jueves, 28 de noviembre de 2013

Historia del Pecha Kucha Night: De regalo

[Esta historia la relaté en el evento Pecha Kucha Night]

Aquella mañana, Leo se levantó de la cama, dispuesto a afrontar un nuevo día. Pero sin querer, se tropezó y su corazón se cayó al suelo. “¿Cómo es posible?”, se preguntó. “Mi corazón se ha roto. Anoche estaba bien y hoy de pronto está hecho pedazos. ¿Qué voy a hacer ahora con él? Nadie querrá un corazón que está roto”, pensó, preocupado.

 
Meditó durante un rato, hasta que al final tomó una decisión: lo mejor sería regalar su corazón agrietado a la primera persona que se interesase por él. Con esta idea en mente, Leo salió de su casa, montó un puesto con algunos tablones de madera y expuso su corazón en el mostrador en busca de alguien que se conformase con él.

 
La gente iba y venía delante del puesto de Leo, pero nadie reparaba ni en él ni en su corazón, que se desmenuzaba cada vez más con cada débil latido. Un día, una chica pasó por allí. No era la primera que pasaba por el lugar, pero a Leo le llamaron la atención sus andares seguros y su mirada, con ciertos aires de tristeza escondidos tras una media melena.

 
“¿Es verdad que estás regalando tu corazón?”, preguntó ella después de leer el letrero del puesto. Leo asintió con la cabeza, incapaz de pronunciar palabra alguna delante de ella. “¿Y no te parece un poco... ridículo?”. Leo no supo cómo reaccionar a aquel comentario. “Solo quiero dárselo a alguien”, acertó a decir. “Pues yo creo que esta no es la mejor manera de entregarlo”, dijo ella, sin dudarlo.

 Leo se sintió desconcertado. Al fin y al cabo, se trataba de su propio corazón y debería poder hacer lo que quisiera con él. La chica se dio cuenta de que Leo la miraba con gesto de incomprensión. “Ven conmigo”, le propuso ella, y lo cogió de la mano. “Este no es un buen lugar para explicártelo”. A Leo le daba miedo dejar atrás su corazón desatendido. Pero no pudo hacer nada para impedirlo y tuvo que acompañar a la muchacha.

 
“Me llamo Ana”, le dijo mientras tomaban una bebida caliente. Fue entonces cuando ella le confesó que a ella también se le había roto el corazón hace tiempo. Contó que ella había salido adelante reuniendo los pedacitos de su corazón y pegándolos con más fuerza que antes para, más adelante, entregárselo a alguien especial, y no a cualquiera.

 
La tarde pasó deprisa, y cuando Leo quiso darse cuenta, ya se estaba despidiendo de Ana, con el incierto deseo de querer pasar más tiempo con ella. Ella levantó la mano para despedirse y esbozó una media sonrisa, con la esperanza de que aquel chico supiese entregar su corazón a quien verdaderamente se lo mereciese.

 
Cuando Leo llegó a su puesto, vio para su sorpresa que su corazón roto no estaba sobre el mostrador. Miró debajo del puesto, buscó en los alrededores de la calle, e incluso rebuscó en su casa y la dejó patas arriba. Pero no encontró ni rastro de su corazón malherido. Fue entonces cuando meditó durante unos segundos y se dio cuenta de lo que en realidad había pasado. Aquella chica, llamada Ana, se lo había robado.


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