Kara Robbinson
“Querido diario:
Mi terapeuta insiste en que escribir un diario me ayudará a superar
la muerte de Claude. La verdad es que tener que escribir cada noche
cómo me siento y qué he hecho durante el día me parece un coñazo,
pero el psicólogo no deja de recomendarme que será bueno para mí.
Según él, de esta manera exteriorizaré mis sentimientos y podré
verlos desde fuera y analizarlos y abordarlos mejor. En fin, cosas de
loqueros, supongo.
En cualquier caso, funcione o no esto del diario, voy a intentarlo, a
ver qué tal. Así que allá voy.
Supongo que debería ponerme a contar todo lo que he hecho hoy, pero
lo cierto es que apenas he hecho nada. Por la mañana, tenía que
madrugar para ir a clase, pero me vi incapaz de levantarme de la
cama. Había tenido un sueño maravilloso en el que volvía a abrazar
a mi hermano, y en el fondo tenía la esperanza de que si me volvía
dormir volvería a retomar el sueño justo donde lo había dejado. No
fue así. Lo único que hice fue dar vueltas en la cama como una
tonta hasta que me sentí mal conmigo misma por no levantarme. Para
cuando logré sentarme en el borde de la cama, me quedé en plan
zombi mirando al suelo y pensando si ir o no a las clases que
quedaban a esa hora. Al final, decidí vestirme e ir a la facultad.
No sé ni para qué me molesté. La gente hablaba conmigo y lo que
decían era incomprensible para mí, los profesores daban sus charlas
insulsas, e incluso algunos me decían, después de clase, que habían
visto lo de la extraña muerte de mi hermano en las noticias y
procedían luego a darme el pésame. Yo simplemente asentía y me iba
para otro lado. Todo me daba igual y contemplaba mi alrededor como
una película aburrida que se proyectase delante de mis ojos.
Después de almorzar, me pasé por casa de mis padres. Tan pronto
crucé el umbral de la puerta, el cargado ambiente del luto familiar
me sacudió en la cara. La casa estaba oscura y en silencio, y mis
padres veían la tele juntos en el salón, sin prestarle la más
mínima atención. Me senté un rato con ellos y compartí el
silencio. Al rato, me di cuenta de que había algunos álbumes de
fotos familiares en la mesilla.
No soporté mucho rato estar en
casa de mis padres, así que, tan pronto me aseguré de que se
encontraba todo lo bien que les era posible, regresé a mi piso para
hundirme en mi propia pena. Y así ha pasado toda la tarde y la
noche. Conmigo encerrada, rememorando y llorando.
Echo mucho de menos a Claude. Han pasado tres semanas y todavía no
sé quién lo mató de ese modo tan horrible ni por qué. Y eso hace
que todo sea más duro. Ojalá la policía encuentre al que lo hizo.
De momento, no han dicho gran cosa y solo se limitan a repetir que la
investigación está abierta cada vez que les pregunto. Aún no nos
han devuelto el móvil de Claude, ni el mío, que encontraron en el
parque no muy lejos de su cadáver. No entiendo cómo terminó mi
móvil allí. No recuerdo haberlo perdido. Creía que lo llevaba en el bolso cuando volví a
casa después de que Marcos rompiera conmigo. Que esa es otra...
Todo es muy raro, y todo ha sido muy repentino. Espero que esta
chorrada del diario sirva para algo.
En fin, hasta mañana, diario.
Kara”
Claude Robbinson
―Claude, ¿puedes
escucharme...? ¿Puedes oírme?
―¡Sí! Puedo escucharte.
¡Puedo escucharte! ¿Qué está pasando aquí? ¿Dónde estoy? No
puedo ver nada y no me siento el cuerpo. Estoy como... entumecido por
completo. ¡Ayúdame!
―Calma, Claude. Todo va bien.
Dime, ¿reconoces mi voz?
―Sí... Me parece que sí...
As... ¡Asáliah! ¡Eres el ángel mujer que estaba con mi hermana!
―Es cierto, Claude. Me alegro
de que puedas recordarme.
―¿Qué ocurre, Asáliah? Te
oigo, pero no te veo. ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy?
―Claude, no puedes verme,
porque aún intentas ver con tus ojos, y ya no los posees.
―Asáliah, por favor, tengo
miedo. Todo está muy oscuro y no puedo moverme.
―Claude, escucha muy
atentamente. No puedes verme, porque no tienes ojos con los que ver.
No puedes moverte, porque no tienes cuerpo que mover. Has muerto,
Claude Robbinson.
―¿¡Qué!? ¡Pero qué dices!
Si estoy hablando contigo ahora.
―Te sacrificaste por tu
hermana, Claude. Y ahora tu espíritu, mancillado por el mal de la
espada que empuñaste, se encuentra en un plano intermedio, entre las
Alturas y las Profundidades. Eres uno de los que se descarrían,
Claude. Y, tal y como prometí a tu hermana, estoy a tu lado para
guiarte hacia la luz y purificar tu esencia.
―No, Asáliah, no. No me vengas
con más rollos de esos. Estoy aquí y estoy hablando contigo. Todo
esto es demasiado para mí. Sácame de aquí de una vez. ¡Ayúdame!
―Para eso estoy aquí, Claude
Robbinson, para ayudarte, aunque no será fácil, te lo advierto, y
el camino que nos espera será largo y repleto de obstáculos que
jamás imaginaste. ¿Estás dispuesto a ello, Claude?
―Sí, Asáliah. Por favor.
―Celebro tu determinación. En
tal caso, empieza por aceptar que tú, Claude Robbinson, estás
muerto.
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