En silencio, Elémiah señaló
hacia delante para que Claude mirara en esa dirección. La escena que
veían parecía confirmar todo lo que Elémiah había dicho
respecto de su hermana. La joven muchacha estaba en compañía de
otro ángel, pero aquel era diferente de Elémiah. Tenía el aspecto
de una hermosa mujer mujer alada. Desde la distancia, los ojos del
vigilante recorrieron su curvilíneo cuerpo, cuyas formas redondeadas
se marcaban mucho más por las sombras que la noche dibujaba en su
piel. Claude, turbado, tardó unos segundos en percatarse de que
aquel ángel femenino sangraba abundantemente por el brazo que
escondía tras su ala izquierda.
―¡Kara! ―llamó Claude en
voz alta, delatando su presencia.
La joven se giró y encontró a
su hermano, vestido con el uniforme de vigilante nocturno, avanzando
hacia ella por el sendero de tierra. Pronto, Kara vio aparecer detrás
de él un ángel celestial, con alas emplumadas tan imponentes como
las de Asáliah, pero con apariencia masculina. Disimuló con un
parpadeo la fugaz ojeada que echó a la entrepierna del fornido ángel
rubio, que caminaba tras su hermano. Al igual que Asáliah, también
carecía de sexo.
La mujer alada le había
advertido de que otro ser etéreo venía a por ella, pero Kara había
supuesto que tendría un aspecto amenazador, aterrador y oscuro, como
el de la espada. Sin embargo, los movimientos lentos y seguros del
ángel varón, y su rostro de rasgos suaves recorrido por mechones de
pelo rubio que caían le transmitían paz y seguridad. La chica,
confundida por la presencia de otro ser de aspecto divino, volvió la
mirada hacia Asáliah, quien también se había quedado mirando
fijamente al ángel masculino. Claude se apresuró a acercarse a su
hermana, pero Elémiah lo retuvo agarrándolo por el brazo. Cuando
este miró al ángel, este negó despacio con la cabeza, haciéndole
entender que no era buena idea acercarse a ella con el ángel rebelde
cerca.
―¡Sucio embustero! ―insultó
Asáliah, con la furia rebosando en cada una de sus palabras―. ¡Tú
no eres mi hermano Elémiah! ¿¡Cómo osas adoptar su apariencia!?
Si Elémiah supiera de tu atrevimiento, no dudaría en ir a buscarte
al agujero más oscuro de las Profundidades para arrancarte tus
verdaderas alas de piel con sus manos desnudas. Tus artimañas son
tan viles como tus intenciones. ¿Eres tan rastrero que estás
dispuesto a engañar a estos humanos para arrancar un beso de los
labios de Kara? Sinvergüenza, mentiroso y mezquino. ¡Muestra tu
verdadero aspecto y permite que Kara elija!
Elémiah resistió los
improperios de Asáliah en silencio. Claude no dejaba de mirar de uno
a otro, sin comprender nada. Kara, tan confusa como su hermano, quiso
saber qué estaba pasando.
―Asáliah ―dijo, dirigiéndose
a la mujer angelical con un tono de duda propio de aquel que no sabe
si está haciendo lo correcto―, ¿qué pasa?
―Acércate a mí, Kara
Robbinson, y aléjate de ese impostor que acompaña a tu hermano. No
te dejes engañar por su aspecto divino. Es tan solo una fachada, una
treta para ganar tu favor. Ese que ves a ahí no es mi hermano
Elémiah, sino el ser repugnante con el que batallé en la caída, y
pretende engañarte a ti y a tu hermano haciéndose pasar por un
destacado miembro de las filas celestiales.
Fue entonces cuando Elémiah
reaccionó.
―Ya basta, Asáliah. He llegado
a tiempo, y no tienes nada que hacer contra mí. Permite que Kara se
aleje de ti y venga conmigo. La rebeldía de los tuyos no tiene razón
de ser. Reconoce tu afrenta contra el Orden y serás perdonado. El
Alto es misericordioso y te concederá otra oportunidad a ti y a los
que piensan como tú y te siguen. Arrepiéntete y deja a la mortal,
Asáliah. Esto acaba aquí y ahora.
A Kara le llamó poderosamente la
atención la palabra “rebeldía”. Retrocedió para distanciarse
un poco de Asáliah.
