―Dale con el martillo ―le
dijo Martin a su novia Bernadette, con una sonrisa de complicidad―.
Tranquila, ten en cuenta que no está vivo ―le recordó al ver la
cara de susto de ella sosteniendo el martillo en alto.
―Pero..., ¿le dolerá? ―se
preocupó la chica, mientras la cabeza del martillo temblaba en el
aire a causa del pulso nervioso de ella.
―Eso espero ―respondió
Martin, con la espalda flexionada sobre el portátil que recogía
todas las respuestas sensoriales del sujeto de pruebas. Tecleó
durante unos segundos y luego levantó la mano para hacer una señal
a Bernadette―. Cuando te avise, le golpeas, ¿de acuerdo?
Bernadette asintió sin demasiada
seguridad y contempló a su víctima, sentada y atada a una robusta
silla metálica. Aquel robot permanecía con la cabeza gacha y
parecía estar desconectado. Su carcasa mostraba numerosas
abolladuras. Una multitud de cortes recorrían las
protecciones de plástico de sus antebrazos y apenas quedaba espacio
sin alguna magulladura en su pecho. Bernadette continuó recorriendo
el cuerpo del ser metálico con la mirada y sintió nauseas
cuando vio un montón de cables sobresaliendo de un profundo corte en
su barriga de goma. Todo le dio vueltas y bajó la mirada, tan solo
para encontrarse cómo los dedos metálicos de sus pies estaban
totalmente retorcidos.
―Ahora, Bernie ―avisó
Martin―. ¡Golpea!
Pero el martillo no bajó, sino
que se quedó justo a la misma altura donde no dejaba de temblar.
Martin apartó la mirada del monitor al no escuchar el martillazo
esperado.
―Vamos, Bernie. Dale en toda la
mano. No pasa nada. No es un ser vivo, puedes darle con toda la
fuerza que quieras.
―No... no puedo ―confesó la
chica, y extendió la mano para devolver el martillo a Martin―. Me
parece una crueldad.
Martin suspiró profundamente y
dibujó una mueca de decepción. Se colocó el puente de las gafas
sobre la nariz y cogió el martillo. Miró a los ojos de Bernadette
y, sin mediar palabra alguna, levantó el martillo y lo estrelló sin
contemplaciones sobre el dorso de la mano del robot, cuyo cuerpo
entró en tensión y tiró con fuerza de las correas que lo ataban a
la silla. Un zumbido electrónico fuerte y estridente resonó en la
sala de pruebas, el grito de un ser mecánico sin alma. Bernadette se
tapó los oídos y retrocedió unos pasos con expresión de miedo. No
tenía ni la menor idea de que Martin se dedicaba a semejantes tareas
en el laboratorio donde trabajaba. Para cuando el grito del robot
acabó, la chica no supo cómo reaccionar ante la expresión de
satisfacción que mostraba el rostro de su novio.
―¿Ves? ―trató de calmarla
él―. No pasa nada. No se trata de un ser humano, es solo un montón
de hierros, cables y procesadores. Es un robot con una red de
transmisores. Los transmisores recogen cualquier cambio que se
produzca en cualquier parte de este cuerpo mecánico y lo transmiten
al núcleo de procesos en la cabeza, que lo interpretan como dolor si
el estímulo pone en peligro la integridad física del sujeto. Es así
de simple, Bernie. Sé que puede resultar chocante al principio, pero
es todo un avance en robótica, y necesitamos calibrarlo con
exactitud. Crear la sensación de dolor en un ser inanimado puede
conducirnos a crear máquinas más parecidas a nosotros. Máquinas
que nos entiendan, que comprendan nuestro dolor y por qué sufrimos a
veces. Máquinas que en el futuro nos ayudarán a ser mejores seres
humanos.
―¿Y te parece humano lo que le
estás haciendo a...? ―Bernadette no supo si decir “él” para
referirse a la máquina, de modo que simplemente lo señaló con la
mano―. Esto me parece una tortura, y me encuentro mal, Martin, de
verdad. Me gustaría irme, por favor.
―Pero Bernie, si acabamos de
empezar... ―pero ella frunció el ceño y se cruzó de brazos, a lo
que él respondió dejando el martillo al lado del portátil y
recogiendo un destornillador―. ¿Seguro que quieres irte? Ahora
utilizaré esto...
A ella no le hizo la más mínima
gracia aquella broma, y frunció aún más el ceño y apretó los
dientes.
―De acuerdo, te llevaré fuera
―cedió Martin al final―, pero primero he de terminar con las
pruebas de umbral de dolor de hoy. Puedes esperar fuera, en la sala
de...
―Cogeré un taxi y me iré a
casa.
―¿¡Qué...!? Pero si después
íbamos a ir a...
―Que quiero irme a casa,
Martin. Cogeré un taxi. Y no hay problema.
Él no insistió. Miró el reloj
y asintió con resignación. La acompañó a la puerta de salida del
laboratorio, pasó por el lector la tarjeta de visitante de ella y le abrió la
puerta para que saliera.
―Luego te envío un mensaje
―dijo él, pero ella ni siquiera se dio media vuelta para
despedirse. Simplemente siguió caminando para dejar atrás a Martin,
alguien por quien empezó a sentir un profundo asco. Bernadette no
comprendía cómo podía disfrutar tanto causando dolor a aquella
máquina.
El ruido de los tacones de ella
retumbaron en el amplio pasillo, mientras Martin, entre resoplidos,
regresó al laboratorio. Casi al final de pasillo, Bernadette dudó y
las rodillas le fallaron. Tuvo que apoyarse en la pared y volvió la
vista atrás. Quizás había reaccionado de un modo exagerado. Al fin
y al cabo, había sido ella quien había insistido en visitar el
laboratorio de su novio. Se replanteó volver atrás, pero, de
repente, volvió a escuchar los gritos eléctricos del robot,
provenientes del fondo de la sala de pruebas. De modo que ella se
reafirmó en su decisión, y golpeó la puerta con fuerza para salir
del laboratorio y no regresar jamás, ni a ese edificio ni con
Martin.
Dentro,
en la sala de pruebas, el mango del destornillador asomaba por la
cavidad ocular del robot y los datos del umbral de dolor se
reflejaban en los cristales de las gafas de Martin. El ordenador
recogía los datos: intensidad, zona afectada, rangos máximos y
mínimos, porcentaje de daños... Sin embargo, una variable escapaba
al recuento. Y es que dentro del procesador del robot no solo se
creaba la sensación de dolor, sino también comenzaba a surgir la
sed de venganza.
¡Hola Aio!
ResponderEliminarTu imaginación no tiene límites, ¿eh? Una historia estremecedora, la verdad. Por mucho que sea un robot, sólo el hecho de causarle dolor hace que se me pongan los pelos de punta. No me extraña que a Bernadette (sé llama como uno de los personajes de Big Bang jejeje) no le gustara en absoluto. Y menos viendo cómo su novio disfruta con ello...
Muy bueno. Y con final abierto. ;)
Ya espero tu siguiente historia en ascuas jeje
¡Abrazo!
¡Hola, Carmen!
EliminarDe nuevo, muchas gracias por tu comentario. ¡No había caído en lo del nombre de Bernadette, de verdad! ¡Buena observación!
Esta historia me quedó un poco más tenebrosilla. Estas semanas quiero probar con algo que se acerque un poco al terror, aunque sigo queriendo contar la historia de Tere, de la historia "Primeras palabras". Quizás la semana que viene. ;)
¡Muchísimas gracias, Carmen! Nos seguimos leyendo.
¡Un abrazo!