fuera ―cedió Martin al final―, pero primero he de terminar con las pruebas de umbral de dolor de hoy. Puedes esperar fuera, en la sala de...

Cogeré un taxi y me iré a casa.

¿¡Qué...!? Pero si después íbamos a ir a...

Que quiero irme a casa, Martin. Cogeré un taxi. Y no hay problema.

Él no insistió. Miró el reloj y asintió con resignación. La acompañó a la puerta de salida del laboratorio, pasó por el lector la tarjeta de visitante de ella y le abrió la puerta para que saliera.

Luego te envío un mensaje ―dijo él, pero ella ni siquiera se dio media vuelta para despedirse. Simplemente siguió caminando para dejar atrás a Martin, alguien por quien empezó a sentir un profundo asco. Bernadette no comprendía cómo podía disfrutar tanto causando dolor a aquella máquina.

El ruido de los tacones de ella retumbaron en el amplio pasillo, mientras Martin, entre resoplidos, regresó al laboratorio. Casi al final de pasillo, Bernadette dudó y las rodillas le fallaron. Tuvo que apoyarse en la pared y volvió la vista atrás. Quizás había reaccionado de un modo exagerado. Al fin y al cabo, había sido ella quien había insistido en visitar el laboratorio de su novio. Se replanteó volver atrás, pero, de repente, volvió a escuchar los gritos eléctricos del robot, provenientes del fondo de la sala de pruebas. De modo que ella se reafirmó en su decisión, y golpeó la puerta con fuerza para salir del laboratorio y no regresar jamás, ni a ese edificio ni con Martin.

Dentro, en la sala de pruebas, el mango del destornillador asomaba por la cavidad ocular del robot y los datos del umbral de dolor se reflejaban en los cristales de las gafas de Martin. El ordenador recogía los datos: intensidad, zona afectada, rangos máximos y mínimos, porcentaje de daños... Sin embargo, una variable escapaba al recuento. Y es que dentro del procesador del robot no solo se creaba la sensación de dolor, sino también comenzaba a surgir la sed de venganza.

2 comentarios:

  1. ¡Hola Aio!

    Tu imaginación no tiene límites, ¿eh? Una historia estremecedora, la verdad. Por mucho que sea un robot, sólo el hecho de causarle dolor hace que se me pongan los pelos de punta. No me extraña que a Bernadette (sé llama como uno de los personajes de Big Bang jejeje) no le gustara en absoluto. Y menos viendo cómo su novio disfruta con ello...

    Muy bueno. Y con final abierto. ;)

    Ya espero tu siguiente historia en ascuas jeje

    ¡Abrazo!

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    1. ¡Hola, Carmen!

      De nuevo, muchas gracias por tu comentario. ¡No había caído en lo del nombre de Bernadette, de verdad! ¡Buena observación!

      Esta historia me quedó un poco más tenebrosilla. Estas semanas quiero probar con algo que se acerque un poco al terror, aunque sigo queriendo contar la historia de Tere, de la historia "Primeras palabras". Quizás la semana que viene. ;)

      ¡Muchísimas gracias, Carmen! Nos seguimos leyendo.

      ¡Un abrazo!

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