jueves, 9 de enero de 2014

Zona en obras (Octava parte)

Kara sentía aquellos pestilentes labios rugosos frotándose contra su piel. Aquel ser retorcía su boca contra la de ella, como si el acto fuese una macabra rúbrica que sellase su vínculo impío. Ella apretó firmemente los labios cuando notó el empuje de la cálida y viscosa lengua, tratando de entrar en su boca. La chica se resistió con éxito e impidió que la lengua llegase más lejos. Con todas sus fuerzas, golpeó con sus puños en el pecho esquelético de la criatura en la que se había convertido Elémiah, pero no consiguió liberarse de su abrazo. Al atónito Claude se le revolvieron las tripas cuando vio que su hermana ansiaba zafarse, pero no podía a causa de los brazos y las alas de la criatura, que la rodeaban. Le repugnó hasta casi el punto del vómito contemplar cómo aquel ser espeluznante, de aspecto de gárgola con alas de piel, sometía a Kara a un beso forzado.


¡Suéltala! ―chilló Claude, justo antes de abalanzarse contra el cuerpo gris y huesudo del extraño ser.



Arremetió con un duro golpe de hombro, y, cuando tuvo a la criatura en el suelo, desenfundó la porra que llevaba a la cintura y la alzó todo lo alto que pudo para disponerse a asestar un contundente golpe en la testa de su adversario. El monstruo bufó como una alimaña salvaje, enseñando sus hileras de dientes apiñados y afilados, pero Claude no se dejó intimidar y permitió que la porra cayera con todo el impulso de sus brazos sobre la frente de la criatura. El golpe aterrizó justo encima de su ojo derecho y abrió una profunda brecha de la que comenzó a manar sangre negra. El líquido denso y pegajoso salpicó por todas partes cuando Claude levantó de nuevo el arma para propinar un segundo golpe. Estaba dispuesto a triturar la cabeza de aquel ser que había ultrajado a Kara. Poco le importaba que se tratase de un auténtico emisario de las Profundidades del inframundo. Pagaría con dolor y sangre cada instante de sufrimiento de Kara, que se había apartado a un lado del combate y no dejaba de toser y de escupir para librarse del sabor a podrido de su boca, mientras limpiaba las tibias babas de sus labios.



La criatura sonreía mientras la sangre discurría por las callosidades de su cara. Lo había logrado, había conseguido robar el beso de Kara. Poco le importaba ya que aquel humano que tenía encima hubiese tenido la osadía de atacarle. Sin embargo, no toleraría ni un solo golpe más, de modo que la criatura se revolvió en el suelo agitando sus poderosas alas y Claude salió despedido por los aires hasta caer cerca de Asáliah. La caída contra el suelo fue brusca y seca, tanto que obligó a Claude a expulsar de golpe todo el aire de sus pulmones. El dolor que padeció fue tan breve como soportable, y pronto el vigilante ya estaba de rodillas para ponerse de pie y atacar de nuevo al monstruo de alas de murciélago, que lo esperaba con los brazos abiertos en actitud desafiante. Claude apretó los dientes, recogió la porra y se dispuso a lanzarse de nuevo al ataque, pero Asáliah se colocó en medio y no dejó que siguiera corriendo.



No malgastes tus fuerzas, Claude Robbinson ―le recomendó Asáliah―. Ya no podemos hacer nada por Kara. Las Profundidades han ganado, se han hecho con ella utilizando sus artimañas y engaños. No podemos hacer nada ya para rectificar.



Claude se quedó mirando a Asáliah, con sus ojos inyectados de sangre, lágrimas e ira. Desconcertado, prefirió ignorar por completo las enigmáticas palabras de Asáliah, y tampoco se sintió aludido por las provocaciones del monstruo alado, que no dejaba de proferir obscenidades sobre el beso de Kara. En su lugar, Claude decidió acudir al lado de su hermana, que no dejaba de sollozar de rodillas al borde del sendero de tierra. Se arrodilló junto a ella y levantó su mirada colocando su mano suavemente bajo la barbilla de la chica. La pobre desdichada tenía los labios manchados de negro, y la mirada perdida y empañada. Sollozaba sin control al tiempo que miraba de un lado a otro sin encontrar a su hermano. Parecía que era incapaz de ver. Claude la estrechó fuertemente entre sus brazos, pero la muchacha rehuyó asustada y, a tientas, se alejó de él. Kara pensaba que se trataba de la criatura dispuesta a darle un nuevo y aterrador beso.



Pero qué te ha hecho ese monstruo, hermanita...



El vigilante cogió aire con bocanadas entrecortadas, a causa de sus intensas emociones a flor de piel, y llenó los pulmones que contenían a un corazón que latía rojo y encendido por la sed absoluta de venganza. Claude se dio media vuelta y contempló al monstruo. Apretó fuertemente la porra hasta que chirrió la piel contra el mango. Apuntó con la punta a su objetivo.



