Óliver acercó el dorso de la
mano al rayo de luz que salía de la grieta. La luz incidió en su
piel y notó una agradable sensación de calidez, como la de un
soleado día de primavera. Aquel haz de luz parecía luz solar. Óliver volvió la vista hacia la ventana. Se aproximó a ella y
miró fuera através del cristal. La noche era absoluta y muy abajo,
en la calle, las farolas seguían encendidas. A continuación,
comprobó la hora en el móvil: eran las tres y diecisiete de la
madrugada. Aprovechó la ocasión y llamó a Aarón. Óliver escuchó
el zumbido del móvil de su amigo en el suelo al lado de la mesita. Óliver
soltó su teléfono y se acercó con decisión al armario. Estaba
determinado a encontrar una explicación al origen de aquella luz de
la grieta. Afianzó los pies y tiró del armario. El ruido fue
ensordecedor y el mueble se movió unos centímetros. Lo suficiente
para que Óliver pudiera mirar detrás del mueble. Cuando lo hizo, no
encontró nada fuera de lugar en la pared de la habitación. Y la
grieta vista por ese lado era completamente oscura. Cuando Óliver
volvió a colocarse delante de las puertas abiertas, la luz seguía
brillando.
Frunció el ceño y se fijó en
la madera agrietada. La plancha de madera parecía frágil
ahora. Óliver intentó arrancar otro pedazo de ella con los dedos. No
le costó demasiado conseguirlo. Poco a poco, Óliver fue retirando
pedazos de madera hasta que la grieta se convirtió en un agujero a
través del cual se podía echar una ojeada. Con cuidado, acercó el
ojo y echó un vistazo. Al otro lado del armario vio un camino de
adoquines de piedra que serpenteaba entre una arboleda de árboles negros
marchitos. Por aquella senda, se alejaba con paso torpe una criatura
peluda que llevaba en hombros a un inconsciente Aarón.
Óliver refrenó su impulso de
gritar. Y tuvo que volver a mirar otras dos veces para asegurarse de
que aquello que estaba viendo era real. Sin embargo, tenía que
raeccionar deprisa, pues la criatura se estaba alejando. Cerró el
puño y golpeó el panel de madera para abrir un boquete. El primer
golpe alertó a la criatura que volvió la mirada. Óliver contempló
asombrado su rostro. Parecía una rata deforme, de ojos rojos, incisivos largos y torcidos y hocico espumante. Miró a Óliver con
expresión de miedo y, repentinamente, aceleró su paso cojeante para
alejarse del muchacho, que no dejaba de golpear la madera y partir
pedazos.
Pronto, el hueco era suficiente
como para que Óliver pasase al otro lado y, sin dudarlo, lo atravesó para socorrer a su amigo. Cuando llegó al otro lado, cayó
de rodillas contra los adoquines grises del suelo, que estaba cubierto de ceniza.
El aire era mucho menos denso y tenía que tomar grandes bocanadas de
aire para poder respirar. Aún así, logró emitir un grito.
―¡Suéltalo! ―chilló, al
tiempo que empezaba a correr.
La rata se esforzó en acelerar más
su marcha, pero su cojera le impedía ir más deprisa. A Óliver no le
costó alcanzarla. Cuando llegó a su altura, pateó a la rata en su
lomo y esta no pudo evitar soltar a Aarón, que cayó violentamente
al suelo. Óliver se arrodilló a su lado y comprobó su estado.
Seguía dormido. Cuando alzó la vista, la rata se arrastraba por el
suelo, alejándose de ellos. Óliver sonrió desconcertado y bajó la mirada hacia Aarón.
―Esto solo es un sueño, Aarón.
No puede ser otra cosa: un mal sueño.
Óliver meditó unos segundos.
―...Y para dejar de soñar, hay
que despertarse ―Óliver alzó la mano―. Esto por hacerme dormir
en el suelo ―bromeó Óliver e, inmediatamente después, abofeteó
fuertemente a Aarón.
Justo entonces, Aarón se
despertó repentinamente en su cama.
¡Qué asco! ¡Una rata gigante!
ResponderEliminarMmm... entonces, ¿era un sueño? Me tocará esperar al próximo jueves para saberlo :D
Me está gustando mucho :)
¡Abrazos!