Contenido
- Boda de ladrones
- Cielo cromado
- Claudio
- Diario
- Dormiré contigo
- Edith
- El fin
- El manantial
- El testamento del dragón
- En busca de
- Flora
- Grietas en el cielo
- Historias con latido
- Historias cortas
- Imágenes con latido
- La mansión
- La nueva vida de Dana
- Lady Noche
- Lágrimas de sueño
- Lana Mandala
- Las cuatro insidiosas
- Latidos de libreta
- Llantos
- Mariposas en las paredes
- No se lo digas a mi hija
- Notas del autor
- Ojos negros colmillos blancos
- Sujeto de prueba 001
- Zona en obras
jueves, 29 de mayo de 2014
No se lo digas a mi hija (Segunda parte de tres)
“Todo es culpa de esa maldita
hechicera”, se quejaba Deuto, embutiéndose en las estrecheces de
una grieta en la que le era imposible girar la cabeza para mirar
atrás. Su espada envainada se enganchaba de vez cuando en algún
recoveco de la pared irregular y porosa, y Deuto se las tenía que
apañar para retroceder unos pasos, desengancharse y continuar con la
marcha. El humo de la antorcha se mezclaba con la humedad de la gruta
y enralecía aún más el aire, ya de por sí estancado. Al menos ya
podía ver la abertura a unos pocos pasos de distancia. En el último
trecho, tuvo que tirar de sí mismo para poder verse fuera, de una
vez por todas, de aquel pasaje angosto. Se pasó el dorso de la mano
por la nariz para enjugar la gota de sudor que le caía y desenvainó
la espada. Notó pegajosa la empuñadura. Su mano todavía tenía
restos de la sangre de Nore.
jueves, 22 de mayo de 2014
No se lo digas a mi hija (Primera parte de tres)
―Prométeme que no se lo dirás
a mi hija. ¡Promételo! Por lo que más quieras, Deuto. Júrame que
no le dirás a mi pequeña que esa cosa ha podido con su padre.
jueves, 15 de mayo de 2014
Introspección
El desierto había resultado ser
un entorno mucho más duro de lo que se había imaginado. Estaba
sentado con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas. En
lo alto del pálido cielo vespertino, un ojo gigante lo vigilaba sin
parpadear. Un iris de color miel; tan familiar, tan doloroso; no lo
perdía de vista, a pesar de que él seguía quieto y sentado. El
suelo llevaba tiempo cuarteado a causa del áspero calor que incluso
resecaba las escasas nubes de polvo que el sediento aire, de cuando
en cuando, se atrevía a levantar. Notaba el calor ascendiendo desde
la tierra de debajo, rodeando su cuerpo en una nube densa de sudor.
Todo era plano, todo era silencio, pero no estaba solo. Justo delante
de él, sentado en la misma posición, tenía a su doble, con una
sonrisa despreocupada permanentemente marcada en los labios.
jueves, 8 de mayo de 2014
Mejor haber amado y haber perdido...
Día 1
Esa mañana decidió no levantarse de la cama. Enredado entre las
sábanas, abrazó con fuerza la almohada, tristemente consciente de
que, por muy mullida que esta fuera, no le iba a devolver el sentido
abrazo ni a decirle “te quiero” al oído. No. Era imposible. Aun
así, la abrazó con todas sus ganas y deseó volver a escuchar
aquellas palabras pronunciadas por la voz que tanto echaba de menos.
La noche anterior había soñado con ella, como siempre. Como todas
las noches. En la ensoñación había vuelto a sentir sus dulces
labios sobre los suyos, y pudo deleitarse con la suavidad del beso y
percibir vivamente cómo se le aceleraba el pulso por el amor que
nublaba su juicio. Disfrutó de aquel falso momento, hasta que
despertó. Parpadeó varias veces y suspiró profundamente, como era
de esperar. Delante de sus ojos, la radiante luz del día se colaba
por las rendijas de la ventana cerrada.
jueves, 1 de mayo de 2014
Todos caerán
Rojo-Delta volaba manteniendo su
Spitfire dentro de la formación en V. Formaba parte de la cabeza del
escuadrón, liderado en la punta por Rojo-Alfa. Pronto los cazas llegarían a
sus objetivos. Delante, ya divisaban la luz de los incendios que
arrasaban la ciudad, iluminando con su fuego la oscuridad de la noche
absoluta. De vez en cuando, destellos fugaces aparecían de repente
entre los edificios, explosiones que en la distancia lucían como
fogonazos inofensivos. En las alturas, todavía lejos de la ciudad,
Rojo-Delta era incapaz de escuchar el estruendo de las explosiones o los
gritos de los soldados que caían. Tan solo escuchaba el zumbido
monótono del motor que lo mantenía en el aire a más de mil metros
del suelo.
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