―Prométeme que no se lo dirás
a mi hija. ¡Promételo! Por lo que más quieras, Deuto. Júrame que
no le dirás a mi pequeña que esa cosa ha podido con su padre.
Deuto sujetaba fuertemente la
mano del moribundo Nore. Hacía unos segundos, la cola de la bestia,
puntiaguda y dura como un estilete, se había alzado hasta lo alto de
la gruta y había caído a toda velocidad contra el pecho del
desprevenido Nore. A este apenas le dio tiempo de elevar el escudo, y
la cola atravesó de lado a lado el torso del guerrero. Su cuerpo
cayó aplomado y rodó hasta quedar a los pies de las estalagmitas.
La bestia emitió un gorjeo similar a una risa histérica, se relamió
su reptiliano hocico y apartó de una embestida a Deuto, que ya
alzaba la espada para sesgar la cola que había malherido a su
compañero. La criatura lo apartó de su camino como si se tratase de
un alfeñique y emprendió la huida hasta perderse en las
profundidades oscuras de la cueva. Atrás dejó el eco de su risa
fría, y el cuerpo aún caliente de caído Nore.
―No malgastes tus fuerzas, Nore
―le aconsejó Deuto, conteniendo el llanto y sin atreverse a mirar
las costillas partidas que asomaban por la herida de su amigo―.
Pronto acabará tu dolor.
―¡Júramelo, Deuto! ―insistió,
tratando de emplear la poca vida que le quedaba en tragar la sangre
que le impedía hablar―. No permitas que abandone este mundo sin
escuchar cómo lo dices. Prométemelo, amigo mío. Júralo por tu
vida, por tu esposa, por tus hijos y por los mismísimos Altos
sagrados. No le digas a mi pequeña que he muerto aquí, a oscuras e
implorando. No le digas que esa maldita bestia ha puesto fin a mis
días. Por favor...
―Te lo juro, Nore. Te lo juro
por mi vida, por mi familia y por los Altos. Tu hija no sabrá de tu
muerte.
Nore sonrió. La herida que casi
le atraviesa el corazón dejó de dolerle, y sus ojos brillaron con
las lágrimas que le cayeron. Y así, expulsó el último aliento de
vida de sus pulmones, con la conciencia tranquila al saber que su
hijita no sabría que en ese mundo existía un ser más poderoso que
su padre.
Deuto se arrodilló al lado del
cuerpo e inclinó la cabeza mientras oraba para que su espíritu
encontrase el camino a la Otra Orilla. Justo después, recogió la
espada de su compañero abatido y la clavó en el suelo por encima de
la cabeza de Nore. Así, marcaría cual lápida el descanso de aquel
guerrero desafortunado en la batalla.
Desde las profundidades negras,
la bestia volvió a reír. Estaba llamando a Deuto, y este, junto con
su espada sedienta, estaba más que ansioso por responder a aquella
llamada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario