Sentía peso sobre el cuerpo,
pero con la somnolencia que lo adormilaba ni siquiera se molestó en
quitárselo de encima. Creyó que seguramente todavía seguía
acostado en la cama con Nelli, y yacía descansando bajo una pila de
cojines desordenados. Tomó aire por la nariz, y olió a humedad.
Aquella sensación fuera de lugar lo extrañó, y comenzó a
inquietarse. Olor a tierra entró por sus fosas nasales, y le provocó
una tos seca y violenta. Su cuerpo se convulsionó y, mientras sus
músculos se tensaban, sintió un amargo dolor en el hombro, que se
ramificó hasta la base del cuello. Fue en ese instante cuando se
percató por primera vez de la inusual postura de su propio cuerpo,
retorcido bajo el peso de encima. Confuso y desorientado, abrió los
ojos para toparse cara a cara con la oscuridad. El hecho de no ver
nada le encogió el estómago, y el miedo lo llevó a revolverse en
el sitio. Las piedras que tenía encima rodaron unas sobre otras
chocando entre sí. Convencido de una vez por todas de que no se
encontraba en su cama, se apresuró a escapar de la negrura de
alrededor y se abrió paso apartando piedras con codos y manos. Al
poco rato, pudo sacar la cabeza fuera de la tierra, hacia la
superficie. El cálido aire de fuera le acarició el rostro. Soportó
el intenso dolor lacerante de su hombro y tiró del peso de su cuerpo
para liberar las piernas de la tierra que las sepultaba. Ya tendido
boca abajo en la superficie, cogió una gran bocanada de aire.
Comenzó a arrastrarse lejos del agujero donde había estado
enterrado, hasta que las fuerzas le fallaron y le sobrevino un ataque
de tos que le hizo escupir una mezcla pegajosa de tierra, saliva y
sangre. El corazón le latía desbocado y le costaba recordar cómo
había acabado allí, pero ahora, al menos, Martin por fin había
logrado salir de debajo de la tierra.
Su mente fue ordenando los
pedazos de información que recordaba y los dispuso uno tras otro en
una secuencia cronológica. Primero, estaba Nelli, como no podía ser
de otra forma, y su expresión de alivio cuando por fin habían
logrado salir a pie de la ciudad para dejar atrás los saqueos y la
barbarie que se habían generalizado como una enfermedad virulenta.
Luego, Martin recordaba la mirada esperanzada de la chica, cuando
alcanzaron el improvisado campamento del monte Sargas poco antes del
anochecer. A continuación, Martin no tuvo más remedio que abrir los
ojos cuando empezó a recordar lo siguiente. Rememoró cómo la
madrugada se había iluminado como el mediodía cuando el asteroide
entró en la atmósfera. Recordó cómo Nelli había apretado su mano
dentro de la suya con tanta fuerza que rozó el umbral del dolor.
Recuperó la sensación del abrazo en el que se habían fundido los
dos cuando el destello del horizonte los cegó a todos. Y luego,
recordó que la tierra había temblado mientras el monte se hacía
pedazos, que sus cuerpos habían salido despedidos entre una lluvia
de rocas, piedras y árboles destrozados y que un ensordecedor
estallido había partido el cielo en dos y los había sumido a todos
en un silencio sepulcral primero y una oscuridad total después. A
Martin se le aceleró el pulso cuando se dio cuenta de que no tenía
ni idea de dónde estaba Nelli. Dejó de recordar y reunió las
fuerzas que le quedaban para erguirse y empezar a buscarla. Pero
aunque su decisión fue firme, cuando se mantuvo sobre sus pies, la
visión que tenía ante su mirada lo obligó a tomarse unos segundos
de asombro.
Por un leve instante, pensó que
había muerto y había descendido al ardiente inframundo. El aire que
respiraba estaba caliente y lleno de partículas negras flotantes
procedentes de los múltiples incendios que iluminaban de rojo el
desolador paisaje. El cielo amenazaba constantemente, cubierto de
nubes negras que centelleaban con truenos y rayos que dibujaban
incesantemente destellos zigzagueantes entre los cúmulos de nubes.
