jueves, 2 de octubre de 2014

El fin (Epílogo)

Sentía peso sobre el cuerpo, pero con la somnolencia que lo adormilaba ni siquiera se molestó en quitárselo de encima. Creyó que seguramente todavía seguía acostado en la cama con Nelli, y yacía descansando bajo una pila de cojines desordenados. Tomó aire por la nariz, y olió a humedad. Aquella sensación fuera de lugar lo extrañó, y comenzó a inquietarse. Olor a tierra entró por sus fosas nasales, y le provocó una tos seca y violenta. Su cuerpo se convulsionó y, mientras sus músculos se tensaban, sintió un amargo dolor en el hombro, que se ramificó hasta la base del cuello. Fue en ese instante cuando se percató por primera vez de la inusual postura de su propio cuerpo, retorcido bajo el peso de encima. Confuso y desorientado, abrió los ojos para toparse cara a cara con la oscuridad. El hecho de no ver nada le encogió el estómago, y el miedo lo llevó a revolverse en el sitio. Las piedras que tenía encima rodaron unas sobre otras chocando entre sí. Convencido de una vez por todas de que no se encontraba en su cama, se apresuró a escapar de la negrura de alrededor y se abrió paso apartando piedras con codos y manos. Al poco rato, pudo sacar la cabeza fuera de la tierra, hacia la superficie. El cálido aire de fuera le acarició el rostro. Soportó el intenso dolor lacerante de su hombro y tiró del peso de su cuerpo para liberar las piernas de la tierra que las sepultaba. Ya tendido boca abajo en la superficie, cogió una gran bocanada de aire. Comenzó a arrastrarse lejos del agujero donde había estado enterrado, hasta que las fuerzas le fallaron y le sobrevino un ataque de tos que le hizo escupir una mezcla pegajosa de tierra, saliva y sangre. El corazón le latía desbocado y le costaba recordar cómo había acabado allí, pero ahora, al menos, Martin por fin había logrado salir de debajo de la tierra.


Su mente fue ordenando los pedazos de información que recordaba y los dispuso uno tras otro en una secuencia cronológica. Primero, estaba Nelli, como no podía ser de otra forma, y su expresión de alivio cuando por fin habían logrado salir a pie de la ciudad para dejar atrás los saqueos y la barbarie que se habían generalizado como una enfermedad virulenta. Luego, Martin recordaba la mirada esperanzada de la chica, cuando alcanzaron el improvisado campamento del monte Sargas poco antes del anochecer. A continuación, Martin no tuvo más remedio que abrir los ojos cuando empezó a recordar lo siguiente. Rememoró cómo la madrugada se había iluminado como el mediodía cuando el asteroide entró en la atmósfera. Recordó cómo Nelli había apretado su mano dentro de la suya con tanta fuerza que rozó el umbral del dolor. Recuperó la sensación del abrazo en el que se habían fundido los dos cuando el destello del horizonte los cegó a todos. Y luego, recordó que la tierra había temblado mientras el monte se hacía pedazos, que sus cuerpos habían salido despedidos entre una lluvia de rocas, piedras y árboles destrozados y que un ensordecedor estallido había partido el cielo en dos y los había sumido a todos en un silencio sepulcral primero y una oscuridad total después. A Martin se le aceleró el pulso cuando se dio cuenta de que no tenía ni idea de dónde estaba Nelli. Dejó de recordar y reunió las fuerzas que le quedaban para erguirse y empezar a buscarla. Pero aunque su decisión fue firme, cuando se mantuvo sobre sus pies, la visión que tenía ante su mirada lo obligó a tomarse unos segundos de asombro.

Por un leve instante, pensó que había muerto y había descendido al ardiente inframundo. El aire que respiraba estaba caliente y lleno de partículas negras flotantes procedentes de los múltiples incendios que iluminaban de rojo el desolador paisaje. El cielo amenazaba constantemente, cubierto de nubes negras que centelleaban con truenos y rayos que dibujaban incesantemente destellos zigzagueantes entre los cúmulos de nubes. Mientras, abajo, en la superficie, el panorama que una vez fue un tapiz verde de colinas suaves y montes fértiles, ahora se había visto transformado en un entorno escarpado de peñascos partidos, cúmulos de rocas altos como montañas y fallas insondables de las que manaba lava y que partían el terreno en parcelas a diferentes alturas. La imagen parecía sacada de la más cruel pesadilla febril, aunque el detalle más sórdido aún quedaba por ser descubierto. A su alrededor, Martin se encontró con que por entre las rocas sueltas del terreno asomaban partes humanas. Brazos, piernas y torsos yacían diseminados por toda la zona. Algunos, semienterrados. Otros, directamente destrozados a la intemperie. Otros pocos supervivientes comenzaban a emerger de entre las rocas para toparse con la cruda realidad posterior al impacto. Martin se llevó la mano al rostro aterrado.

Con pasos torpes y urgentes, se desplomó al lado de la primera mano femenina inerte que vio asomando y se afanó en desenterrarla con las manos desnudas. Poco le importaba que el dolor del hombro le ardiese, que las uñas se le partiesen o que le sangrasen las puntas de los dedos. Martin no paró hasta que asomó un poco la manga de la camisa. Una camisa azul a cuadros que no era de Nelli. Martin rompió a llorar desconsoladamente, rindiéndose ante la idea de que jamás la encontraría en aquel nuevo mundo roto de fuego, lava y oscuridad. Una idea alocada asomó en su mente. “Quizás sea mejor que te hayas ido, cariño”, pensó Martin, convencido de que los pocos que quedaban con vida tampoco tardarían demasiado en desaparecer. “Quizás lo peor de todo esto haya sido sobrevivir”, reflexionó.

De pronto, empezó a oír gritos apagados y murmullos de las personas sepultadas cuyos gritos de auxilio eran apagados por la tierra que entraba en sus bocas.

¡Ayuda!”, le oyó decir claramente a unos hombres desde la parte baja del montículo de Martin. Este reaccionó y fue a la carrera colina abajo para colaborar en el rescate de supervivientes. Pronto, vio un grupo que se arremolinaba en torno a otros que no dejaban de pasar rocas a los demás para que las apartasen. “Sáquenme de aquí”, chilló una mujer. A Martin le pareció que era la voz de Nelli. Aceleró el paso y se abrió paso entre el grupo hasta llegar al centro. “¡Nelli!”, “¡NELLI!”. Cuando Martin apartó a la última persona que se le interponía, vio a su querida Nelli en el suelo, extendiendo los brazos para que el chico que tenía encima la ayudase a ponerse de pie. El joven, cuyo rostro estaba recubierto de tierra, miró al lado de Martin, y este lo reconoció. “Ayúdame”, le dijo Yuri a Martin, “Ya casi la hemos sacado”. Martin obedeció en silencio y le tendió la mano a Nelli. Esta lloraba amargamente, y, ansiosa de que la sacaran de allí cuanto antes, le dio una mano a Martin y la otra a Yuri. Cuando por fin se vio liberada, acarició el rostro de Yuri brevemente y se fundió luego en un sentido abrazo con Martin.

La pareja lloró. Si era por alegría, por miedo, o por ambos, Yuri no lo sabía. Este apretó los labios y se consoló pensando que ella era feliz con Martin. Decidió no regodearse en su miseria sentimental y dejó de mirar cómo se abrazaban. Se dio media vuelta y acompañó al grupo de supervivientes que empezaba a repartirse por el terreno destrozado. Todavía había muchas más personas que necesitaban ayuda.

1 comentario:

  1. Me ha gustado la historia, un fin del mundo con final feliz :)
    ¡Un saludo!

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