―¿Así que es esto lo que
tanto miedo te da? ―le preguntó Óliver en tono socarrón a su
amigo Aarón. Dejó abierta la puerta del armario, dio un paso atrás
y se cruzó de brazos en actitud contemplativa―. Desde luego, es
aterrador. Tienes el gusto para la ropa en el culo... Deberías ir al
médico.
A pesar de los intentos de Óliver
para que su compañero de piso sonriera, Aarón no siguió el juego
de sus bromas y se mantuvo quieto y de pie, mirando con pavor hacia
el armario por debajo de su ceño preocupado. Ya llevaba tres noches
sin pegar ojo. Cuando Óliver volvió la mirada, se topó de lleno con
la congoja que su amigo llevaba marcada en el rostro.
―¡Venga ya, Aarón! ¿De
verdad?
―Te digo yo que es verdad, Óliver ―respondió con la voz más tajante que pudo emitir―. Ya
van tres noches que oigo golpes y arañazos ahí dentro.
Óliver esbozó una mueca y lo
miró con condescendia.
―Y tú vas y crees que que hay
un monstruo en el armario, ¿no?
―Yo no creo nada, Óliver ―se
apresuró a contradecir Aarón―. Sólo sé que esos jodidos ruidos
se repiten cada noche y no me dejan dormir.
―¿Y cómo es que cada vez que
me llamas y vengo no oigo nada?
―No lo sé, Óliver. ¡No tengo
ni puta idea! ¿Es que crees que hago esto para gastarte una broma de
las tuyas o para llamar tu atención? Te digo que se oyen ruidos ahí
dentro, y no tengo ni idea de qué son.
―A lo mejor no vienen del
armario. ¿Has pensado eso? A lo mejor son los vecinos.
―No son los vecinos, Óliver.
Los vecinos están al otro lado del apartamento. Y ya he vaciado el
armario dos veces y no he encontrado nada.
―¿Y qué ibas a encontrar
dentro, tío? ¿Una entrada a Narnia o algo así?―Oliver terminó
la pregunta con una risotada.
―Tío, que te den. Si no me vas
a ayudar con esto, será mejor que te vayas y me dejes a mí ―Aarón
se acercó a su amigo para cogerlo del brazo y conducirlo a la
puerta, pero este se zafó de su mano.
―¡Eh! Cálmate, ¿quieres?
Tranquilo, Aarón. Joder, chaval, ¿estás atacado o qué? ¿No te
das cuenta de cómo estás últimamente?―. Aarón, avergonzado, tan
solo pudo mantener la cabeza agachada, incapaz de mirar a su amigo al
rostro―. Te diré lo que haremos, ¿vale? Esta noche cambiaremos
los cuartos. Yo dormiré aquí y tú dormirás en el mío. Así
comprobaré si de verdad...
―Eso no va a funcionar... ―lo
interrumpió Aarón.
―¿Qué dices? ¿Y eso por qué?
―Porque oigo que susurra mi
nombre.
―¿Qué? ¿Pero qué dices?
¿Quién susurra tu nombre?
―No lo sé, Óliver ―Aarón se
sentó al borde de la cama y apoyó el rostro en las manos, justo
antes de empezaba a sollozar―. No lo sé... Creo... creo que me
estoy volviendo loco...
Óliver se acercó a él y lo
consoló con unas tímidas palmaditas en la espalda. En el fondo, él
también pensaba que su compañero de piso estaba perdiendo el
juicio. Suspiró y propuso la mejor solución que se le pudo ocurrir
en aquel momento.
―No pasa nada, Aarón. Mira,
traeré mi saco de dormir y pasaré aquí la noche. Dormiremos juntos
y saldremos de dudas con esos ruidos, ¿te parece?
Aarón asintió con la cabeza,
sin dejar de sollozar.
―Y espero que todo esto no sea
un truco barato para llevarme a la cama ―bromeó Óliver, sin éxito.
Pero Aarón seguía llorando y
temblando de miedo.
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