jueves, 24 de julio de 2014

Ojos negros, colmillos blancos (Segunda parte de dos)

La clara luz de la luna llena se colaba por las rendijas de las paredes destrozadas. Me quedé quieta, de pie, respirando el fresco aire nocturno mezclado con la nube de polvo que había levantado con mi salto. Fuera de aquella sala, el canto de los grillos escondidos en el follaje marcaba el paso del tiempo con su melodía repetitiva. Mi corazón se acompasó con su ritmo y dejé que las emociones llegaran sin ponerles ningún tipo de cortapisa. Estaba nerviosa, pues estaba desobedeciendo la advertencia del Hacedor. Mis patas estaban pisando territorio vedado y peligroso. Me mantuve alerta y agudicé los sentidos. Con sigilo, me agaché y luego me refugié en la primera esquina que encontré. Allí, esperé un buen rato, a la espera de que algo hostil y desconocido viniera a por mí. Pero la noche avanzaba con la misma parsimonia del canto del grillo, y no llegó a suceder nada. Aun así, mantuve la cautela y decidí explorar un poco más aquella sala de tiempos pasados.

Me posicioné justo en medio del lugar donde había caído y miré alrededor. Los muros estaban completamente cubiertos de estanterías, parecidas a las que hay en palacio. Solo que en ellas no dormían hijas de ningún Hacedor, sino que estaban repletas de unos extraños objetos colocados unos al lado de otros. Antes de atreverme a coger uno de ellos, olisqueé el suelo y el aire, pero no encontré rastro de nada. Tan solo olía a tierra, humedad, y vegetación. Muy despacio, me aproximé a una de aquellas estanterías.

Delante de mis ojos, había una amplia variedad de aquellas cosas parecidos a ladrillos, cada uno decorado de manera diferente. Aquellos dibujos parecían símbolos que se habían trazado sobre su superficie, y muchos de ellos se repetían. Todavía no tengo del todo claro qué podían ser o qué uso se les podía dar, pero no creo que los antiguos los hicieran simplemente para decorar.

Tengo que reconocer que tenía miedo de tocarlos. Pensaba que si mis zarpas entraban en contacto con su superficie, iba a desaparecer, igual que lo hicieron los antiguos constructores de esas torres abandonadas y de los senderos negros entre ellas. Dudé, y no sé cuanto tiempo pasé sopesando todas las cosas malas que podrían ocurrirme simplemente por estar allí. Llegué a la conclusión de que ya era demasiado tarde para echarse atrás y, de nuevo, dejé que la curiosidad tomara el mando. Por simple precaución, elegí uno que yacía tumbado sobre la madera podrida del estante. Para mi sorpresa, cuando lo cogí, el objeto reaccionó a mi tacto y se desplegó, exhibiendo lo que parecían ser unas finas y delicadas plumas. Bufé, y de un brinco caí torpemente sobre los restos de unos asientos destrozados y me refugié en el otro lado de la sala. Sin dejar mi escondite, busqué con la mirada el objeto que había cogido. Yacía en el suelo, inmóvil y carente de toda vida. Pero ahora su aspecto era diferente. Era como si se hubiese abierto, o como si hubiese desplegado sus alas. Eran amarillentas y parecían estar decoradas con multitud de líneas negras. La brisa nocturna entró por las oquedades de los muros y agitó las alas del objeto, pasando una tras otras, pero el objeto no consiguió levantar el vuelo. Desde que me aseguré de que era inofensivo, me acerqué para verlo con más detalle.

