jueves, 9 de octubre de 2014

Dormiré contigo (primera parte de cinco)

¿Así que es esto lo que tanto miedo te da? ―le preguntó Óliver en tono socarrón a su amigo Aarón. Dejó abierta la puerta del armario, dio un paso atrás y se cruzó de brazos en actitud contemplativa―. Desde luego, es aterrador. Tienes el gusto para la ropa en el culo... Deberías ir al médico.


A pesar de los intentos de Óliver para que su compañero de piso sonriera, Aarón no siguió el juego de sus bromas y se mantuvo quieto y de pie, mirando con pavor hacia el armario por debajo de su ceño preocupado. Ya llevaba tres noches sin pegar ojo. Cuando Óliver volvió la mirada, se topó de lleno con la congoja que su amigo llevaba marcada en el rostro.



¡Venga ya, Aarón! ¿De verdad?



Te digo yo que es verdad, Óliver ―respondió con la voz más tajante que pudo emitir―. Ya van tres noches que oigo golpes y arañazos ahí dentro.



Óliver esbozó una mueca y lo miró con condescendia.



Y tú vas y crees que que hay un monstruo en el armario, ¿no?



Yo no creo nada, Óliver ―se apresuró a contradecir Aarón―. Sólo sé que esos jodidos ruidos se repiten cada noche y no me dejan dormir.



¿Y cómo es que cada vez que me llamas y vengo no oigo nada?



No lo sé, Óliver. ¡No tengo ni puta idea! ¿Es que crees que hago esto para gastarte una broma de las tuyas o para llamar tu atención? Te digo que se oyen ruidos ahí dentro, y no tengo ni idea de qué son.



A lo mejor no vienen del armario. ¿Has pensado eso? A lo mejor son los vecinos.



No son los vecinos, Óliver. Los vecinos están al otro lado del apartamento. Y ya he vaciado el armario dos veces y no he encontrado nada.



¿Y qué ibas a encontrar dentro, tío? ¿Una entrada a Narnia o algo así?―Oliver terminó la pregunta con una risotada.



Tío, que te den. Si no me vas a ayudar con esto, será mejor que te vayas y me dejes a mí ―Aarón se acercó a su amigo para cogerlo del brazo y conducirlo a la puerta, pero este se zafó de su mano.



¡Eh! Cálmate, ¿quieres? Tranquilo, Aarón. Joder, chaval, ¿estás atacado o qué? ¿No te das cuenta de cómo estás últimamente?―. Aarón, avergonzado, tan solo pudo mantener la cabeza agachada, incapaz de mirar a su amigo al rostro―. Te diré lo que haremos, ¿vale? Esta noche cambiaremos los cuartos. Yo dormiré aquí y tú dormirás en el mío. Así comprobaré si de verdad...



Eso no va a funcionar... ―lo interrumpió Aarón.



¿Qué dices? ¿Y eso por qué?



Porque oigo que susurra mi nombre.



¿Qué? ¿Pero qué dices? ¿Quién susurra tu nombre?



No lo sé, Óliver ―Aarón se sentó al borde de la cama y apoyó el rostro en las manos, justo antes de empezaba a sollozar―. No lo sé... Creo... creo que me estoy volviendo loco...



Óliver se acercó a él y lo consoló con unas tímidas palmaditas en la espalda. En el fondo, él también pensaba que su compañero de piso estaba perdiendo el juicio. Suspiró y propuso la mejor solución que se le pudo ocurrir en aquel momento.



No pasa nada, Aarón. Mira, traeré mi saco de dormir y pasaré aquí la noche. Dormiremos juntos y saldremos de dudas con esos ruidos, ¿te parece?



Aarón asintió con la cabeza, sin dejar de sollozar.



Y espero que todo esto no sea un truco barato para llevarme a la cama ―bromeó Óliver, sin éxito.



Pero Aarón seguía llorando y temblando de miedo.

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