Kara sentía aquellos pestilentes
labios rugosos frotándose contra su piel. Aquel ser retorcía su
boca contra la de ella, como si el acto fuese una macabra rúbrica
que sellase su vínculo impío. Ella apretó firmemente los labios
cuando notó el empuje de la cálida y viscosa lengua, tratando de
entrar en su boca. La chica se resistió con éxito e impidió que la
lengua llegase más lejos. Con todas sus fuerzas, golpeó con sus
puños en el pecho esquelético de la criatura en la que se había
convertido Elémiah, pero no consiguió liberarse de su abrazo. Al
atónito Claude se le revolvieron las tripas cuando vio que su
hermana ansiaba zafarse, pero no podía a causa de los brazos y las
alas de la criatura, que la rodeaban. Le repugnó hasta casi el punto
del vómito contemplar cómo aquel ser espeluznante, de aspecto de
gárgola con alas de piel, sometía a Kara a un beso forzado.
―¡Suéltala! ―chilló
Claude, justo antes de abalanzarse contra el cuerpo gris y huesudo
del extraño ser.
Arremetió con un duro golpe de
hombro, y, cuando tuvo a la criatura en el suelo, desenfundó la
porra que llevaba a la cintura y la alzó todo lo alto que pudo para
disponerse a asestar un contundente golpe en la testa de su
adversario. El monstruo bufó como una alimaña salvaje, enseñando
sus hileras de dientes apiñados y afilados, pero Claude no se dejó
intimidar y permitió que la porra cayera con todo el impulso de sus
brazos sobre la frente de la criatura. El golpe aterrizó justo
encima de su ojo derecho y abrió una profunda brecha de la que
comenzó a manar sangre negra. El líquido denso y pegajoso salpicó
por todas partes cuando Claude levantó de nuevo el arma para
propinar un segundo golpe. Estaba dispuesto a triturar la cabeza de
aquel ser que había ultrajado a Kara. Poco le importaba que se
tratase de un auténtico emisario de las Profundidades del
inframundo. Pagaría con dolor y sangre cada instante de sufrimiento
de Kara, que se había apartado a un lado del combate y no dejaba de
toser y de escupir para librarse del sabor a podrido de su boca,
mientras limpiaba las tibias babas de sus labios.
La criatura sonreía mientras la
sangre discurría por las callosidades de su cara. Lo había logrado,
había conseguido robar el beso de Kara. Poco le importaba ya que
aquel humano que tenía encima hubiese tenido la osadía de atacarle.
Sin embargo, no toleraría ni un solo golpe más, de modo que la
criatura se revolvió en el suelo agitando sus poderosas alas y
Claude salió despedido por los aires hasta caer cerca de Asáliah.
La caída contra el suelo fue brusca y seca, tanto que obligó a
Claude a expulsar de golpe todo el aire de sus pulmones. El dolor que
padeció fue tan breve como soportable, y pronto el vigilante ya
estaba de rodillas para ponerse de pie y atacar de nuevo al monstruo
de alas de murciélago, que lo esperaba con los brazos abiertos en
actitud desafiante. Claude apretó los dientes, recogió la porra y
se dispuso a lanzarse de nuevo al ataque, pero Asáliah se colocó en
medio y no dejó que siguiera corriendo.
―No malgastes tus fuerzas,
Claude Robbinson ―le recomendó Asáliah―. Ya no podemos hacer
nada por Kara. Las Profundidades han ganado, se han hecho con ella
utilizando sus artimañas y engaños. No podemos hacer nada ya para
rectificar.
Claude se quedó mirando a
Asáliah, con sus ojos inyectados de sangre, lágrimas e ira.
Desconcertado, prefirió ignorar por completo las enigmáticas
palabras de Asáliah, y tampoco se sintió aludido por las
provocaciones del monstruo alado, que no dejaba de proferir
obscenidades sobre el beso de Kara. En su lugar, Claude decidió
acudir al lado de su hermana, que no dejaba de sollozar de rodillas
al borde del sendero de tierra. Se arrodilló junto a ella y levantó
su mirada colocando su mano suavemente bajo la barbilla de la chica.
La pobre desdichada tenía los labios manchados de negro, y la mirada
perdida y empañada. Sollozaba sin control al tiempo que miraba de un
lado a otro sin encontrar a su hermano. Parecía que era incapaz de
ver. Claude la estrechó fuertemente entre sus brazos, pero la
muchacha rehuyó asustada y, a tientas, se alejó de él. Kara
pensaba que se trataba de la criatura dispuesta a darle un nuevo y
aterrador beso.
―Pero qué te ha hecho ese
monstruo, hermanita...
El vigilante cogió aire con
bocanadas entrecortadas, a causa de sus intensas emociones a flor de
piel, y llenó los pulmones que contenían a un corazón que latía
rojo y encendido por la sed absoluta de venganza. Claude se dio media
vuelta y contempló al monstruo. Apretó fuertemente la porra hasta
que chirrió la piel contra el mango. Apuntó con la punta a su
objetivo.