Cerca del lugar no se oía a nadie ni a nada, y las almohadillas de mis patas tampoco detectaron vibraciones de presencia alguna en las proximidades. Todo parecía seguro, aunque nunca las tuve todas conmigo. Quizás aquella cosa con alas fuese venenosa, quizás se estaba haciendo la muerta para tenderme una trampa, quizás aquella torre entera era una colmena repleta de aquellos extraños seres con infinidad de alas... Temerosa y llena de incertidumbre, cogí una de las piedras del suelo y la lancé contra aquella cosa, que no se asustó ni reaccionó de modo alguno. Tan solo permaneció allí en el suelo, mientras la suave brisa se esforzaba por pasar una más de sus alas. Sin demorarme más, di un salto y caí justo a su lado. Bufé y enseñé los colmillos blancos, pero, de nuevo, el objeto alado no tuvo respuesta alguna. Lo toqué rápidamente con la zarpa, con tal descuido que doblé una de sus alas sin querer. Esperé escuchar un quejido de dolor, pero no se produjo sonido alguno. Fue entonces cuando, por fin, la brisa venció y logró pasar el ala que llevaba un rato intentando tumbar. La nueva ala que quedó al descubierto mostraba algo precioso.

Enseñaba una escena perdida en el tiempo. Aparecían los antiguos, los habitantes desaparecidos de las torres de piedra. Se podía ver cómo era su aspecto en realidad. Por lo parecía, la mayor parte eran casi de mi estatura, aunque no tenían pelaje en el cuerpo, solo en la cabeza, y no todos lo tenían. Las hembras resultaban ser hermosas y el aspecto de alguna de ellas me recordó al de alguna de mis hermanas guapas. Me pregunté si sin su pelaje resultarían tan atractivas como aquellas antiguas. Todos ellos, machos y hembras, vestían con túnicas y estaban reunidos a los pies de un palacio blanco de piedra mientras miraban hacia el cielo. Allí, había otro de ellos, pero este era diferente. Lucía más grande, más poderoso, más anciano. Me recordó al Hacedor. Se le veía entre las nubes del cielo, y el manto que vestía se mezclaba con las brumas de las nubes altas.

Justo entonces, cualquier rastro de miedo o de duda desapareció de mi mente y cogí entere mis zarpas aquel objeto y comencé a pasar sus alas en busca de otra escena más. Pero la siguiente que encontré no me gustó nada. Se veía al personaje de las nubes devorando a los antiguos, uno a uno. Se le veía metiéndoselos directamente en la boca para luego aprisionarlos en su barriga para siempre. Bufé ante la escena y seguí pasando alas en busca de algo más amable. Y puede que la siguiente escena no fuese amable precisamente, pero me ha servido para reflexionar sobre algunas cosas.

En ella, uno de los antiguos estaba luchando contra su Hacedor, y le hacía frente lanzando rayos con sus propias manos. Aquella batalla quedó tatuada en mis recuerdos y aún puedo ver con total claridad cómo aquel Hacedor empezaba a caer desde las nubes y cómo los antiguos que había engullido comenzaban a escapar de su vientre.

Al pasar unas cuantas alas más, encontré la última escena. Mostraba al mismo antiguo que había luchado contra su Hacedor, sentado en un trono blanco, rodeado de los suyos y sosteniendo el poderoso rayo en su mano.

No me cansé de contemplarlo y de sentirme reconfortada por la sensación de alivio y victoria que transmitía el rostro de aquel antiguo, que ahora parecía haberse convertido en el nuevo líder. Y no me sorprendía. Se había alzado contra su Hacedor tiránico y había conseguido liberar a los suyos.

Los pensamientos se me encadenaron unos con otros y perdí la noción del tiempo. De repente, me di cuenta de que el grillo ya había dejado de cantar y de que el alba empezaba a despuntar. Rápidamente, volví a colocar el objeto alado en la estantería y reemprendí el camino de vuelta al palacio del Hacedor.

Ahora, ya está amaneciendo, y vuelvo a estar en mi estantería, rodeada de mis hermanas durmientes y cautivas. Empiezo a preguntarme si vivir así y morir así merece la pena. Quizás se puedan cambiar las cosas, como lo hizo el antiguo de aquella historia. Quizás yo también pueda alzarme y luchar contra el Hacedor que nos encadena. Empiezo a pensar que es posible.

Pero si me rebelo, tendré que enfrentarme a él. Él es mucho más grande y fuerte que yo. Sus ojos negros pueden encontrarme donde me esconda y sus colmillos blancos pueden destrozarme si me atrapa. Pero yo soy una de sus hijas. También tengo ojos negros y colmillos blancos.

Yo también puedo vencer”.

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