¿¡Qué le has hecho, monstruo!?



Pero el ser no respondió. Solamente rio y empezó a dar saltitos en círculos alrededor del mismo sitio. Claude arrugó la naríz y llevó la mirada al ángel femenino, que se acercaba ya a el vigilante. Durante un segundo, a Claude se le pasó por la cabeza sacarle las respuestas a Asáliah a base de porrazos, pero sus ganas de atacarla desaparecieron cuando la mujer alada colocó su regenerada mano izquierda sobre el hombro de Claude.



Todo ha acabado, Claude Robbinson. La misión ha llegado a su fin y las heridas recibidas se han curado ―el ángel femenino volvía a lucir ambos brazos intactos―. Esta vez, las Profundidades ganan.



¡Me da igual lo que me digas! Mi hermana... Está mal... Creo que esa cosa la ha dejado ciega y está aterrorizada. Tiene que haber algo que...



Kara Robbinson está bien, Claude. Su vida no peligra ―Asáliah la vio, sentada en el suelo, con el pecho acelerado por el terror y la vista perdida y errática―. Lamento verla en ese estado tanto como tú, pero tan solo es parte del proceso natural de aceptación del ángel tenebroso de la guarda. Su espíritu se está adaptando a él ―y Asáliah miró al ser de alas siniestro y danzante, el nuevo ángel de Kara.



¿Esa criatura de ahí será el ángel de mi hermanita?



El silencio de Asáliah respondió afirmativamente a su pregunta.



¡¿Pero por qué...?! ¿Es por el beso? ¿Es por ese puto beso, verdad? ¡Y tú por qué rayos no hiciste nada para evitarlo! ¿No se supone que tú sí que eres de los buenos? ¡Tú estabas aquí para evitarlo! ¿Por qué no lo evitaste? ¿!Por qué dejaste que mi hermana besara a ese ángel de mentira!?



Tu hermana pudo haberme besado a mí antes y acabar con esto, Claude, pero prefirió esperar. Desconfió, como muchos de los tuyos en su misma situación. Desafortunadamente, las dudas de Kara propinaron la oportunidad perfecta para el enviado de las Profundidades.



Espera un segundo... ¡Él me contó que tú eras una rebelde! ¡Que la querías para concebir al líder de tu bando rebelde!



Te engañó, Claude. Ese ángel que te acompañó jamás fue Elémiah. Solo era una fachada traicionera a la que se le sumó una burda mentira sobre un falso elegido.



No, por favor, no... ―Claude, abatido, se llevó ambas manos al rostro―. ¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué a mi hermana? ¿Por qué a ella?



Porque la pena mató a su ángel de la guarda.



¿Qué? ¿Pero de qué hostias estás hablando ahora?



La pena que en el día de hoy ha inundado a tu hermana mató a su ángel de la guarda, Claude Robbinson. Ella se encontraba desamparada, sin protector, y las Alturas y las Profundidades nos disputamos el derecho de ser el nuevo ángel guía de los humanos desamparados. Tu hermana necesitaba un remplazo. Ahora, como ves, ya tiene uno nuevo. Lamentablemente, lejos de protegerla, lo que hará su nuevo ángel será inclinarla hacia el mal y la perversión.



¿Y esperas que me creas todo esa basura? ¡Mi hermana está sufriendo! ¡Haz algo!



Tan solo pretendo evitar que ese ser de ahí te haga daño. Si vuelves a atacarlo, no dudará en acabar contigo. Lo hecho, hecho está, Claude. No hay vuelta atrás. Cuando tu hermana termine de asimilar a su ángel, volveréis a vuestros hogares y nosotros desaparecemos de este plano de existencia y de vuestro recuerdo. Para siempre.



El hermano de Kara se negaba a resignarse. Mientras tanto, la criatura seguía allí, realizando su ridícula danza de la victoria con saltitos infantiles y gruñidos salvajes. Se pavoneaba ante ellos, a escasos metros de distancia, mientras Kara lloraba con sus ojos cegados e intentaba pedir auxilio sin conseguir que las palabras saliesen de su boca. Al contrario que Asáliah, Claude había decidido no quedarse de brazos de cruzados. A pesar de la innegable fuerza sobrehumana de la criatura, su cuerpo era delgado y su piel era fina y fácil de herir. Claude giró rápidamente la cabeza y buscó el objeto que necesitaba con la mirada. No tardó en localizarlo: la espada llameante seguía tirada en el suelo.



Será mejor que te apartes de mi camino, ángel ―advirtió Claude a Asáliah―. Voy a salvar a mi hermana.

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