jueves, 20 de noviembre de 2014

Oscuridad y silencio

La mayor parte del tiempo, la vida de los mortales transcurre entre los límites reconfortantes de la predictibilidad. Si alguno deja caer una piedra, esta cae sin remedio hasta impactar con el suelo. Si alguno ve una ola tocar la arena de la orilla, sabe que otra vendrá justo detrás a sustituirla. Y si por cualquier razón alguno acerca demasiado la mano al fuego, el dolor aparecerá para avisarlo del peligro que corre. Toda causa provoca para ellos una consecuencia, todo resultado procede de unos antecedentes conocidos. Y esto es así en su mundo, tan mortal como predecible, precisamente el mismo mundo que vigilo desde mi atalaya, muy tarde en el espacio, y más allá de todo tiempo. No obstante, algunas veces, muy pocas, las reglas presuntamente conocidas que tanto reconfortan sus vidas pueden doblarse, plegarse, e incluso fracturarse y desaparecer por completo. Para que este imposible tenga lugar en su mundo, tan solo han de combinarse dos elementos que resultan ser tan peligrosos como corrientes: la oscuridad total y el silencio absoluto. En el momento en el que ambos se combinan, las normas pueden dejar de funcionar tal y como las conocen, y quizás aquellas causas que tan bien conocían antes puedan llegar a producir consecuencias... inesperadas. Si no, fijaos en lo que le sucedió a una mortal llamada Samanta...


Samanta es una joven de veintidós años que, aquella noche de verano, dormía plácidamente en su cama. Si hubieseis visto su rostro, os habríais dado cuenta de la relajación completa en la que se encontraba sumida. Respiraba profundamente, abrazada con firmeza a su almohada, y creía que estaba totalmente a salvo bajo las sábanas y la manta que la protegían del frío.

Pero aquella noche en su cuarto, la oscuridad era total y el silencio era absoluto.

Lo primero que sintió fue una brisa fría sobre las mejillas. En la inconsciencia del sueño profundo, su mente no reaccionó, pero sí lo hizo su cuerpo, y Samanta se pasó la mano por el rostro para luego cambiar de lado en la cama. Pero la calma siguiente fue breve, pues, de nuevo, la brisa fría regresó, y esta vez sopló sobre su nuca, erizando la piel de su delicado cuello. Un escalofrío recorrió todo su cuerpo y Samanta abrió los ojos. Todo estaba a oscuras, tal y como a ella le gustaba dormir. Sin embargo, se sentía inquieta, así que encendió la luz y echó un vistazo al dormitorio desde su colchón. No estaba segura de qué estaba buscando, tan solo tenía la incierta sensación de que algo desagradable la había despertado. Aun así, todo estaba en orden en el dormitorio. La ventana, cerrada, el armario, igual, y la ropa, hecha un ovillo sobre la silla. El desorden habitual, nada fuera de lo normal. No satisfecha con ello, revisó también debajo de las sábanas e incluso debajo de la cama, pero no encontró nada extraño en absoluto, a pesar de que se había mentalizado para toparse con alguna cucaracha o araña.

Cuando recuperó la seguridad, suspiró aliviada, apagó la luz y volvió a adoptar la cómoda posición sobre el colchón con una sonrisa en la cara. Todavía le quedaban tres horas de sueño antes de tener que levantarse. Cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño que regresaba como un cálida sensación sobre todo su suave cuerpo. Se removió entre las sábanas y asomó el pie por debajo de ellas, quedando este fuera del colchón. Empezó a mecerlo suavemente en el aire, y se concentró plácidamente en el vaivén mientras se iba quedando dormida.

El silencio volvió a ser absoluto y la oscuridad, total.

El peculiar aire frío acarició la planta del pie y heló la sangre de Samanta. Se despertó y miró raudamente a la ventana, que seguía cerrada. Sin siquiera encender la luz, se lanzó a los pies de la cama, recogió la sábana que colgaba y miró debajo.

Samanta se encontró frente a frente con una cara pálida que parecía refulgir débilmente entre una bruma mortecina en la oscuridad. Sus ojos negros y hundidos miraban al infinito y sus mejillas demacradas y consumidas enmarcaban una boca encogida. Samanta se quedó helada y fue incapaz de moverse. Aquel rostro comenzó a girarse lentamente hasta que clavó su mirada muerta en los ojos de Samanta. La oscuridad era total, y el silencio absoluto, hasta que, de pronto, aquel horrible ser sopló repentinamente su aire gélido en la cara de Samanta. La chica dio un respingo del susto y cayó torpemente sobre la moqueta. Desde que sintió que sus rodillas tocaban el suelo, se puso de pie y salió corriendo de su habitación. Sin detenerse, cogió móvil y llaves. Y salió corriendo de su piso. Sin pararse, bajó por las escaleras. Y salió de su edificio. Temblando arrancó su ciclomotor. Y salió de su barrio.

Aquella noche, la mortal llamada Samanta pasó la noche en casa de su hermana. Pero ya no pudo conciliar el sueño. Al menos, no hasta bien entrada la primavera. Y todo porque, incauta de ella, se vio una noche sumida en la oscuridad total y el silencio absoluto.

1 comentario:

  1. ¡Madre mía! Hoy no voy a poder dormir T-T
    Me parece que eso de dormir en oscuridad total y silencio absoluto se va a acabar... XD
    Me ha encantado ;)
    ¡Un abrazo!

    ResponderEliminar