A pesar de los estridentes y
molestos vítores obscenos de la criatura, Claude podía escuchar el
atrayente crepitar de las llamas sobre la hoja de la espada maligna.
Estaba allí, tirada en la tierra, sin que el victorioso y saltarín
ser de las Profundidades le prestase la más mínima atención. Ante
sí, el vigilante disponía de la ocasión perfecta para atacar de un
modo repentino e implacable, y a tan solo unos pasos de distancia
tenía el arma ideal para hacer desaparecer al monstruo. La ira de
Claude rebosó en forma de resoplidos y ya comenzaba a imaginarse de
qué manera hundiría la hoja de metal candente en la tripa de la
bestia, y cómo la retorcería luego lentamente, cortando y
triturando todas y cada una de las entrañas que el filo cortante
encontrase a su paso. La criatura iba a pagar, iba a sufrir, iba a
suplicar por su triste existencia, y, al final, el vigilante la
mataría. Y Claude iba a disfrutar de cada segundo.
―¿Qué piensas que vas a
hacer? ―inquirió Asáliah a Claude, sujetándolo del brazo.
―Voy a hacer lo que tú debiste
hacer desde el principio: salvar a Kara.
―No seas insistente, Claude. Ya
te he dicho que ya no se puede hacer nada.
Un manotazo para que lo soltase
fue lo que Asáliah recibió como respuesta.
―Tu osada actitud repleta de
rabia no te conducirá al éxito, Claude Robbinson. Vas derecho a
estrellarte en una causa imposible.
El joven se mantuvo en silencio,
al igual que mantuvo su marcha. Hacía poco que conocía al ángel
Asáliah, pero ya había descubierto que aquella entidad divina
perdía demasiado tiempo con sus palabras grandilocuentes y
misteriosas. Claude prefirió callar, y actuar, algo que creía que
Asáliah no había hecho en toda la noche. El ángel hembra mantuvo
su vista clavada en el muchacho, agraviada por su falta de atención.
Entonces, dedujo que se dirigía hacia la espada. De repente,
extendió sus alas hacia las alturas y las empujó contra el suelo
para salir propulsada por los aires. La polvareda que levantó cegó
a Claude, y el poderoso aleteo alertó a la criatura, que detuvo su
frenética danza y se quedó mirando con un gesto bobalicón e
infantil de incomprensión.
Cuando Claude quiso darse cuenta,
Asáliah cayó justo delante de él y alzó la palma de su mano para
detenerlo.
―No me cuesta adivinar tus
intenciones, Claude Robbinson ―avisó Asáliah―. Este arma impía
que tan presto te dispones a empuñar ya no juega ningún papel esta
noche, y mucho menos en manos humanas como la tuya. Un solo roce de
su empuñadura en tu piel, y su maldad quedaría impregnada en tu ser
para siempre.
―¡No la escuches, Claude!
―gruñó la bestia desde donde estaba―. Coge mi espada y ven a
por mí. Mátame y tu hermana quedará liberada. La pobre está
sufriendo tanto... Mírala... Vaya, qué desagradable. Parece que
ahora está vomitando... ―Claude se giró y vio a Kara arqueando su
espalda y expulsando chorros intermitentes de un líquido negro y
viscoso.
―¡Ya basta! ―y Claude clavó
los ojos en Asáliah. Durante un instante, sus ojos castaños
brillaron con más fuerza que los verdes de Asáliah. Apartó el
brazo alzado de ella, y a ella misma de su camino.
―No permitas que la criatura te
engañe de nuevo, Claude. Estás cayendo en su trampa y en sus
provocaciones otra vez.
―¡Deja de intentar detenerme
de una vez! Esta noche ―contestó el vigilante― me bañaré con
la sangre de esa bestia por mi hermana, Asáliah.
Claude no dudó, no titubeó, ni
dejó que la advertencia de Asáliah frenase su ímpetu. Su mano se
cerró sobre la empuñadura y mantuvo la espada en llamas en alto.
Pesaba poco, pero el mango era cálido, al principio, aunque poco a
poco su temperatura fue aumentando hasta que resultó imposible
soportar el calor sin gritar de dolor. Al sufrimiento de las
quemaduras que se formaban en su piel, pronto se unió el de los
pinchazos de un millar de espinas invisibles, clavándose y sangrando
la piel que se abría en carne viva. Claude quiso soltar la espada,
pero su mano estaba bajo el influjo del arma y no respondía a sus
órdenes. Contra su voluntad, mantenía los dedos firmemente cerrados
en torno al abrasador y espinoso mango.
