jueves, 30 de octubre de 2014

Dormiré contigo (cuarta parte de cinco)

  Óliver acercó el dorso de la mano al rayo de luz que salía de la grieta. La luz incidió en su piel y notó una agradable sensación de calidez, como la de un soleado día de primavera. Aquel haz de luz parecía luz solar. Óliver volvió la vista hacia la ventana. Se aproximó a ella y miró fuera através del cristal. La noche era absoluta y muy abajo, en la calle, las farolas seguían encendidas. A continuación, comprobó la hora en el móvil: eran las tres y diecisiete de la madrugada. Aprovechó la ocasión y llamó a Aarón. Óliver escuchó el zumbido del móvil de su amigo en el suelo al lado de la mesita. Óliver soltó su teléfono y se acercó con decisión al armario. Estaba determinado a encontrar una explicación al origen de aquella luz de la grieta. Afianzó los pies y tiró del armario. El ruido fue ensordecedor y el mueble se movió unos centímetros. Lo suficiente para que Óliver pudiera mirar detrás del mueble. Cuando lo hizo, no encontró nada fuera de lugar en la pared de la habitación. Y la grieta vista por ese lado era completamente oscura. Cuando Óliver volvió a colocarse delante de las puertas abiertas, la luz seguía brillando.


Frunció el ceño y se fijó en la madera agrietada. La plancha de madera parecía frágil ahora. Óliver intentó arrancar otro pedazo de ella con los dedos. No le costó demasiado conseguirlo. Poco a poco, Óliver fue retirando pedazos de madera hasta que la grieta se convirtió en un agujero a través del cual se podía echar una ojeada. Con cuidado, acercó el ojo y echó un vistazo. Al otro lado del armario vio un camino de adoquines de piedra que serpenteaba entre una arboleda de árboles negros marchitos. Por aquella senda, se alejaba con paso torpe una criatura peluda que llevaba en hombros a un inconsciente Aarón.

Óliver refrenó su impulso de gritar. Y tuvo que volver a mirar otras dos veces para asegurarse de que aquello que estaba viendo era real. Sin embargo, tenía que raeccionar deprisa, pues la criatura se estaba alejando. Cerró el puño y golpeó el panel de madera para abrir un boquete. El primer golpe alertó a la criatura que volvió la mirada. Óliver contempló asombrado su rostro. Parecía una rata deforme, de ojos rojos, incisivos largos y torcidos y hocico espumante. Miró a Óliver con expresión de miedo y, repentinamente, aceleró su paso cojeante para alejarse del muchacho, que no dejaba de golpear la madera y partir pedazos.

Pronto, el hueco era suficiente como para que Óliver pasase al otro lado y, sin dudarlo, lo atravesó para socorrer a su amigo. Cuando llegó al otro lado, cayó de rodillas contra los adoquines grises del suelo, que estaba cubierto de ceniza. El aire era mucho menos denso y tenía que tomar grandes bocanadas de aire para poder respirar. Aún así, logró emitir un grito.

¡Suéltalo! ―chilló, al tiempo que empezaba a correr.

La rata se esforzó en acelerar más su marcha, pero su cojera le impedía ir más deprisa. A Óliver no le costó alcanzarla. Cuando llegó a su altura, pateó a la rata en su lomo y esta no pudo evitar soltar a Aarón, que cayó violentamente al suelo. Óliver se arrodilló a su lado y comprobó su estado. Seguía dormido. Cuando alzó la vista, la rata se arrastraba por el suelo, alejándose de ellos. Óliver sonrió desconcertado y bajó la mirada hacia Aarón.

Esto solo es un sueño, Aarón. No puede ser otra cosa: un mal sueño.

Óliver meditó unos segundos.

...Y para dejar de soñar, hay que despertarse ―Óliver alzó la mano―. Esto por hacerme dormir en el suelo ―bromeó Óliver e, inmediatamente después, abofeteó fuertemente a Aarón.

Justo entonces, Aarón se despertó repentinamente en su cama.

1 comentario:

  1. ¡Qué asco! ¡Una rata gigante!
    Mmm... entonces, ¿era un sueño? Me tocará esperar al próximo jueves para saberlo :D
    Me está gustando mucho :)
    ¡Abrazos!

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