jueves, 13 de noviembre de 2014

Madrugada

(Relato ganador del I Concurso de relatos y dibujos de Terror organizado por Grupo Tándem y Librería Sinopsis).

El piso era espacioso, incluso para dejar las cajas de la mudanza por ahí sin que estorbaran el paso. Pero a Klement se le estaba agotando la paciencia, y comenzaba a comprender el motivo del alquiler tan barato. Eran las tres y diez de la mañana, y en el apartamento de al lado todavía se oía ruido. La cabecera de su cama daba justo a la pared de la que provenían los sonidos de pasos, golpes y murmullos. Noche tras noche, e iban cinco, Klement había aguantado el incordio del ruido con paciencia y sin emitir queja alguna. Sin embargo, aquella noche era diferente. Al día siguiente, se reincorporaría a su trabajo en el almacén después de sus vacaciones. Y con el poco sueño que estaba logrando conciliar, difícilmente lograría madrugar a las cinco de la mañana.

De pronto, escuchó unos pasos apagados de alguien que correteaba sobre la moqueta del vecino. El ruido terminó con dos golpes en la pared, justo por encima de la cabeza de Klement. Cansado y enfadado, el muchacho se sentó al borde del colchón y propinó tres golpes en la pared. “¡Que no son horas!”, gritó. Y se volvió a acomodar entre las sábanas, reposó la cabeza en la almohada y suspiró profundamente para tranquilizarse. Casi sin percatarse de ello, se vio sumido en una calma absoluta. El silencio, con su nana sorda, adormiló al alterado Klement hasta que su conciencia fue cayendo despacio en las mieles de los sueños.

Pero los golpes regresaron. Esta vez fueron tres, en respuesta a los suyos. Luego, escuchó otro correteo que se alejaba entre murmullos de mujer.

“Ya basta”, se dijo a sí mismo mientras metía los pies en las zapatillas. “Les voy a dejar las cosas bien claras”. Y se dirigió con resolución a la puerta. Salió del piso y tocó varias veces el timbre de los vecinos. Estaba decidido a hablar con quien viviese allí, y hacerle entender que o dejaba de hacer ruido o llamaría a la policía.

Pasaron varios segundos, pero nadie abrió. Klement decidió pagarles con la misma moneda y quiso aporrear la puerta con el puño. Cuando golpeó la madera por primera vez, la puerta cedió y se abrió. Dentro, vio una pequeña antesala y el salón. La estancia estaba vacía y en penumbras, tan solo entraba algo de luz de la ciudad por la ventana del fondo. Supuso que se habrían ido a la cama, de modo que se dispuso a cerrar la puerta que se habían dejado abierta. Ya estaba a punto de cerrarla cuando escuchó otro correteo. Abrió repentinamente y se adentró en el salón. Todo seguía oscuro y quieto. Aunque la ventana del fondo estaba ahora abierta.

“No estoy para jueguecitos”, dijo en voz alta. “Necesito dormir. Al próximo ruido, llamaré a la policía”. Klement empezó a asentir, satisfecho de haber sido capaz de imponerse. Sin embargo, una incierta sensación de peligro le erizó el cabello. Algo alterado, se dispuso a marcharse cuando, de repente, escuchó un llanto.

Alguien lloraba desconsoladamente dentro del piso. Era un llanto profundo y sentido, que encogió el corazón de Klement. Este sintió el impulso de comprobar quién estaba lamentándose, pero se convenció de que no era asunto suyo. Así que se dio media vuelta.

No recordó haber cerrado la puerta cuando había entrado.

Le extrañó encontrásela cerrada. Trató de abrir, pero parecía que el picaporte estaba atascado y no cedía ni un milímetro. El llanto se intensificó. Esta vez, provenía de sus espaldas. Lentamente, se giró y la vio. Una joven lloraba con las manos apoyadas en el alféizar de la ventana. Estaba de espaldas a él y la brisa mecía suavemente su melena negra.

“Ho... hola”, acertó a decir Klement. A un lado, encontró en la pared el interruptor de la luz, pero no funcionaba. “La puerta no...”, pero la chica parecía ajena a su presencia, y continuaba llorando y mirando al vacío. “¿Te... puedo ayudar...?”, Klement empezó a aproximarse a ella. Conforme se acercaba, más desgarrador se volvía el llanto. Cuando ya estaba a un paso de ella, alzó la mano para posarla delicadamente en su hombro. Justo antes, bajó la mirada y no comprendió lo que vio. La falda negra de la chica terminaba en una bruma oscura. Por mucho que Klement parpadeó para aclararse la vista, era incapaz de encontrar los pies de ella. Inmediatamente, detuvo su mano a un centímetro de su hombro tembloroso y el llanto se transformó en un chillido que paralizó el ánimo del muchacho. Con los ojos muy abiertos, clavó la mirada al frente, hacia el exterior al que daba la ventana. La mujer había desaparecido. Sin comprender nada, Klement no dejó de mirar en todas direcciones hasta que algo llamó su atención en el marco de la ventana. “Yo fui la primera”, fue lo que él leyó, tallado en la madera a base de arañazos.

Klement estaba decidido a huir deprisa de allí. Pero a poco de dar las primeras zancadas, se topó con la silueta negra de la chica, escondida en la oscuridad tras la que se hallaba la salida. Empezó a llorar de nuevo. Klement buscó otra salida, pero la sombra negra se le estaba echando encima y no tuvo más remedio que retroceder. Entonces pudo ver el rostro de la mujer, desfigurado, y esta abrió su boca retorcida para gritar su agudo chirrido y abalanzarse sobre Klement. Este huyó por el único camino que le quedaba: la ventana. Cuando su cuerpo caía, su mente se dio cuenta de lo que había hecho, y se preparó para recibir el golpe mortal. El impacto fue brutal, pero, aun así, Klement logró abrir los ojos después. Volvía a estar a solas, en el oscuro salón y delante de la ventana. Todo parecía igual. Todo, salvo la inscripción en el marco. Klement la leyó entre lamentos. “Yo fui el segundo”.

2 comentarios:

  1. ¡Madre mía! ¡Qué miedo! Muy bueno, Aio. No me extraña que sea el relato ganador. Mi más sincera enhorabuena, logras atrapar al lector y dejarlo en suspense hasta el final. Gran trabajo.
    ¡Un abrazo!

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    1. ¡Muchísimas gracias! Me alegro mucho de que te haya gustado. ¡Un abrazo fuerte!

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