Eran las once de la noche cuando Óliver extendió su saco de dormir justo al lado de la cama de Aarón.
Este, sentado sobre las sábanas, lo miraba atentamente con
preocupación.
―Pu... puedes dormir en la
cama si quieres. Yo dormiré en el saco de dormir.
Óliver no dejaba de rodear su
saco mientras lo estiraba sobre el suelo.
―Tranquilo, Aarón. Estaré
bien. Además, mañana entro a cuarta hora, así que creo que podré
echar una buena cabezada en mi cuarto cuando te levantes.
Pero Aarón no estaba tranquilo.
Pensaba que estaba haciendo pasar a su amigo por una incomodidad
inútil a causa de unos ruidos que quizás solo estuviesen dentro de
su cabeza.
―Debes de pensar que estoy como
una cabra... ―comentó con resignación Aarón.
―Oye, déjalo, ¿quieres? No
pasa nada, y yo no pienso nada. Si esto es importante para ti, pues
nada... te ayudaré como pueda. Y deja ya de comerte la cabeza
―Óliver le dio unas palmaditas en el hombro para que destensara sus
músculos.
―Quizás... podrías dormir en
la cama también ―Aarón hablaba con la mirada gacha―. No me
malinterpretes, Óliver, pero es que me sabe mal hacerte dormir en el
suelo, mientras yo duermo en mi cama.
Óliver se sentó al lado de su
amigo y le propinó un delicado golpe de camaradería con el puño en
el hombro.
―Chaval, nos conocemos desde el
instituto, y estoy seguro de que, si duermo en el mismo colchón que
tú, estarás más incómodo por mí que por esos supuestos ruidos
que salen de tu armario ―aquella gracia logró que Aarón alzara la
vista y esbozara una media sonrisa―. Tranquilo, Aarón, tu
heterosexualidad está a salvo esta noche. Y esta noche tampoco
saldrá nada del armario. Sé de lo que hablo...
El sentido del humor de Óliver
fue calmando el alterado estado de ánimo de Aarón. Este compartió
una mirada de agradecimiento con su amigo y asintió conforme y en
silencio. Óliver se levantó y empezó a introducirse en su saco.
―Momento de apagar las luces,
Aarón. ¿Preparado?
―Sí... creo... Buenas...
―¡Espera! ―interrumpió
bruscamente Óliver―. ¿Has cogido algo para defendernos? ―Aarón
lo miró estupefacto, con la mano estática sobre el interruptor de
la lámpara de la mesilla―. Ya sabes... algo para defendernos del
monstruo gay que va a salir de tu armario.
Aarón volvió a sonreír cuando
comprendió que se trataba de otra broma de las suyas.
―Bien, ya te he hecho sonreír
dos veces. ―apuntó Óliver antes de suspirar y cerrar los ojos―.
La noche promete. Buenas noches, Aarón.
―Buenas noches, Óliver. Y
gracias por esto.
Apagó la luz y se abrazó a la
almohada. Aarón se sentía tranquilo. Su amigo había logrado
quitarle hierro a todo el asunto y, por fin, tras varias noches,
Aarón logró conciliar un sueño placentero.
La madrugada avanzaba con
silenciosa quietud. El reloj digital marcaba ya las tres de la mañana
con sus parpadeantes dígitos verdosos, y los dos muchachos
descansaban totalmente ajenos a la puerta del armario que comenzaba a
abrirse lentamente.
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