jueves, 6 de noviembre de 2014

Dormiré contigo (quinta parte de cinco)

Aarón

Se frotó el rostro con el la palma de la mano. Todavía no estaba del todo seguro de si estaba despierto o si seguía dormido. Tomó aire y observó la habitación a oscuras. En el suelo al lado de su cama estaba el saco de dormir de Óliver. Estaba vacío y no había ni rastro de su amigo. Aarón cerró los ojos y se lamentó para sí mismo. Torció el gesto y miró al otro lado del dormitorio. Su sospecha se confirmó cuando se encontró las puertas del armario entreabiertas. Se abrió paso lentamente entre las sábanas y asomó su mirada por encima del colchón. Un pequeño hocico peludo asomaba por la rendija abierta del armario, sin parar de olisquear el aire nocturno del dormitorio.

De repente, la pequeña criatura salió a la carrera del armario, se subió a la cama con dos saltos certeros y se plantó justo delante de Aarón, que no tuvo más remedio que retroceder hasta que su espalda se encontró con el cabecero de la cama. Aquel diminuto ser era un delicado ratón que se alzaba sobre sus dos patas traseras al tiempo que balanceaba su cabeza de un lado para otro, captando todos los aromas escondidos en el aire.

Lo has hecho bien ―dijo de repente una voz que parecía provenir del animal. Se trataba de una voz grave que hablaba con torpeza, como si cada sílaba de cada palabra se tropezara con innumerables obstáculos de saliva y baba.

Aarón no fue capaz de pronunciar palabra alguna, de modo que la voz del ratón siguió hablando con él.

El alimento le durará a mi señor unas dos semanas. Una vez pasado ese tiempo, deberás traer más.

¿Dónde está... Óliver? ―acertó a preguntar Aarón.

El ratón detuvo el balanceo de su cabeza y dio un salto que lo llevó hasta el pecho de Aarón.

Está en tu sueño, idiota. ¿O es que no te acuerdas de nuestro trato? Tu amigo ya no es tu amigo, es comida a la espera de ser cazada por mi amo. Tenlo bien claro, saco de carne. O me sigues trayendo comida para mi amo, o mi señor te devorará a ti la próxima vez que te quedes dormido.

Aarón comenzó a llorar, cuando la rata susurró su nombre con su voz chirriante.

De... de acuerdo ―titubeó él―. En la facultad hay una chica a la que creo que le gusto. A lo mejor puedo hacer que venga y...

No me aburras, saco de carne ―interrumpió el ratón, que salió corriendo hasta pararse al borde de la cama. Allí, giró su cabeza y miró a Aarón―. Tú sigue trayendo comida, o serás el siguiente.

Y el pequeño ratón dio un salto y desapareció entre las puertas del armario.

Óliver

Su amigo había desaparecido, pero Óliver permanecía de rodillas sobre los adoquines del sendero. Volvió la vista atrás, en busca del agujero del armario por el que había salido, pero no lo encontró por ningún lado. Solo vio el camino que serpenteaba a sus espaldas y se perdía entre los árboles negros y deshojados. “Sigo soñando”, pensó, y justo después se propinó una sonora bofetada con la intención de salir de aquel mundo imposible. El dolor en su mejilla fue intenso y ardiente, pero cuando abrió los ojos se dio cuenta de que el golpe no había tenido el efecto deseado. Seguía exactamente en el mismo lugar. La criatura rata empezó a reírse carcajadas, mientras se arrastraba hacia la cuneta del camino. Sus carcajadas eran roncas y, con sus convulsiones, hacían que la baba blanca y espumosa del monstruo salpicara sobre las raíces podridas de los árboles.

La comida corre”, dijo la criatura, sin dejar de reírse. Se dio la vuelta y quedó panza arriba, con sus ojos rojos y legañosos clavados en Óliver. “La comida corre”, repitió.

Óliver no supo qué decir. Simplemente se quedó quieto, tratando de encontrar algún sentido lógico a lo que le estaba sucediendo. Justo entonces, las ramas puntiagudas y desnudas se agitaron como la cola enrabietada de una cascabel, y más allá del horizonte se elevó una colina en cuya cima se alzaba un castillo gris y derruido. Estaba lejos, pero, aun así, Óliver pudo ver cómo se abría su portón enrejado y cómo de él comenzaba a salir un ciempiés gigantesco de caparazón negro y pulido. Sobre él, cabalgaba un caballero armado con una lanza y que lucía una corona desvencijada sobre su yelmo. El ciempiés empezó a serpentear por el camino de adoquines, en dirección hacia Óliver.

El Rey Dentón se acerca. ¡Alabado sea el rey!”, comentó a vociferar la criatura rata. “Cuando el rey viene, la comida corre”, sentenció. “Cuando el rey viene, la comida corre”. Finalmente, Óliver tuvo claro qué debía hacer. Y empezó a correr.

2 comentarios:

  1. ¡Vaya! ¡Qué cobarde Aarón! ¿será capaz de entregar a otra más para salvar su pellejo? Pobre Oliver... Después de arriesgar su vida para salvar a su amigo, resulta que se convierte él en la comida de la rata.
    Me dan mucho asquito los bichos, así que cuando ha salido el cienpies gigante ¡¡me ha dado un escalofrío!! XD
    Me ha gustado mucho ;)
    ¡Un abrazo!

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    1. ¡Muchísimas gracias! Aprecio mucho tus comentarios. ¡Un abrazo muy fuerte! :D

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