―Dime, conciencia mía, ¿por
qué estoy haciendo esto? ¿Por qué estoy a punto de acometer una de
las tareas más aterradoras de mi vida?
―Lo haces, porque es lo
correcto. Lo haces, porque el momento ha llegado. Y lo haces, porque
no hay otro modo de solucionarlo.
―Es triste, conciencia mía,
que todo vaya a acabar así, esta tarde, con el derramamiento de
tanta sangre inocente.
―Recuerda que así es como lo
establece el plan del comandante. Tú y los otros os limitáis a
llevarlo a cabo. No pierdas el tiempo cuestionándote las órdenes.
No dudes de la eficacia de la estrategia trazada. Obedece y no tengas
miedo, y quizás puede que hasta los dos sobrevivamos.
―Pero mira a tu alrededor,
conciencia mía. Fíjate en los que van en las demás barcas. Mira
sus rostros: pálidos, descompuestos, con la mirada perdida y la
memoria sumergida en los que dejaron atrás.
―Precisamente esta tarde
ponemos en juego nuestras vidas para salvar a los que dejamos atrás.
―Pero, ¿y si fracasamos? ¿Y
si todo sale mal? ¿Y si ese dragón nos devora a todos sin más y
vuelve a ocultarse en las profundidades fuera del alcance de nuestras
ballestas?
―Estás dudando, y las dudas te
arrastrarán a la muerte segura. Tranquilo. No permitas que los
nervios te hagan titubear y que el temor haga temblar tus piernas.
―Difícil
encontrar alivio en medio de este frío lago. Nada puede apartar mi
mente del horror al que nos aproximamos. Cada golpe de remo nos está
acercando a nuestro funesto final. Muchos de nosotros moriremos. Ese
es el plan, conciencia mía. Nuestro papel es hacer de cebo. Ni más
ni menos. Ni siquiera tenemos armas con las que defendernos. Tan solo
un escudo de madera podrida que se cae a pedazos. Y es que nosotros
estamos aquí para tentar a la bestia alada, nada más, y para ello
no nos hacen falta armas, pues nos basta con nuestros cuerpos.
Estaremos a su merced para que salga de su fortaleza sumergida,
llegue a la superficie y se dé un festín con nuestra carne y
nuestros espíritus. Solo de ese modo, estará al alcance de las
ballestas de la costa, para que atraviesen su corazón helado con
saetas certeras. ¿Cómo esperas que me calme si puedo morir esta
noche triturado entre las fauces del dragón? ¿Cómo pretendes que
me tranquilice si dentro de unas horas mi piel puede quemarse con el
agua hirviendo que escupe la criatura? No hay motivos para estar
sosegado. La muerte nada justo debajo de nuestro botes. Y nosotros
vamos a tentarla, conciencia mía.
―Son ideas pesimistas las
tuyas, desde luego. Aparta tu atención de finales trágicos y
considera la posibilidad de la victoria. Imagina que la bestia cae
desde el cielo nublado, atravesada por una lluvia de proyectiles.
Visualiza su enorme cuerpo cayendo pesado sobre la torre sumergida,
que asoma en mitad del lago. Plantéate la paz y la prosperidad que
puede traer a tu poblado el hecho de vivir sin un dragón cerca, sin
una bestia que mate el ganado, destroce las cosechas y devore a
conocidos. A partir de esta tarde, puede empezar una nueva etapa en
tu vida, y en la de los que sobrevivan.
―Mi vida también puede acabar
esta noche.
―Tu vida también puede empezar
esta noche. No tengas miedo. Lucha. Mata al dragón. Y luego vive en
paz.
Las aguas grises del lago
empezaron a agitarse. La torre de la fortaleza sumergida estaba justo
delante y las barcas habían detenido su avance. Todos miraban hacia
abajo, hacia las profundidades insondables. De repente, una enorme
sombra oscura se agitó bajo el agua y dos ojos rojos relumbraron
desde abajo a medida que el dragón se impulsaba con su gigantesca
cola contra la superficie.
―Es el momento, conciencia mía
―dijo, aferrándose al escudo―. Fuera miedos y dudas. Lucharé
para sobrevivir. Y sobreviviré para vivir.
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