―¡Sí! ―chilló la criatura
tan alto como fue capaz―. Dos humanos por el precio de uno. Esta
noche estoy en racha, Asáliah. Deberías aprender un poco y dejar de
ser tan pánfila, emplumada.
Asáliah no le prestó atención
al ser y fue al auxilio de Claude, que había caído de rodillas y se
retorcía de dolor sin poder soltar la espada. Aterrado, observó que
una sustancia negra empezaba a subirle por las venas de su brazo
hasta el hombro, dibujando una multitud de líneas oscuras bajo su
piel.
―¡Ayúdame, Asáliah! ¡Haz
que pare, por favor! ¡Duele...! ¡Por lo que más quieras, haz algo,
joder! ¡Ayúdame! ¡Ayúdanos!
El corazón del ángel se encogió
hasta que la pena y la compasión cerraron su garganta en un nudo y
las lágrimas de impotencia del ángel empezaron a brotar. Aunque lo
desease, el Orden prohibía inmiscuirse en las decisiones que tomaban
libremente los humanos.
―No... No puedo, Claude. Te
advertí de que no...
Pero Claude era incapaz de
prestar atención. El dolor ensordecía sus oídos, y nublaba su
vista. No pudo ver cómo la criatura se acercaba a su hermana. Kara,
rendida, yacía boca arriba en la tierra, respirando a borbollones a
causa de los restos de vómito en su boca.
―Todo acabará pronto, Claude
―aconsejó Asáliah―. Resiste. Tu hermana está a punto de
aceptar a su ángel.
Aquella frase sí que pudo
escucharla Claude. Y gritó. Chilló como una bestia orgullosa,
dolida y despiadada. Acumuló la fuerza que le restaba en cada una de
sus extremidades y consiguió ponerse de pie. Ignoró las llamas que
derretían la piel de su mano, obvió el pútrido veneno que ya subía
por las vías de su cuello y llegaba a su cerebro, y aclaró su vista
y oído combinando su rabia con las ganas de matar al ser. Rugió,
como un león desatado, y se abalanzó con el brazo en llamas al
ataque. La criatura lo vio acercarse, y lo único que pudo hacer fue
despedirse con una mano y sonreír socarronamente. Claude alzó la
espada y dirigió el tajo contra el cráneo del monstruo. Para su
sorpresa, la hoja no encontró resistencia en la caída y se clavó
directamente en el suelo, cayendo Claude de bruces, desequilibrado
por la acometida improvisada y desordenada que había realizado. La
criatura había desaparecido de buenas a primeras al convertirse
finalmente en el ángel guardián de Kara. Una vez superada la
asimilación, desde la distancia, Asáliah observó cómo la chica,
por fin, mostraba un aspecto saludable y recuperaba la conciencia.
Mientras tanto, con la vista empañada y el juicio distorsionado por
el dolor, Claude miró alrededor y no encontró a su presa. Solo vio
la silueta de su hermana, aproximándose a él a rastras.
―¡Claude! ¡Por favor, Claude!
¡Suelta esa jodida espada de una vez! ¿Te está destrozando,
Claude, por el Alto! ¡Suéltala! ¡Asáliah, ayúdame, por favor!
―No se puede hacer nada, Kara.
Él ha elegido su propio destino.
―¿¡Pero qué dices!? ¡Esa
cosa lo está matando! ¡No, Claude, por qué...!
El vigilante rodó por el suelo y
se quedó tumbado de espaldas. Las fuerzas ya no eran suficientes
para recuperar la verticalidad. La energía que le quedaba solo podía
emplearse para aprovechar los últimos instantes de vida. Su hermana
acudió hasta él y trató de quitarle la espada, pero recordó justo
a tiempo que si la tocaba, le sucedería lo mismo. Alzó la mirada, y
Asáliah la vigilaba mientras la chica tomaba sus propias decisiones.