―¿¡Qué le has hecho,
monstruo!?
Pero el ser no respondió.
Solamente rio y empezó a dar saltitos en círculos alrededor del
mismo sitio. Claude arrugó la naríz y llevó la mirada al ángel
femenino, que se acercaba ya a el vigilante. Durante un segundo, a
Claude se le pasó por la cabeza sacarle las respuestas a Asáliah a
base de porrazos, pero sus ganas de atacarla desaparecieron cuando la
mujer alada colocó su regenerada mano izquierda sobre el hombro de
Claude.
―Todo ha acabado, Claude
Robbinson. La misión ha llegado a su fin y las heridas recibidas se
han curado ―el ángel femenino volvía a lucir ambos brazos
intactos―. Esta vez, las Profundidades ganan.
―¡Me da igual lo que me digas!
Mi hermana... Está mal... Creo que esa cosa la ha dejado ciega y
está aterrorizada. Tiene que haber algo que...
―Kara Robbinson está bien,
Claude. Su vida no peligra ―Asáliah la vio, sentada en el suelo,
con el pecho acelerado por el terror y la vista perdida y errática―.
Lamento verla en ese estado tanto como tú, pero tan solo es parte
del proceso natural de aceptación del ángel tenebroso de la guarda.
Su espíritu se está adaptando a él ―y Asáliah miró al ser de
alas siniestro y danzante, el nuevo ángel de Kara.
―¿Esa criatura de ahí será
el ángel de mi hermanita?
El silencio de Asáliah respondió
afirmativamente a su pregunta.
―¡¿Pero por qué...?! ¿Es
por el beso? ¿Es por ese puto beso, verdad? ¡Y tú por qué rayos
no hiciste nada para evitarlo! ¿No se supone que tú sí que eres de
los buenos? ¡Tú estabas aquí para evitarlo! ¿Por qué no lo
evitaste? ¿!Por qué dejaste que mi hermana besara a ese ángel de
mentira!?
―Tu hermana pudo haberme besado
a mí antes y acabar con esto, Claude, pero prefirió esperar.
Desconfió, como muchos de los tuyos en su misma situación.
Desafortunadamente, las dudas de Kara propinaron la oportunidad
perfecta para el enviado de las Profundidades.
―Espera un segundo... ¡Él me
contó que tú eras una rebelde! ¡Que la querías para concebir al
líder de tu bando rebelde!
―Te engañó, Claude. Ese ángel
que te acompañó jamás fue Elémiah. Solo era una fachada
traicionera a la que se le sumó una burda mentira sobre un falso
elegido.
―No, por favor, no... ―Claude,
abatido, se llevó ambas manos al rostro―. ¿Por qué nos pasa
esto? ¿Por qué a mi hermana? ¿Por qué a ella?
―Porque la pena mató a su
ángel de la guarda.
―¿Qué? ¿Pero de qué hostias
estás hablando ahora?
―La pena que en el día de hoy
ha inundado a tu hermana mató a su ángel de la guarda, Claude
Robbinson. Ella se encontraba desamparada, sin protector, y las
Alturas y las Profundidades nos disputamos el derecho de ser el nuevo
ángel guía de los humanos desamparados. Tu hermana necesitaba un
remplazo. Ahora, como ves, ya tiene uno nuevo. Lamentablemente, lejos
de protegerla, lo que hará su nuevo ángel será inclinarla hacia el
mal y la perversión.
―¿Y esperas que me creas todo
esa basura? ¡Mi hermana está sufriendo! ¡Haz algo!
―Tan solo pretendo evitar que
ese ser de ahí te haga daño. Si vuelves a atacarlo, no dudará en
acabar contigo. Lo hecho, hecho está, Claude. No hay vuelta atrás.
Cuando tu hermana termine de asimilar a su ángel, volveréis a
vuestros hogares y nosotros desaparecemos de este plano de existencia
y de vuestro recuerdo. Para siempre.
El hermano de Kara se negaba a
resignarse. Mientras tanto, la criatura seguía allí, realizando su
ridícula danza de la victoria con saltitos infantiles y gruñidos
salvajes. Se pavoneaba ante ellos, a escasos metros de distancia,
mientras Kara lloraba con sus ojos cegados e intentaba pedir auxilio
sin conseguir que las palabras saliesen de su boca. Al contrario que
Asáliah, Claude había decidido no quedarse de brazos de cruzados. A
pesar de la innegable fuerza sobrehumana de la criatura, su cuerpo
era delgado y su piel era fina y fácil de herir. Claude giró
rápidamente la cabeza y buscó el objeto que necesitaba con la
mirada. No tardó en localizarlo: la espada llameante seguía tirada
en el suelo.
―Será mejor que te apartes de
mi camino, ángel ―advirtió Claude a Asáliah―. Voy a salvar a
mi hermana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario