―¿Has oído ese ruido?
―preguntó Claude, acercándose el walkie-talkie a la boca, cuando
ya iba por la mitad de su ronda nocturna en la zona en obras.
―¿Cómo quieres que lo oiga si
estoy en la otra punta del solar, Claude? ―respondió su compañero,
con desgana.
―Es que ha sido un golpe
tremendo, David... Como el de un montón de bloques que caen al
suelo. ¿Seguro que no has oído nada?
―No, Claude, no he oído nada.
Pero se me ocurre una cosa: ¿por qué no vas y chequeas la zona de
donde vino el ruido? Creo que a los vigilantes nocturnos nos pagan
por hacer cosas como esa...
El tono sarcástico de su compañero
no llegó a molestar a Claude. Este estaba demasiado ocupado tratando
de domar el terror que hacía temblar la linterna en su mano. Se
llevó la otra mano a la porra que tenía a la cintura, por si en
algún momento algún intruso se cruzaba en su camino. Sin embargo,
tuvo que organizar los acelerados pensamientos de su cabeza para
calmarse un poco y ganar algo de control sobre sus temblorosas
articulaciones. Necesitaba estar sereno, por si tenía que reaccionar
rápidamente ante algún imprevisto.
El rascacielos estaba a medio
construir. Todavía asomaba su esqueleto de vigas de metal por las
paredes de hormigón a medio terminar. Hasta ese momento, Claude
había estado haciendo su ronda por los alrededores de la
construcción, paseando despacio entre pilas de bloques de cemento,
montañas de grava cubiertas por lonas de plástico, pesados sacos de
cemento a medio usar y tuberías amontonadas una encima de otra.
―¿Has visto algo raro?
―interrumpió de repente David, por el walkie.
―No, aún no ―contestó
Claude, en voz baja.
―¿Por qué rayos susurras? ―se
quejó, su compañero―. Seguramente será un vagabundo que se ha
colado para pasar la noche. Con un par de gritos, seguro que lo
arreglas.
―No lo creo, David. Me parece
que por aquí pasa algo diferente ―comentó Claude, después de
haber iluminado una de las paredes del edificio en construcción. La
pared en cuestión ya no estaba, acababa de ser derribada y la nube
de polvo todavía estaba siendo disipada por la brisa de la noche―.
Una de las paredes de la planta baja del edificio se ha caído. Ven
aquí, David. Me parece que puede haber más de un intruso.
―Recibido ―contestó David,
que también había empezado a susurrar―. Acércate y vigila. No
hagas nada hasta que llegue.
―De acuerdo― afirmó Claude,
que se escondió detrás de la pared de plástico de uno de los aseos
portátiles que usaban los obreros.
Desde allí fuera, se asomó
disimuladamente y miró hacia el lugar donde estaba el muro derruido.
Un montón humeante de escombros se apilaba justo a los pies de los
pedazos que habían resistido en pie. Claude mantuvo la mirada y vio
que el aire formaba remolinos con el polvo que aún no se había
asentado. Pero, lo que en realidad llamó su atención, fueron las
plumas blancas que empezaron a aparecer flotando.
Claude se acercó el walkie a la
boca para informar de ello a su compañero, pero finalmente decidió guardar
silencio. No le pareció un detalle tan importante como para
compartirlo. Aun así, aquel hecho despertó su curiosidad y decidió
acercarse un poco más. A hurtadillas, fue corriendo hasta la base de
hormigón del edificio y se escondió al lado de las escaleras de
subida hasta la planta baja. Muy despacio, fue asomándose hasta que
pudo ver dentro del edificio. Entre el montón de piedras del suelo,
pudo distinguir un conjunto de plumas que sobresalía. “Puñeteras
palomas”, pensó Claude. “¿De qué manera están haciendo este
edificio que unas cuantas palomas tiran un puñetero tabique?”,
reflexionó, liberado del miedo de una vez por todas. Aliviado tras
el descubrimiento, subió seguro la escalinata dispuesto a hacer el
recuento de aves muertas.
―Aquí, Claude ―informó por
el comunicador―. No tengas prisa, David, solo eran unas jodidas
palo...
Un brazo humano desnudo asomaba
entre los escombros.
―¿Palomas? ―preguntó
David―. ¿Has dicho palomas?
―Llama a una ambulancia y ven
aquí deprisa ―informó Claude―. Tenemos a un herido en el
desplome.
―Recibido ―contestó David.
Claude se apresuró a ponerse de
rodillas y empezar a apartar trozos de bloque de encima de aquel
hombre sepultado. El tiempo apremiaba, pues era posible que el herido
necesitara algún tipo de reanimación. A medida que apartaba
escombros, Claude iba descubriendo ante sus ojos un fornido cuerpo
masculino desnudo y recubierto del polvo del hormigón desmenuzado.
“¿Qué rayos hace este tío desnudo debajo de todo esto”, pensó
Claude, sin dejar de apartar pesados bloques de encima de aquel
cuerpo magullado y ensangrentado. Claude también trató de apartar
los montones de plumas de las palomas, pero cuando quiso quitar lo
que creyó que era la primera, se dio cuenta de que pesaba más de lo
esperado. Tiró con más fuerza, y se percató de que el resto de
plumas del suelo acompañaron su tirón. Aquello no era ninguna
paloma. Claude mantenía la mano en alto mientras sostenía ante sus
ojos lo que parecía ser una enorme ala emplumada y sucia, que bajaba
y se extendía hasta unirse a la espalda del hombre inconsciente.
Claude se acercó el walkie a la
boca.
―David..., no te vas a creer
esto...
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