El ángel no iba a mover un solo dedo, a pesar de que las lágrimas
que caían por su delicado rostro demostraban que ansiaba acabar con
el padecimiento de Claude. Pero las reglas del Orden son tan claras
como contundentes, y se lo prohibían tajantemente. Claude dedicó
sus últimos momentos de vida en contemplar el bonito rostro de su
hermana, sobre el suyo. Las lágrimas de Kara cayeron sobre Claude,
cuyo rostro ya comenzaba a dibujarse con líneas oscuras que se
ramificaban por doquier. Claude se consoló pensando que, al menos,
desaparecería sabiendo que su hermana se encontraba bien, a pesar de
que ahora tenía un ángel guía oscuro. Con gran esfuerzo, trató de
decir “te quiero, hermanita”, pero se detuvo a medio camino. No
quería entristecerla más...
Justo entonces, al moribundo
Claude se le ocurrió cómo salvar a su hermana. De pronto, acercó
su boca al oído de la chica.
―Cuando muera... ―pronunció
Claude con voz débil―, ¿sentirás pena?
Kara lo miró con incomprensión
y nuevas lágrimas brotaron con abundancia de sus ojos. Todavía no
se había dado cuenta de que Claude había empezado a clavarse a sí
mismo la espada, introduciéndola cada vez más en su propio costado.
Las llamas del metal hervían la sangre que salía de la herida
abierta y creciente. La muchacha, cuando se percató de ello, se
alejó de un salto.
―No cometas el mismo error otra
vez ―aconsejó Claude a su hermana, paralizada por la impresión―.
Besa a Asáliah esta vez ―y el vigilante hundió la espada hasta la
empuñadura, expulsando por la boca lo poco de vida que le quedaba.
―¡No!―chilló Kara, que cayó
de rodillas tras haber contemplado el suicidio de su hermano.
La pena la embargó por completo,
y el plan de Claude empezó a ponerse en marcha. La criatura
guardiana de la joven se vio desbordada por el triste sentimiento y
volvió a materializarse ante ella, con sus alas de piel rasgadas por
la tristeza y el cuerpo gris lacerado por el llanto sentido de la
joven.
―¿Qué me has hecho, zorra?
―se quejó la criatura, vomitando su sangre negra.
Esta vez, la pena por la muerte
de Claude había malherido al ángel guardián de Kara, y la chica
volvía a estar desamparada y sin ángel de la guardia. Asáliah
aprovechó la ocasión y se acercó a la joven con un nuevo y
poderoso aleteo que la hizo a aterrizar al lado de ella.
―Bésame si quieres acabar con
esto de una vez por todas, Kara.
La chica se tragó sus propias
lágrimas, y estampó sus labios trémulos en los de Asáliah,
quedando completa su unión divina para siempre. El ser de las
Profundidades, agónico, apenas pudo arrastrase por la tierra antes
de desaparecer del todo, mientras observaba asqueado cómo la
muchacha y el ángel femenino se besaban con pasión. El beso se
prolongó durante lo que pudo ser una eternidad, y la joven dejó que
cayera sobre ella el cálido y purificador toque divino del ángel
femenino, que la limpiaba de toda impureza y mácula. A partir de ese
momento, su ángel sería sagrado.
El cuerpo de Claude, desde el
suelo, se enfriaba a medida que perdía sangre.
El beso llegó a su fin, y mujer
y ángel se miraron a los ojos. Los de Kara pronto oscurecieron su
expresión y cedieron al dolor de la pérdida.
―Mi pobre hermano...
―Llorarás su muerte por la
mañana, Kara Robbinson. Olvidarás todo lo sucedido esta noche, pero
alguien encontrará el cadáver de Claude en algún momento. Pasarás
no pocas noches en vela cuestionándote por su misteriosa muerte,
pero ten muy presente que las Alturas siempre te ayudaremos a salir
adelante, Kara. Nunca más volverás a estar sola.
―Dio la vida por mí,
Asáliah...
―Soy consciente de ello, Kara.
Lo presencié todo con mis propios ojos. Ten por seguro que su
sacrificio no pasará desapercibido para las Alturas. Acudiré en su
busca al otro lado, Kara. Te lo prometo. Lo protegeré y lo traeré
de vuelta a la luz. Kara Robbinson, tu desamparo ha llegado a su fin.
Vuelve a casa, descansa y olvida. Mañana, lamenta la muerte de tu
hermano, y yo velaré por su alma en el otro lado ―le dijo Asáliah,
antes de desaparecer delante de ella.
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