jueves, 21 de noviembre de 2013

Zona en obras (Primera parte)

¿Has oído ese ruido? ―preguntó Claude, acercándose el walkie-talkie a la boca, cuando ya iba por la mitad de su ronda nocturna en la zona en obras.

¿Cómo quieres que lo oiga si estoy en la otra punta del solar, Claude? ―respondió su compañero, con desgana.



Es que ha sido un golpe tremendo, David... Como el de un montón de bloques que caen al suelo. ¿Seguro que no has oído nada?



No, Claude, no he oído nada. Pero se me ocurre una cosa: ¿por qué no vas y chequeas la zona de donde vino el ruido? Creo que a los vigilantes nocturnos nos pagan por hacer cosas como esa...



El tono sarcástico de su compañero no llegó a molestar a Claude. Este estaba demasiado ocupado tratando de domar el terror que hacía temblar la linterna en su mano. Se llevó la otra mano a la porra que tenía a la cintura, por si en algún momento algún intruso se cruzaba en su camino. Sin embargo, tuvo que organizar los acelerados pensamientos de su cabeza para calmarse un poco y ganar algo de control sobre sus temblorosas articulaciones. Necesitaba estar sereno, por si tenía que reaccionar rápidamente ante algún imprevisto.



El rascacielos estaba a medio construir. Todavía asomaba su esqueleto de vigas de metal por las paredes de hormigón a medio terminar. Hasta ese momento, Claude había estado haciendo su ronda por los alrededores de la construcción, paseando despacio entre pilas de bloques de cemento, montañas de grava cubiertas por lonas de plástico, pesados sacos de cemento a medio usar y tuberías amontonadas una encima de otra.



¿Has visto algo raro? ―interrumpió de repente David, por el walkie.



No, aún no ―contestó Claude, en voz baja.



¿Por qué rayos susurras? ―se quejó, su compañero―. Seguramente será un vagabundo que se ha colado para pasar la noche. Con un par de gritos, seguro que lo arreglas.



No lo creo, David. Me parece que por aquí pasa algo diferente ―comentó Claude, después de haber iluminado una de las paredes del edificio en construcción. La pared en cuestión ya no estaba, acababa de ser derribada y la nube de polvo todavía estaba siendo disipada por la brisa de la noche―. Una de las paredes de la planta baja del edificio se ha caído. Ven aquí, David. Me parece que puede haber más de un intruso.



Recibido ―contestó David, que también había empezado a susurrar―. Acércate y vigila. No hagas nada hasta que llegue.



De acuerdo― afirmó Claude, que se escondió detrás de la pared de plástico de uno de los aseos portátiles que usaban los obreros.



Desde allí fuera, se asomó disimuladamente y miró hacia el lugar donde estaba el muro derruido. Un montón humeante de escombros se apilaba justo a los pies de los pedazos que habían resistido en pie. Claude mantuvo la mirada y vio que el aire formaba remolinos con el polvo que aún no se había asentado. Pero, lo que en realidad llamó su atención, fueron las plumas blancas que empezaron a aparecer flotando.



Claude se acercó el walkie a la boca para informar de ello a su compañero, pero finalmente decidió guardar silencio. No le pareció un detalle tan importante como para compartirlo. Aun así, aquel hecho despertó su curiosidad y decidió acercarse un poco más. A hurtadillas, fue corriendo hasta la base de hormigón del edificio y se escondió al lado de las escaleras de subida hasta la planta baja. Muy despacio, fue asomándose hasta que pudo ver dentro del edificio. Entre el montón de piedras del suelo, pudo distinguir un conjunto de plumas que sobresalía. “Puñeteras palomas”, pensó Claude. “¿De qué manera están haciendo este edificio que unas cuantas palomas tiran un puñetero tabique?”, reflexionó, liberado del miedo de una vez por todas. Aliviado tras el descubrimiento, subió seguro la escalinata dispuesto a hacer el recuento de aves muertas.



Aquí, Claude ―informó por el comunicador―. No tengas prisa, David, solo eran unas jodidas palo...



Un brazo humano desnudo asomaba entre los escombros.



¿Palomas? ―preguntó David―. ¿Has dicho palomas?



Llama a una ambulancia y ven aquí deprisa ―informó Claude―. Tenemos a un herido en el desplome.



Recibido ―contestó David.



Claude se apresuró a ponerse de rodillas y empezar a apartar trozos de bloque de encima de aquel hombre sepultado. El tiempo apremiaba, pues era posible que el herido necesitara algún tipo de reanimación. A medida que apartaba escombros, Claude iba descubriendo ante sus ojos un fornido cuerpo masculino desnudo y recubierto del polvo del hormigón desmenuzado. “¿Qué rayos hace este tío desnudo debajo de todo esto”, pensó Claude, sin dejar de apartar pesados bloques de encima de aquel cuerpo magullado y ensangrentado. Claude también trató de apartar los montones de plumas de las palomas, pero cuando quiso quitar lo que creyó que era la primera, se dio cuenta de que pesaba más de lo esperado. Tiró con más fuerza, y se percató de que el resto de plumas del suelo acompañaron su tirón. Aquello no era ninguna paloma. Claude mantenía la mano en alto mientras sostenía ante sus ojos lo que parecía ser una enorme ala emplumada y sucia, que bajaba y se extendía hasta unirse a la espalda del hombre inconsciente.



Claude se acercó el walkie a la boca.



David..., no te vas a creer esto...

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