Aarón
Se frotó el rostro con el la
palma de la mano. Todavía no estaba del todo seguro de si estaba
despierto o si seguía dormido. Tomó aire y observó la habitación
a oscuras. En el suelo al lado de su cama estaba el saco de dormir de
Óliver. Estaba vacío y no había ni rastro de su amigo. Aarón
cerró los ojos y se lamentó para sí mismo. Torció el gesto y miró
al otro lado del dormitorio. Su sospecha se confirmó cuando se
encontró las puertas del armario entreabiertas. Se abrió paso
lentamente entre las sábanas y asomó su mirada por encima del
colchón. Un pequeño hocico peludo asomaba por la rendija abierta
del armario, sin parar de olisquear el aire nocturno del dormitorio.
De repente, la pequeña criatura
salió a la carrera del armario, se subió a la cama con dos saltos
certeros y se plantó justo delante de Aarón, que no tuvo más
remedio que retroceder hasta que su espalda se encontró con el
cabecero de la cama. Aquel diminuto ser era un delicado ratón que se
alzaba sobre sus dos patas traseras al tiempo que balanceaba su
cabeza de un lado para otro, captando todos los aromas escondidos en
el aire.
―Lo has hecho bien ―dijo de
repente una voz que parecía provenir del animal. Se trataba de una
voz grave que hablaba con torpeza, como si cada sílaba de cada
palabra se tropezara con innumerables obstáculos de saliva y baba.
Aarón no fue capaz de pronunciar
palabra alguna, de modo que la voz del ratón siguió hablando con
él.
―El alimento le durará a mi
señor unas dos semanas. Una vez pasado ese tiempo, deberás traer
más.
―¿Dónde está... Óliver?
―acertó a preguntar Aarón.
El ratón detuvo el balanceo de
su cabeza y dio un salto que lo llevó hasta el pecho de Aarón.
―Está en tu sueño, idiota. ¿O
es que no te acuerdas de nuestro trato? Tu amigo ya no es tu amigo,
es comida a la espera de ser cazada por mi amo. Tenlo bien claro,
saco de carne. O me sigues trayendo comida para mi amo, o mi señor
te devorará a ti la próxima vez que te quedes dormido.
Aarón comenzó a llorar, cuando
la rata susurró su nombre con su voz chirriante.
―De... de acuerdo ―titubeó
él―. En la facultad hay una chica a la que creo que le gusto. A lo
mejor puedo hacer que venga y...
―No me aburras, saco de carne
―interrumpió el ratón, que salió corriendo hasta pararse al
borde de la cama. Allí, giró su cabeza y miró a Aarón―. Tú
sigue trayendo comida, o serás el siguiente.
Y el pequeño ratón dio un salto
y desapareció entre las puertas del armario.
Óliver
Su amigo había desaparecido,
pero Óliver permanecía de rodillas sobre los adoquines del sendero.
Volvió la vista atrás, en busca del agujero del armario por el que
había salido, pero no lo encontró por ningún lado. Solo vio el
camino que serpenteaba a sus espaldas y se perdía entre los árboles
negros y deshojados. “Sigo soñando”, pensó, y justo después se
propinó una sonora bofetada con la intención de salir de aquel
mundo imposible. El dolor en su mejilla fue intenso y ardiente, pero
cuando abrió los ojos se dio cuenta de que el golpe no había tenido
el efecto deseado. Seguía exactamente en el mismo lugar. La criatura
rata empezó a reírse carcajadas, mientras se arrastraba hacia la
cuneta del camino. Sus carcajadas eran roncas y, con sus
convulsiones, hacían que la baba blanca y espumosa del monstruo
salpicara sobre las raíces podridas de los árboles.
“La comida corre”, dijo la
criatura, sin dejar de reírse. Se dio la vuelta y quedó panza
arriba, con sus ojos rojos y legañosos clavados en Óliver. “La
comida corre”, repitió.
Óliver no supo qué decir.
Simplemente se quedó quieto, tratando de encontrar algún sentido
lógico a lo que le estaba sucediendo. Justo entonces, las ramas
puntiagudas y desnudas se agitaron como la cola enrabietada de una
cascabel, y más allá del horizonte se elevó una colina en cuya
cima se alzaba un castillo gris y derruido. Estaba lejos, pero, aun
así, Óliver pudo ver cómo se abría su portón enrejado y cómo de
él comenzaba a salir un ciempiés gigantesco de caparazón negro y
pulido. Sobre él, cabalgaba un caballero armado con una lanza y que
lucía una corona desvencijada sobre su yelmo. El ciempiés empezó a
serpentear por el camino de adoquines, en dirección hacia Óliver.
“El Rey Dentón se acerca.
¡Alabado sea el rey!”, comentó a vociferar la criatura rata.
“Cuando el rey viene, la comida corre”, sentenció. “Cuando el
rey viene, la comida corre”. Finalmente, Óliver tuvo claro qué
debía hacer. Y empezó a correr.
¡Vaya! ¡Qué cobarde Aarón! ¿será capaz de entregar a otra más para salvar su pellejo? Pobre Oliver... Después de arriesgar su vida para salvar a su amigo, resulta que se convierte él en la comida de la rata.
ResponderEliminarMe dan mucho asquito los bichos, así que cuando ha salido el cienpies gigante ¡¡me ha dado un escalofrío!! XD
Me ha gustado mucho ;)
¡Un abrazo!
¡Muchísimas gracias! Aprecio mucho tus comentarios. ¡Un abrazo muy fuerte! :D
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