jueves, 22 de mayo de 2014

No se lo digas a mi hija (Primera parte de tres)

Prométeme que no se lo dirás a mi hija. ¡Promételo! Por lo que más quieras, Deuto. Júrame que no le dirás a mi pequeña que esa cosa ha podido con su padre.

Deuto sujetaba fuertemente la mano del moribundo Nore. Hacía unos segundos, la cola de la bestia, puntiaguda y dura como un estilete, se había alzado hasta lo alto de la gruta y había caído a toda velocidad contra el pecho del desprevenido Nore. A este apenas le dio tiempo de elevar el escudo, y la cola atravesó de lado a lado el torso del guerrero. Su cuerpo cayó aplomado y rodó hasta quedar a los pies de las estalagmitas. La bestia emitió un gorjeo similar a una risa histérica, se relamió su reptiliano hocico y apartó de una embestida a Deuto, que ya alzaba la espada para sesgar la cola que había malherido a su compañero. La criatura lo apartó de su camino como si se tratase de un alfeñique y emprendió la huida hasta perderse en las profundidades oscuras de la cueva. Atrás dejó el eco de su risa fría, y el cuerpo aún caliente de caído Nore.

No malgastes tus fuerzas, Nore ―le aconsejó Deuto, conteniendo el llanto y sin atreverse a mirar las costillas partidas que asomaban por la herida de su amigo―. Pronto acabará tu dolor.

¡Júramelo, Deuto! ―insistió, tratando de emplear la poca vida que le quedaba en tragar la sangre que le impedía hablar―. No permitas que abandone este mundo sin escuchar cómo lo dices. Prométemelo, amigo mío. Júralo por tu vida, por tu esposa, por tus hijos y por los mismísimos Altos sagrados. No le digas a mi pequeña que he muerto aquí, a oscuras e implorando. No le digas que esa maldita bestia ha puesto fin a mis días. Por favor...

Te lo juro, Nore. Te lo juro por mi vida, por mi familia y por los Altos. Tu hija no sabrá de tu muerte.

Nore sonrió. La herida que casi le atraviesa el corazón dejó de dolerle, y sus ojos brillaron con las lágrimas que le cayeron. Y así, expulsó el último aliento de vida de sus pulmones, con la conciencia tranquila al saber que su hijita no sabría que en ese mundo existía un ser más poderoso que su padre.

Deuto se arrodilló al lado del cuerpo e inclinó la cabeza mientras oraba para que su espíritu encontrase el camino a la Otra Orilla. Justo después, recogió la espada de su compañero abatido y la clavó en el suelo por encima de la cabeza de Nore. Así, marcaría cual lápida el descanso de aquel guerrero desafortunado en la batalla.

Desde las profundidades negras, la bestia volvió a reír. Estaba llamando a Deuto, y este, junto con su espada sedienta, estaba más que ansioso por responder a aquella llamada.

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