Un ruido despertó a Óliver.
Parecía que Aarón se había caído de la cama. Óliver se incorporó
en su saco de dormir, con los ojos aún cerrados.
―Aarón ―empezó a decir,
adormilado―, ¿qué ha sido eso?
Óliver parpadeó varias veces
mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad de la habitación.
Aguardó la respuesta de su amigo, pero esta parecía no llegar
nunca.
―¿Aarón? ―volvió a
preguntar, con indecisa voz baja. Tampoco deseaba despertar a su amigo. Podría ser que el ruido que había escuchado tan solo habiese sido fruto de su
estado de somnoliento.
Agudizó la mirada y miró encima
del colchón. Escudriñó entre el montón de sábanas desordenadas,
pero no encontró a su compañero. “Habrá ido al baño”, pensó Óliver, justo antes de encender la luz de la mesilla. Se puso de pie,
colocó los brazos en jarra y contempló el desorden de la cama. La
sábana estaba enredada y caía por un lateral. Óliver
rodeó el colchón y descubrió que la sábana caía por el suelo y
se extendía hasta la puerta del armario. La sábana impedía que las
dos puertas del mueble cerraran del todo. “Esto no puede ser”, pensó Óliver, creyendo que Aarón se había metido allí dentro.
―Aarón, por favor... ―dijo Óliver, y abrió de par en par las puertas del armario. Aarón no
estaba allí dentro, pero la sábana de la cama se perdía entre las
camisas colgadas en sus perchas. Óliver agarró la sábana como si de
una cuerda se tratase y tiró de ella para sacarla de aquel sitio, pero resistió el tirón. Extrañado, Óliver apartó las
camisas colgadas a ambos lados para descubrir dónde se había
enganchado la sábana. Con sus manos, recorrió la tela hasta que se
topó con la plancha de madera del fondo. Óliver miró más de cerca
y vio que la sábana parecía haberse embutido en la madera, como si
se tratase de un clavo que atravesase la plancha. Óliver volvió a
tirar de la tela, pero estaba firmemente anclada a la pared del fondo
del armario.
―Esto tiene que ser una broma
de este capullo... ―comentó para sí mismo.
Óliver soltó la sábana, cerró
las puertas y se dirigió a la puerta del dormitorio. Estaba seguro
de que Aarón se habría escondido en el cuarto de baño esperando la
reacción de Óliver a la broma.
―Vale, Aarón. “Ja, ja”.
Muy gracioso. Da gracias a que mañana no tenga que madrugar ―su
mano agarró el picaporte, pero este no cedió. Óliver volvió a
intentarlo sin éxito. La puerta no se abría. La paciencia se le
agotó y aporreó la puerta―. ¡Aarón, venga ya! ¿En serio que
me has encerrado? Esto no tiene gracia. Abre ya, haz el favor.
Pero, una vez más, no hubo
respuesta al otro lado de la puerta.
―Pues vale. Mira tú qué
problema. Que sepas que voy a dormir en tu cama ahora. Creía que solo tenías mal gusto comprando ropa, pero veo que también tienes un gusto horrible gastando bromas.
Oliver se alejó de la puerta. “Y
yo que quería ayudarte, capullo...”, se quejó, en voz baja. De
camino al colchón se tropezó con la sábana del suelo y cayó sobre
la cama.
―¡Dichosa sábana! ―se quejó
esta vez en voz alta, y tiró violentamente de ella. La sábana cedió
con un sonido de madera partiéndose. Óliver cayó de espaldas sobre
la cama. Abrió ampliamente los ojos. El ruido había sido bastante
escandaloso. Sin duda, había roto la madera del interior del
armario.
―Que sepas que acabo de
cargarme tu armario ―comentó en voz alta.
Óliver se incorporó y miró. Con
el tirón, las puertas se habían abierto de nuevo. La sábana se
había desenganchado de la madera, y en esta se había abierto una
grieta. Pero lo que Óliver no comprendía era la luz que salía de la
grieta.
¡Uoh! ¡Cada vez se pone más interesante! ¡Qué miedo! XD
ResponderEliminarMe voy al próximo capítulo ^^