jueves, 27 de noviembre de 2014

El testamento del dragón (Primera parte de tres)

El soldado empujó con fuerza a Pragun por la espalda y a este casi se le caen los pergaminos que llevaba en su bolsa de cuero. Cuando se dio media vuelta y miró desafiante al soldado, este se llevó la mano a la empuñadura de la espada envainada. “Sigue caminando”, fue lo único que dijo su contundente voz desde debajo del yelmo que le protegía la cabeza y ocultaba su rostro. Pragun se acomodó la correa de su bolso sobre el hombro y continuó recorriendo con resignación la oscura senda que apenas le permitían ver las antorchas clavadas en la tierra.


Sin previo aviso, aquel soldado se había presentado delante de la puerta del monasterio y la había aporreado firmemente con la empuñadura de su arma. Al abrir, Pragun vio a la luz de su vela a un guerrero completamente equipado para la batalla que le preguntó si él era escriba. Pragun asintió, y lo siguiente que recuerda fue recoger a toda prisa su bolsa. Antes siquiera de percatarse de lo que estaba sucediendo, se vio obligado a salir del monasterio en mitad de la noche para acompañar a aquel extraño por un sendero que atravesaba el bosque de las alimañas. El soldado caminaba detrás de Pragun todo el tiempo, propinándole esporádicos empujones cuando creía que la marcha iba más lento de lo debido. El guerrero no respondió a ninguna de sus preguntas, tan solo se aseguraba de que las sandalias de Pragun no dejaran de pisar la tierra encharcada del camino.

Pragun miró al frente y vio que el sendero iluminado por la fila de antorchas terminaba un poco más allá del claro del bosque. A lo lejos, entre las sombras, pudo ver que al otro lado del claro había más soldados de pie entre cada una de las antorchas que marcaban la senda. El escriba no dejó de cuestionarse para qué necesitarían sus servicios a altas horas de la madrugada.

Caminó entre los guerreros, que lo miraban en silencio mientras pasaba en medio de ellos. El escriba bajó la mirada y se aseguró de no ralentizar el paso, odiaba los empujones que no había dejado de recibir todo el camino. A pesar de tener la vista clavada en el suelo, Pragun pudo darse cuenta de que las armaduras de algunos presentaban magulladuras y abolladuras. Otros soldados atendían a algunos heridos entre los árboles, y otros pocos se apartaban del camino del escriba para que este se apresurase. De nuevo, el soldado de detrás volvió a empujar a Pragun, y este cayó de rodillas.

Sus manos se apoyaron en la tierra y sintió una sensación cálida y húmeda en las palmas. De rodillas, las contempló a la luz del fuego, y el color rojo de la sangre brilló delante de sus ojos. Era sangre oscura, densa y pegajosa. “Arriba”, lo levantó el molesto soldado. Mientras lo levantaba por el brazo, Pragun se percató de que un tímido riachuelo de sangre fluía por debajo de sus piernas. Con la mirada, remontó el pequeño cauce hasta que su mirada se topó con una grebas abolladas. Continuó alzando la mirada y se encontró con el yelmo sucio y desencajado del capitán de la orden del trigo. “Alabados sean los Altos”, fue lo que dijo tras quitarse el yelmo. Sin mayor dilación, se acercó al escriba y lo condujo por el camino cogiéndolo firmemente del brazo.

Dejaron atrás al soldado, y Pragun se dejó guiar por el capitán, cuya robusta armadura resonaba metálica con cada paso.

¿Qué quieren de mí? ―preguntó el escriba.

El capitán se detuvo de repente y señaló con el dedo hacia delante. Pragun vio la entrada a una gruta iluminada débilmente por las antorchas. El riachuelo de sangre nacía en aquella entrada.

Por fin, la última de las criaturas ha caído bajo nuestro acero ―comenzó a explicar el capitán―. Nos ha dado duro, pero nosotros le hemos dado más duro todavía para librarnos de ella para siempre. El monstruo ha elegido ese agujero de ahí para morir. Está herido de muerte, escriba. Acepta su derrota y su muerte, y con el poco aliento que le queda ha solicitado los servicios de un escriba. Nuestro código es claro, escriba, y se debe respetar la última voluntad de un digno oponente. Y a este no le queda mucho tiempo.

¿¡Pero, por qué...!? ¿Y qué voy a hacer yo solo ahí dentro con el dragón?

Esta vez, el empujón se lo propinó el capitán.

Entra ahí dentro, escriba, y apunta su testamento.

2 comentarios:

  1. ¡Hola Aio!
    Sorry, esta semana me he retrasado con la lectura...
    ¡Menudo comienzo! Intrigante, muy intrigante... ¿Para qué querrá un dragón a un escriba?
    Una narración fluida y amena. Me has transportado a ese bosque. He podido sentir los empujones que el soldado le daba al monje (qué rabia, eh?? XD )
    Ya me has dejado con ganas de saber más, aunque esta vez no tendré que esperar, jejeje que he visto que ya has colgado la segunda parte ;)
    ¡Un abrazo! ^^

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    1. Vaya, muchas gracias por tus palabras. Te seguiré leyendo, Carmen De Loma. Un abrazo muy fuerte.

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