jueves, 3 de julio de 2014

Diálogo con la conciencia

Dime, conciencia mía, ¿por qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy a punto de acometer una de las tareas más aterradoras de mi vida?

Lo haces, porque es lo correcto. Lo haces, porque el momento ha llegado. Y lo haces, porque no hay otro modo de solucionarlo.

Es triste, conciencia mía, que todo vaya a acabar así, esta tarde, con el derramamiento de tanta sangre inocente.

Recuerda que así es como lo establece el plan del comandante. Tú y los otros os limitáis a llevarlo a cabo. No pierdas el tiempo cuestionándote las órdenes. No dudes de la eficacia de la estrategia trazada. Obedece y no tengas miedo, y quizás puede que hasta los dos sobrevivamos.

Pero mira a tu alrededor, conciencia mía. Fíjate en los que van en las demás barcas. Mira sus rostros: pálidos, descompuestos, con la mirada perdida y la memoria sumergida en los que dejaron atrás.

Precisamente esta tarde ponemos en juego nuestras vidas para salvar a los que dejamos atrás.

Pero, ¿y si fracasamos? ¿Y si todo sale mal? ¿Y si ese dragón nos devora a todos sin más y vuelve a ocultarse en las profundidades fuera del alcance de nuestras ballestas?

Estás dudando, y las dudas te arrastrarán a la muerte segura. Tranquilo. No permitas que los nervios te hagan titubear y que el temor haga temblar tus piernas.

Difícil encontrar alivio en medio de este frío lago. Nada puede apartar mi mente del horror al que nos aproximamos. Cada golpe de remo nos está acercando a nuestro funesto final. Muchos de nosotros moriremos. Ese es el plan, conciencia mía. Nuestro papel es hacer de cebo. Ni más ni menos. Ni siquiera tenemos armas con las que defendernos. Tan solo un escudo de madera podrida que se cae a pedazos. Y es que nosotros estamos aquí para tentar a la bestia alada, nada más, y para ello no nos hacen falta armas, pues nos basta con nuestros cuerpos. Estaremos a su merced para que salga de su fortaleza sumergida, llegue a la superficie y se dé un festín con nuestra carne y nuestros espíritus. Solo de ese modo, estará al alcance de las ballestas de la costa, para que atraviesen su corazón helado con saetas certeras. ¿Cómo esperas que me calme si puedo morir esta noche triturado entre las fauces del dragón? ¿Cómo pretendes que me tranquilice si dentro de unas horas mi piel puede quemarse con el agua hirviendo que escupe la criatura? No hay motivos para estar sosegado. La muerte nada justo debajo de nuestro botes. Y nosotros vamos a tentarla, conciencia mía.

Son ideas pesimistas las tuyas, desde luego. Aparta tu atención de finales trágicos y considera la posibilidad de la victoria. Imagina que la bestia cae desde el cielo nublado, atravesada por una lluvia de proyectiles. Visualiza su enorme cuerpo cayendo pesado sobre la torre sumergida, que asoma en mitad del lago. Plantéate la paz y la prosperidad que puede traer a tu poblado el hecho de vivir sin un dragón cerca, sin una bestia que mate el ganado, destroce las cosechas y devore a conocidos. A partir de esta tarde, puede empezar una nueva etapa en tu vida, y en la de los que sobrevivan.

Mi vida también puede acabar esta noche.

Tu vida también puede empezar esta noche. No tengas miedo. Lucha. Mata al dragón. Y luego vive en paz.

Las aguas grises del lago empezaron a agitarse. La torre de la fortaleza sumergida estaba justo delante y las barcas habían detenido su avance. Todos miraban hacia abajo, hacia las profundidades insondables. De repente, una enorme sombra oscura se agitó bajo el agua y dos ojos rojos relumbraron desde abajo a medida que el dragón se impulsaba con su gigantesca cola contra la superficie.

Es el momento, conciencia mía ―dijo, aferrándose al escudo―. Fuera miedos y dudas. Lucharé para sobrevivir. Y sobreviviré para vivir.

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