―Kara..., por favor ―suplicó
Asáliah, rogando con la única mano que le quedaba―. No te creas
sus mentiras.
Elémiah aprovechó la duda de la
muchacha para apartar de un empujón a Claude e ir a por ella.
Asáliah reaccionó interponiéndose entre el ángel y la chica.
Trató de alcanzar la espada de su espalda, pero Elémiah propinó un
duro puñetazo en el muñón sangrante de Asáliah. La mujer alada
gritó de dolor, y el sobrecogedor chillido del ángel mutilado
provocó que cayeran algunas hojas asustadas de los árboles
cercanos. Elémiah no se detuvo y asestó un rodillazo en la barriga
de Asáliah, pero esta contraatacó con un golpe de mano contra la
mandíbula. Elémiah escupió sangre, pero aun así, pudo girar sobre
sí mismo, agarrar a Asáliah por el brazo que le quedaba y
propulsarla por encima de su espalda. Asáliah salió despedida hasta
que se estrelló contra el tronco de un árbol, cuya corteza saltó
por los aires. Al caer, se quedó sentada, rendida y sangrando en el
suelo. Cuando miró al frente con débil mirada, descubrió que la
espada se le había caído al suelo. Elémiah, de pie y con pose
estática de vencedor, se quedó mirando el arma en el suelo, pero no
se decidió a cogerla. Asáliah sabía que Elémiah no podía cogerla
si quería seguir manteniendo su tapadera.
Mientras los dos ángeles
luchaban, Kara había ido hasta su hermano y este la había rodeado
con sus brazos. Ahora, tras la corta batalla, parecía que Elémiah
había sido el ganador, y se acercaba con paso seguro hacia los dos
humanos.
―Se acabó, Kara Robbinson.
Estás a salvo.
―Ella me dijo que podía
salvarme con un beso.
―¿Un beso? ―preguntó
Claude, asombrado. Recordó que Elémiah le había contado que los
ángeles rebeldes querían a su hermana para concebir al líder que
se alzaría contra el Orden.
―Me contó que mi pena había
matado a mi ángel de la guarda ―explicó ella, que no dejaba de
mirar a su hermano y al nuevo ángel que había traído consigo―, y
ahora tenía que elegir con un beso de qué lado quería estar. Si en
el suyo o... ―dejó la vista clavada en Elémiah. Se sintió
embargada por la radiante belleza masculina y rubia del ángel. El
olor a canela le resultaba embriagador y sus labios carnosos y
sonrosados le parecieron tan apetecibles que casi podía escuchar
cómo susurraban su nombre suavemente―. Tú no pareces que vengas
de las Profundidades...
―Kara, tranquila ―la calmó
su hermano―. Esa tía ángel te quería engañar. Tan solo quería
usarte para algo terrible. Pero Elémiah lo ha impedido y ya no hay
nada que temer. Él ha venido a salvarte. ¿Qué te parece? Tu propio
ángel salvador. Bueno..., y yo he ayudado también.
Pero su hermana no lo escuchaba.
Su vista se había perdido en los labios de Elémiah.
―¡Kara! ―gritó con voz
lastimera Asáliah, mientras se esforzaba en ponerse de pie―. ¡No
dejes que te obligue!
Pero la muchacha ya estaba
completamente bajo el influjo de Elémiah y no pudo hacer nada para
evitar que el ángel la cogiese por la cintura y apretase sus labios
contra los de ella. Claude se apartó de un salto y Elémiah rodeó a
la mortal con sus alas. Al principio, Kara se dejó llevar por el
sabor a canela y por la calma que el beso infundía en su corazón.
Pero pronto el sabor a menta fue dejando paso a un regusto a carne
podrida, y su corazón empezó a acelerarse impulsado por el temor de
haber cometido el más terrible de los errores. Claude cayó de
espaldas cuando observó cómo el aspecto de Elémiah cambiaba
delante de sus narices. Su piel pálida se tiznó, su lasciva melena
rubia se oscureció, las plumas se cayeron y flotaron alrededor del
horrible beso, y el rostro amable dio paso a una cara afilada con una
fila de protuberancias óseas sobre la frente.
―Demasiado tarde, Claude ―se
quejó Asáliah, apoyando la palma de su mano en el suelo―. Han
decidido por ella.
Justo entonces, la espada del
falso Elémiah brilló en el suelo, refulgiendo con vivas llamas
rojas.
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