Mientras, abajo, en la superficie, el panorama que una vez fue un
tapiz verde de colinas suaves y montes fértiles, ahora se había
visto transformado en un entorno escarpado de peñascos
partidos, cúmulos de rocas altos como montañas y fallas insondables
de las que manaba lava y que partían el terreno en parcelas a
diferentes alturas. La imagen parecía sacada de la más cruel
pesadilla febril, aunque el detalle más sórdido aún quedaba por
ser descubierto. A su alrededor, Martin se encontró con que por
entre las rocas sueltas del terreno asomaban partes humanas. Brazos,
piernas y torsos yacían diseminados por toda la zona. Algunos,
semienterrados. Otros, directamente destrozados a la intemperie.
Otros pocos supervivientes comenzaban a emerger de entre las rocas
para toparse con la cruda realidad posterior al impacto. Martin se
llevó la mano al rostro aterrado.
Con pasos torpes y urgentes, se
desplomó al lado de la primera mano femenina inerte que vio asomando
y se afanó en desenterrarla con las manos desnudas. Poco le
importaba que el dolor del hombro le ardiese, que las uñas se le
partiesen o que le sangrasen las puntas de los dedos. Martin no paró
hasta que asomó un poco la manga de la camisa. Una camisa azul a
cuadros que no era de Nelli. Martin rompió a llorar
desconsoladamente, rindiéndose ante la idea de que jamás la
encontraría en aquel nuevo mundo roto de fuego, lava y oscuridad.
Una idea alocada asomó en su mente. “Quizás sea mejor que te
hayas ido, cariño”, pensó Martin, convencido de que los pocos que
quedaban con vida tampoco tardarían demasiado en desaparecer.
“Quizás lo peor de todo esto haya sido sobrevivir”, reflexionó.
De pronto, empezó a oír gritos
apagados y murmullos de las personas sepultadas cuyos gritos de
auxilio eran apagados por la tierra que entraba en sus bocas.
“¡Ayuda!”, le oyó decir
claramente a unos hombres desde la parte baja del montículo de
Martin. Este reaccionó y fue a la carrera colina abajo para
colaborar en el rescate de supervivientes. Pronto, vio un grupo que
se arremolinaba en torno a otros que no dejaban de pasar rocas a los
demás para que las apartasen. “Sáquenme de aquí”, chilló una
mujer. A Martin le pareció que era la voz de Nelli. Aceleró el paso
y se abrió paso entre el grupo hasta llegar al centro. “¡Nelli!”,
“¡NELLI!”. Cuando Martin apartó a la última persona que se le
interponía, vio a su querida Nelli en el suelo, extendiendo los
brazos para que el chico que tenía encima la ayudase a ponerse de
pie. El joven, cuyo rostro estaba recubierto de tierra, miró al lado
de Martin, y este lo reconoció. “Ayúdame”, le dijo Yuri a
Martin, “Ya casi la hemos sacado”. Martin obedeció en silencio y
le tendió la mano a Nelli. Esta lloraba amargamente, y, ansiosa de
que la sacaran de allí cuanto antes, le dio una mano a Martin y la
otra a Yuri. Cuando por fin se vio liberada, acarició el rostro de
Yuri brevemente y se fundió luego en un sentido abrazo con Martin.
La pareja lloró. Si era por
alegría, por miedo, o por ambos, Yuri no lo sabía. Este apretó los
labios y se consoló pensando que ella era feliz con Martin. Decidió
no regodearse en su miseria sentimental y dejó de mirar cómo se
abrazaban. Se dio media vuelta y acompañó al grupo de
supervivientes que empezaba a repartirse por el terreno destrozado.
Todavía había muchas más personas que necesitaban ayuda.
Me ha gustado la historia, un fin del mundo con final feliz :)
ResponderEliminar¡Un saludo!